domingo, 22 de septiembre de 2013

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(Se recomienda activar la canción antes de empezar a leer el texto; si crees que no vas a poder concentrarte hazlo igualmente).
Quieres comprar algo que necesitas, miras muchas cosas en muchas tiendas, pasan los días y no encuentras exactamente lo que quieres porque es posible que ni siquiera estés segura de cómo lo quieres. Pero nada te convence, te desesperas y aún así sigues buscando. No te das por vencida, sabes que está en alguna parte; esa cosa existe. Vuelves a mirar cosas, tiendas muy juntas, abarrotadas de productos, y de repente la ves y apartas la vista: es imposible haberla encontrado. Y sin embargo está ahí, entre todo lo demás, única, sola, tan diferente... Te ha encontrado. Entre miles de cosas te ha encontrado; estaba ahí, esperándote, sabiendo que también tú la encontrarías a ella. Porque estabais destinadas, porque solo tú te fijarías en ella, porque solo tú la estabas buscando con tanto ahínco. La miras otra vez, deseas seguir buscando por si hay otra mejor, pero no la hay, y te vas convenciendo de ello progresivamente. Sientes un molesto pitido en el oído izquierdo que no sabes si procede de ti o del exterior. Y de pronto ese algo te habla y el resto se detiene; sus palabras no tienen ningún sentido pero te están hablando, a ti, únicamente. Se le forman unas manos, y una boca, no tiene ojos. La boca se mueve, su voz es aguda. Lo compras, por fin tienes lo que tanto tiempo has andado buscando y te sientes orgullosa de ello. Siempre encuentras las gangas, por mucho que te cueste. La cosa vuelve a ser un objeto inerte en una bolsa, que sostienes mientras caminas a casa, deseosa de estrenarla. Otra vez el molesto pitido. Abres la puerta, la cierras con estruendo como diciendo “estoy aquí y lo he conseguido, ¡que todos se enteren!”. Pero no hay nadie. Llegas al cuarto y sacas el algo y lo observas. Es tan bonito, cuanto más lo miro más me gusta. Lo abrazas y giras, y giras, y sientes que te elevas mientras giras; hasta sientes cómo te das una hostia contra el techo y caes a la realidad. Ahora tiene piernas, y otra vez boca, pero no brazos. Te da pena que no tenga brazos, pero te cagas demasiado como para pensar en otra cosa que no sea salir corriendo al baño para evacuar. Oyes el pitido insoportable. Una vez finalizada la misión vuelves al cuarto y sientes angustia: no está. Claro, se ha ido andando con sus piernas, pero no debe de andar muy lejos, porque sabe que nos pertenecemos la una a la otra. Oyes un crujido. Entonces la ves subida en lo alto del armario, con sus piernas colgando como cuerdas, y ahora también con brazos, que sostienen una bolsa de patatas fritas que se lleva a la boca y mastica. Suelta una risa burlona, gira la bolsa y las patatas vuelan por la habitación y algunas se detienen sobre tu cabeza. Te enfadas, porque vuelves a oír el pitido y no te gusta a lo que está jugando, y subes a una silla para alcanzar a la maldita cosa. Para tu sorpresa, no ofrece resistencia, de hecho te está abrazando con sus brazos finísimos, y eso te enternece. Os abrazáis mutuamente, y de pronto te descubres apretando más y más, sin ganas de estrangularla pero sin poder evitarlo. Ella se da cuenta e intenta escapar, rodáis por el suelo, os mordéis… Y un golpe seco. ¿Ha entrado alguien en casa? Oyes el pitido mucho más intenso. ¡Te vas a volver loca!
Un instante después, apenas un segundo, te descubres en el suelo de tu cuarto sin nada entre los brazos, un poco aturdida porque no sabes qué haces ahí tirada, con todo lo que tienes que hacer.

Tu padre abre la puerta y pregunta:
-¿Qué haces? ¿Compraste la mochila?
No contestas. Miras alrededor por si acaso la compraste y no lo recuerdas, pero no hay nada. Niegas con la cabeza y tu padre se va. Te levantas del suelo sintiéndote muy mal, tampoco recuerdas tu cuarto tan vacío. Sabes que te faltan cosas y te sientes igual de vacía que la estancia, como si solo te tuvieras a ti misma, como si no importaras nada y cualquier signo de aprecio del pasado fuera una blasfemia, una burla cruel e irónica. Empiezas a pensar que estás enferma, te sientas en el borde de la cama, más tarde decides tumbarte, con las manos sobre el regazo. Un rayo de sol se cuela por la ventana y revolotea sobre ti, y aunque no sientes su calor no te resulta extraño. No sabes cómo es morir pero sientes que lo estás haciendo. Te deshaces. No puedes moverte, aunque ni siquiera lo intentas. Tu único signo de vida parecen ser los ojos. Un pánico atroz se apodera de ti cuando ves que la piel de tus brazos se oscurece y se vuelve rígida y áspera. Ocurre lo mismo con el resto de tu cuerpo; te estás trasformando en algo y a medida que avanza el proceso sientes que te va dando igual, dejas de sentir. Oyes un pitido lejano que se apaga. Y sabes lo que está sucediendo porque de repente lo ves todo claro: te estás convirtiendo en un objeto.  

jueves, 5 de septiembre de 2013

Poesía, ¿eres tú?

Ella, poesía,
observó a los hombres
a través de los milenios;
y ahora ella la leía
bajo un viejo alcornocal
hueco de rabia.
Se decía que en místico arrebato
había quemado sus recuerdos
en la mar, quiso olvidar,
quiso leer y soñar.
No era menester
oler las rosas.
Lucía entre los dientes
sonrisa armoniosa
de hadas y sirenas.
Su cráneo se abría
y de él surgían muchas cosas.
Su pelo se escurría
y danzaba al son
de una musiquita misteriosa.
Corría entre las flores,
nadaba entre las olas.
“Si te sientes triste, llora;
si estás alegre, ríe”.
Pero ella reía cuando lloraba
y lloraba cuando reía;
estaba loca,
nadie lo entendía:
ella poseía poesía.