martes, 28 de junio de 2016

Hay quienes nacen estrelladas

Quisieron alejarme de ti
pero no pudieron.
Reconozco que a veces
te miraba de reojo,
desconfiando,
preguntándome: “¿podré yo
ser normal?”
Comer lo que todos comen,
no hacer
lo que otros no hacen.
“Debes”, me decían.
Me apartaba, pues, de mi camino
y me perdía:
yo no era una pieza
de ese puzzle,
mi dibujo no encajaba.
Pero cuando lo intentaba
y sonreía incómoda
me felicitaban.
Y cómo no seguir.
Cómo no seguir intentando
ser panadera
quien ni siquiera sabe lo que es
la levadura.
Ellos no entendían mi masa.
Quisieron alejarme de ti,
hacer de mí
una mujer cualquiera.
Pero yo tenía en mi pecho
guardada una estrella.
La recogí cuando el mundo
le falló,
el mundo entero.
Decidí luchar por ella
y me llamaron Rebelde,
de apellido “radical”.
Y así fue…
así fue cómo intentaron
alejarme de mí
pero no pudieron.

martes, 7 de junio de 2016

Sobre el saber del "populismo"

«Puto populismo», eso es todo lo que tiene que decir un señor (un monseñor) (un monseñor indignado) ante una multitud de gente que se ha concentrado para reivindicar la libertad ante un encarcelamiento injusto (si todos lo son o no, merece una reflexión aparte). «Puto populismo». Podría parecer que estas dos palabras contienen algún tipo de argumento pero, si es así, se nos escapa, pareciendo en su lugar dos minúsculas palabras que se han caído de una boca aparentemente indignada por alguna razón que no se sabe. Acaso era pura rabia que necesitaba materializarse en palabras, para expresarla y que alguien como yo las oyera, como mero producto del azar. Y quién sabe si este señor (monseñor) (monseñor indignado) en el fondo se ha librado de una gran úlcera en el estómago. Tal vez una pequeñita. O acaso, se me ocurre, siendo mi ocurrencia una más en el mundo, humilde, por otro lado, acaso "populismo" ("puto" no porque está mal) sea una palabra enormemente repetida en los medios de comunicación, dicha por alguien, incluso, y haya acudido a la mente de este hombre por alguna asociación neuronal completamente misteriosa. Pero quisiera ir al grano y plantear lo que en realidad me preocupa: ¿qué sabe monseñor del asunto? Sabemos que le enfada, pero no sabemos por qué, ¿lo sabe él...?


«¿Por qué se agruparía bajo una misma etiqueta a los gobiernos sudamericanos que están construyendo la UNASUR y que en general tienen leyes benignas para la inmigración, con los xenófobos y racistas de la derecha euroescéptica? ¿Por qué aplicar impuestos a los ricos es “populismo” si lo hace un gobierno latinoamericano, pero sólo una medida “socialdemócrata” si lo hace Noruega? ¿Por qué las medidas económicas de Perón eran “populistas” pero el New Deal de Roosevelt –en el que Perón se inspiró– era apenas “keynesiano”? ¿Así que la corrupción y el patronazgo son rasgos populistas? ¿Entonces por qué en España lo son los muchachos de Podemos, pero no los corruptísimos del Partido Popular? Suele asociarse a Argentina con Venezuela como dos formas extremas de “populismo”. Pero en realidad, en términos de estilos políticos, arreglos institucionales y políticas concretas, el gobierno kirchnerista se parece más al del Frente Amplio uruguayo que al de Maduro. ¿Por qué entonces rara vez se dice que Uruguay forma parte de la “amenaza populista”? No hay motivo concreto, como no sea el hecho de que Uruguay continúa siendo un país amigable para los norteamericanos.

“Populismo” se ha convertido en un término de combate profundamente ideologizado. Su valor como concepto para entender la realidad, si alguna vez lo tuvo, se ha extinguido. El único rasgo que comparten todos los fenómenos que son catalogados con esa etiqueta no es algo que son, sino algo que no son. Se los agrupa no por sus rasgos en común, sino simplemente porque ninguno de ellos (cada uno a su modo y por motivos diferentes) se corresponde con el tipo de movimientos, estilos, políticos o políticas que los liberales occidentales tienen a apreciar. 

En los debates actuales, “populismo” significa no mucho más que ser amistoso con la clase baja –sea en términos de políticas concretas o simplemente de manera discursiva– o tomar medidas (o tener “estilos”) que desagradan a las élites políticas, económicas o culturales. Porque, supongamos por un momento que manifestar cercanía hacia la clase baja fuera algo que se aparta de los ideales de las democracias “normales”, esto es, las que supuestamente dejan que el “pluralismo” oriente una negociación cordial de todos los intereses sociales, sin preferencia por ninguno. Y supongamos que tal desviación fuera tan importante que requiriera todo un concepto para nombrarla: no es “democracia” sino “populismo”. Aceptemos todo eso por un momento. ¿Cómo es entonces que no hay un concepto, una taxonomía específica, para nombrar la desviación opuesta, es decir, las ideas, actitudes, estilos o políticas que manifiestan cercanía con las clases altas y producen desagrado a las clases bajas? 

Lo que quiero decir, en resumidas cuentas, es que “el populismo” no existe. No hay ninguna “amenaza populista” al acecho de nuestras democracias. Existen varios tipos de democracia posibles… Sin embargo, se pretendería un escenario dividido en dos campos claramente distinguibles: por un lado la democracia liberal (la única que merece ser llamada “democracia”) y por el otro la presencia fantasmal de todo lo que no se corresponde con ese ideal y, por ello, debe rechazarse de plano. En otras palabras, “populismo” nos invita a cerrar filas alrededor de la democracia liberal, para combatir a un solo monstruo compuesto por todo lo demás, en cuyo cuerpo indiscernible conviven neonazis, keynesianos, caudillos latinoamericanos, socialistas, charlatanes, anticapitalistas, corruptos, nacionalistas y cualquier otra cosa sospechosa. Y el problema es que esa forma de razonamiento nos impide ver dos hechos fundamentales. Primero, que dentro de esa masa de elementos “populistas” hay algunos que definitivamente son una amenaza a la democracia, pero también ideas, experimentos políticos y organizaciones que tienen el potencial de ofrecer formas mejores y más sustantivas de democracia para las sociedades modernas. Y segundo, que el propio liberalismo, con sus valores individualistas, su ethos productivista y su compromiso irrestricto con los intereses de los empresarios es, de hecho, una de las mayores amenazas que corroen las democracias actuales.»

Fuente:
http://www.revistaanfibia.com/ensayo/de-que-hablamos-cuando-hablamos-de-populismo-2/

jueves, 2 de junio de 2016

Trabajo a jornada incompleta

 «-El ser humano no puede estar inactivo. Mira, yo conozco una chiquilla, hazme caso, que yo entiendo de esto, que yo sé de la vida, una chiquilla que se está desintoxicando. Treinta años de porros. Y tiene una agresividad que ya es imposible. No tiene trabajo. Yo digo, y esto lo digo siempre, y no dejaré de decirlo porque es la pura verdad, que quien quiere trabajar lo encuentra. Pero la gente quiere estar inactiva, no hacer nada. Luego pasa lo que pasa: se deprimen y son infelices.
 
El conejo la miraba atentamente desde el sofá. Se sacudió una oreja.
 
-El otro día -prosiguió ella - mi amiga Nieves me decía: “pues yo quisiera un tiempo para no hacer nada. Un tiempo para mí...” Pero cuando se es joven es lo que toca. Trabajar. Luego, cuando no se pueda, ya habrá tiempo para estar tranquila.

El conejo se revolvió en su asiento e, impulsándose con las dos patas traseras, bajó de un salto del sofá, no sin dejar algunas diminutas bolas de caca en su lugar.»

Como habrá comprobado, mi fiel lector o lectora, la protagonista del presente relato confía ciegamente en que la felicidad consiste en ser productiva. Sin embargo, ni siquiera ella misma se atrevería a definir esa palabra: felicidad. Y acaso todas sus cavilaciones se dirijan a un mismo fin: escapar del abismo. ¿Será la felicidad esto, escapar simplemente del abismo? Pero ¿cuál? ¿Será la infelicidad? Si es así, ¿no es también infelicidad el no sentir placer? ¿O que estos sean, tan solo, muy fugaces? ¿Qué clase de persona puede ser feliz, o libre, si no se conoce a sí misma? Y ¿cómo conocerse si no se tiene tiempo? ¿Cómo esparcirse?
¡Ah… cruel convencimiento! Despiadado él, que habita en las gentes a las que no les queda más remedio que ganar con sudor el pan, a menudo sufriendo, y les convence de que es eso una virtud. La única virtud, incluso. El resto no importa (o, bueno, importa menos) para estar bien. Cumplir con el deber, tal es nuestro destino. Un deber para con uno mismo, para con una misma. Pero ¿exclusivamente? (cuál es, entonces, decidme, el gran mecanismo de la sociedad. Que yo me entere). ¿Quién ha puesto en el mundo los hilos de tal premisa, que se supone que debe manejarnos? ¿Se puede escapar de ella y ser feliz? ¿Existirá alguna persona feliz y ociosa (ociosa y feliz) que nos desmonte semejante teoría? ¿O nos hemos tenido que convencer de lo contrario, porque nadie nos ha enseñado a ser libres, o a ser individuos, y entonces, cuando nos falta el trabajo, es por eso que morimos...?