Llegué tarde a perseguir el atardecer. Los árboles estaban incendiados de rosa, dando paso a una noche que no
terminaba de llegar. Los perros corrían en círculos sobre el césped ajenos a
las velas que una a una alguien se encargaría de encender sobre sus orejas. El
viento te hacía sentir el frío escondido entre las hojas, como para que te
dieras cuenta de que estaba ahí. Ondeaba los cabellos de las muchachas que se
tumbaban a contemplar aquel lienzo color púrpura. Aun así no era desagradable.
Sus melenas querían ser viento también, pero solo podían mecerse a su antojo.
No sé cómo la luz quedó aplastada por una noche clara. La misma noche de todas
las noches, y sin embargo algo había cambiado. En aquella tranquilidad no
encontraba la paz que tanto anhelaba, pero la atisbaba; sabía que estaba ahí,
en algún lugar, haciéndome de rabiar... con mi cordura entre sus dientes.
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