domingo, 28 de abril de 2013

Caer dibujando espirales

... que es este silencio que me quema y que me nace en el centro del pecho el que me impide gritarte todo aquello que no sé y sin embargo siento. Y no estás, lo sé, veo tu ausencia, y me apetece gritarla igual, como si fueras tú, con la esperanza de que vayas a oírme, puede que así vengas. Tal vez sería demasiada coincidencia que se entrelazasen nuestras ausencias y nacieran las palabras. ¿Te imaginas? Volando a nuestro alrededor, diciendo lo que no nos atrevemos. Diciéndonos. Me escurro sobre mí misma, me derramo y no hay nada -ni siquiera nada- que me recoja. Y tú estarías encantado de beberme, pero dime, ¿cómo vas a sostenerme? Si al rozarme con tus labios saltaría un chispazo y explotarían todos los aparatos electrónicos de la casa. Esta casa que a menudo se expande y me olvida en un rincón, y otras veces se encoge y tengo que salir porque me asfixio. Ojalá un abrir de brazos que converjan en ese punto que anhelamos sin molestarnos en buscar. Ojalá saltara y en el aire me cogieras para dibujar un círculo y caer en espiral, y al tocar el suelo descubriera que mi falda se ha desintegrado en mariposas. No voy a hablar de lunas porque ya conoces el silencio que me habita, no pienso hablar de poesía ni de inviernos, que se pudran las estaciones si no hay eco que convierta mis lamentos en realidades tangibles. En deseos que nombrar. Y es que sigue sin salirme la voz, así que me limitaré a esperar a que me vuelva mientras me imagino la tuya imaginándome. 

¿Qué es?

Te vas a pisar los cordones, solían advertirle, no sabían que ella los ataba con la fuerza y la medida justas para que no se desataran ni rozaran el suelo. ¿Qué culpa tenía de que fueran tan largos? ¿Qué les importaba a ellos que tropezara? Seguro que odiaban sus botas y hacían el comentario para disimular. 
La muchacha caminaba con gracia saltarina, con decisión aunque sin rumbo. Sabía dónde estaba ahora -en una pequeña calle llena de tiendecitas y bullicio tranquilo- pero no dónde estaría los próximos minutos. Qué importaba. Sus pies eran sabios a pesar de la torpeza, la llevarían adonde su inconsciente quisiera. Miraba con curiosidad escaparates y personas, y de vez en cuando acosaba a algún animal con sus inquietas manos. El aire era fresco y olía a domingo, el sol tenue era suficiente, suficiente para posar sobre todas las cosas el color cobrizo que solo reservaba para tardes como aquella. 
Tac, tac, tac, comenzó a oír mientras vagaba por una ancha calle sin gente. Tac, tac, tac, frunció el ceño, aguzó el oído y, como cuando hueles comida deliciosa y el olfato te obliga a seguir su rastro invisible, siguió aquel sonido intermitente. Tac, tac, ya descubrió qué era. Piedras chocando contra el pavimento. Un muchacho, sentado en un montón de tierra que hacía de isla en medio del césped, se encargaba de lanzarlas. Se sentó sin que le viera en otro lugar del parque para observarlo, ladeando la cabeza como una gata. Él parecía enfadado, parecía también de su edad. No pudo aguantar mucho rato allí sentada y se dispuso a averiguar qué sucedía.
-¿Qué te pasa? - lanzó la pregunta al aire sin compasión mientras avanzaba de un lado a otro, como formulando una coreografía en un escenario inventado cuyo único público era el joven asaltado. 
-¿Nos conocemos? - él dejó de arrojar piedras y suavizó la expresión un poco para no dar impresión de arisco, pero era demasiado tarde.
Aquí las preguntas las hago yo, quiso responder ella, pero solo dijo: - ¿Tú qué crees?
No supo qué contestar. Al rato confesó estar de mal humor y ella se sentó a su lado y charlaron sobre cosas sin importancia, él reía y ella se reía de él sin maldad y bromeaba. Tiraron piedras un rato, pasearon otro rato, y ya no existía el mal humor sino un parque despoblado con algunos pajarillos y flores balanceándose en los árboles. Anochecía, y aquel chico no había dicho nada sobre sus cordones. Se habían mirado ya muchas veces, y sin embargo ella se sonrojó de pronto al descubrir algo en sus ojos. ¿A ella misma, tal vez? El muchacho sonreía mucho, no se explicaba de dónde había salido aquella chica ni imaginaba que terminaría así la tarde. Deseó cogerla de la mano, pero ¿por qué? Ella también deseaba cosas, como pasar los dedos por sus pálidos brazos o sobre sus mejillas. Quería contar sus pecas, quería pasar toda la noche con él, pero de repente el muchacho dijo que tenía que irse y se despidieron tímidamente a pesar de la complicidad palpable, y ya no estuvieron juntos charlando de conejos o de nubes. Ahora era ella la que, sentada en un banco al lado de un lago con patos, sentía algún vacío extraño. No era como el vacío del parque, este no era bonito, podía atisbarse la tristeza. Hizo un mohín y lanzó una piedrecita que se hundió en el agua. 
Y justo entonces alguien se la devolvió de las profundidades atizándole en la cabeza y también ella se fue. Al fin y al cabo tenía ganas de llegar a casa, abrazar a su gato y comer algo caliente acurrucada en el sofá. 

sábado, 27 de abril de 2013

He sido yo

El pajarillo se atrevió a cantar. Se lo habían dejado bien claro al nacer: cantad solo cuando veáis el sol y no haga frío. No obstante, allí estaba, en plena mañana de una primavera nublada y destemplada, desafiando a su destino. Y se sentía maravillosamente bien. Al ser el suyo el único canto que se oía los demás se extrañaron. Pero si hoy no toca, decían. Y buscaban escondidos en sus ramas al que desafiaba dicha norma tácita. El despeluchado pajarillo no entendía por qué debía guardar silencio si lo que le apetecía era cantar. ¿Es que Dios mandaba aquellos días cuando no quería escucharlos? En ese caso cantaría con más fuerza, pues habrían sido engañados y no solo no era un ser eternamente amoroso y bondadoso sino que además era imperfecto, ¿pues quién crearía algo a conciencia que pudiera perjudicarle? Ahí estaban los humanos como ejemplo, que hasta le habían matado... No, aquel pajarillo creía en Dios, pero le tenía el respeto justo. Él tenía voz propia, y si quería cantar al sol para que descorriera sus cortinas lo haría a pesar de las posibles consecuencias.

miércoles, 24 de abril de 2013

No tengas miedo a disfrutar del chocolate

Recuerdo el día en que me arrebataron mi inocencia. Tenía ocho años y estaba viendo dibujos animados en la televisión -a esa edad, ver ese tipo de programas aún no era de maricones-. Era casi la hora de comer, pero yo no lo sabía porque a esa edad tampoco se tiene apenas noción del tiempo. La hora de comer era simplemente cuando tu madre daba un grito para que fueras poniendo la mesa y lavándote las manos. "Pon la mesa y lávate las manos" decía, si no no lo hacías. Cuando escuchabas un "¡A comer!" y llegabas y encontrabas la mesa puesta y la comida humeando ya en los platos era como si te hubiera tocado la lotería, a veces ni siquiera te lavabas las manos, pero no importaba porque no había nada que temer salvo la aburrida ducha (y en el fondo nos gustaba a pesar de que nos escondíamos entre las sillas para que no nos obligaran a ello cogiéndonos por las orejas). 
Estaba viendo la tele, solo en casa, con la única compañía de mi perra Luni cuando irrumpió mi madre cargada de bolsas con la compra. 
-Hijo, ven a ayudarme. 
Obedecí, como siempre, más por hurgar entre las bolsas en busca de algo interesante que por aliviar a mi madre, y volví a ocupar mi sitio cuidadosamente moldeado en el sofá. Mi madre siempre hablaba mucho, pero esa vez tenía algo que decirme. 
-¡Mario, ven! - daba igual que estuvieras agonizando, ella nunca venía- Que te he comprado una cosa.
Mis orejas se estiraron como la de un perro. Por fin algo interesante, ¿serían cromos? ¿Bollos, tal vez? No, aún seguía empeñada en eso de comer saludable -¡puaj!- por culpa de aquella campaña del colegio –Cómete una pera, ¿a qué esperas?-. Tendría que ir esta vez si quería desvelar el misterio, así que me levanté y arrastré los pies hasta la cocina, donde mi madre me aguardaba con aquella caja infernal color ciruela. El misterio lo desveló ella misma: un reloj más feo aún que la caja que lo encerraba. A mí me pareció precioso. ¡Un reloj! Nunca había tenido uno, podría haber sido rosa con florecillas chillonas que me hubiera hecho la misma ilusión (no penséis que no hablo en serio, pues así es), pero era marrón con decorados verdes, y las manecillas tenían forma ondulada que recordaban serpientes reptando. Lo cogí y me lo acerqué a los ojos para verlo con todo detalle. Los números caían negros sobre el fondo blanco, las agujas parecían de plata, y digo parecían porque mi madre jamás hubiera dejado en mis manos, literalmente, nada que tuviera aquel valor. Y no la culpo; conocía mejor que nadie mi despiste. 
-Trae, que te lo pongo, que estás embobao.
Me agarró la mano y me apretó sin mala intención aquel objeto infame en mi ya profanada muñeca, mas lejos de quejarme partí satisfecho a emprender nuevas aventuras con mi nuevo compañero de viaje. Como si aquel reloj me hubiera abierto múltiples posibilidades que antes no existían. Sabía qué hora era en todo momento. A las 14:13 fui al baño, luego ordené mis juguetes y preparé la mochila del colegio en lo que calculé había sido media hora. ¡El tiempo existía! Ya no iba por ahí a la deriva, sabía algo que otros niños no sabían: la hora, y eso me hacía poderoso. "¿Quieres saber la hora? ¿Quieres saber la hora?" preguntaba impertinente a todo el mundo y  antes de obtener respuesta ya había informado hasta de los segundos. Pobre de mí, que no era consciente de en cuán desgraciado me había convertido; ni siquiera mi madre lo sabía, y de haberlo presentido jamás me habría regalado tal cosa. No, era normal llevar reloj, solo era uno más, ¿qué podría haber de malo en aquello? Era uno más, pero no por ello menos desgraciado. Ay, me habían dado aquello para que supiera el tiempo, cuando era el tiempo el que se había adueñado de mí. Ahora existían los minutos, existía la hora de comer e incluso la de cenar, ¡y la hora del baño! Descubrí que en realidad todo había estado planeado siempre y las cosas no sucedían por azar como había creído yo. La única hora que sabía hasta entonces era la de entrar al colegio, las nueve, y fijaros si era yo inocente que no sabía ni la hora de salida ni me importaba. A partir de ese día viví atado al tiempo aunque no fuera consciente, ahora no solo lo soy sino que sé con certeza que solo podré desatarme cuando muera. Que aquella inocencia inconsciente que nos permitía disfrutar verdaderamente de las cosas sin la angustia de estar avanzando sin posibilidad de volver ni detenerte ha desaparecido para siempre, no puedes recuperarla, los segundos están por todas partes, desbordan los relojes, te gritan al oído hasta dormido. Jamás regaléis un reloj a un niño, ¿me oís? Es él quien tiene que descubrir el tiempo, él mismo te lo pedirá cuando sienta que hasta la rosa tiene programa el nacimiento.

sábado, 20 de abril de 2013

Es un flujo inevitable


Se diluyen mis ideas
en el agua de tus ojos,
se me escurren las palabras 
en tus pecas.
Mis poemas se rebelan
y me advierten:
"¡No vayas por ahí!"
Y yo no sé explicarles 
que en mi nada eres un todo,
pero ya no hay infinito,
solo hay lodo
que diluye mis ideas
y tus ojos
y tus pecas. 

Pío pío que yo no he sido

Veinte de abril, 20ºC, el sol inclinándose generoso sobre la Tierra y el viento suave y fresco. Hacía un día perfecto para que yo me encontrase jugando al escondite con un pájaro negro entre unos descoloridos matorrales. En verdad él jugaba conmigo. Me retaba a moverme pero yo no estaba dispuesta a ceder. Mi culo se mantenía firme sobre la tierra mientras el mirlo saltaba de un lado a otro, apareciendo y desapareciendo, lo suficientemente cerca para que no lo perdiera de vista. Creo que le sorprendió que alguien de mi especie no intentase atraparlo o acercarse a contemplar su belleza y eso le frustraba, por eso buscaba la forma de picarme. O quizá solo quería echarme de su territorio con disimulo. 
Al fin me levanté para irme de aquel parque, manicomio de animales con plumas, cuando vi un cuerpo inerte y amoratado entre la larga hierba, a pocos metros. Un cadáver descuartizado. Sorprendida me pregunté quién podría haber hecho algo así. ¿Quién había osado mancillar la primavera? Con razón los árboles cercanos, las flores amarillas y demás vegetación llena de vida parecían llorar. 
Olvidado ya mi extraño compañero negro me aproximé hasta el lugar de los hechos y, de cuclillas, estiré la mano para examinar aquella obra de arte que incluso destrozada seguía siendo hermosa. No había duda de que ese cuerpecito morado y amarillo había sido asesinado. Pobre flor. Sin embargo seguía desafiándonos negándose a perder su extraordinario color. Me adueñé de un par de delicados pétalos y los observé cuidadosamente a trasluz. Y vi brillar una multitud de colores a los que ni siquiera supe dar nombre. Me di entonces cuenta de lo simples que éramos los humanos, y que la naturaleza, en su infinita sabiduría, tenía todas las respuestas. ¿Por eso era tan silenciosa? Tal vez las verdades del mundo no puedan transmitirse ni expresarse, tal vez la verdadera sabiduría se sienta y sea una sensación tan pura que no necesites compartirla con nadie más porque sabes que sería inútil.

martes, 16 de abril de 2013

El destino se escribe en la hojarasca

No sabemos apreciar el privilegio
de una vida sin sentido.
¿Es que no lo veis?
Podemos darle el sentido que queramos.
No hay cerezos ciertos,
no hay Dios que no esté tuerto.
¡Humanos! Vivimos bellos tiempos:
nuestra alma en nuestras manos. 


Hay tanta vida en la muerte

Vive, vive, vive...
Ya basta de negarte,
ya basta de afirmarte,
todos somos cantos
y piedras redondeadas.
Alguien ha arrojado luz
sobre tu negra esquina
y en tu pecho hay un vacío perfecto
para ser rellenado de auroras.

Soñar tan solo es bueno
si despertamos a tiempo
para ver aquel amanecer
que nos perderíamos soñando.

Viva, viva, viva...
Las sombras no son niebla,
las horas no son tú
y esas cajas blancas no reflejan
tu rostro amoratado por inviernos.

Huele, toca, observa,
abre tu brecha, sujeta,
deja que entren las violetas.

De tanto mirar hacia dentro
nos tragamos los ojos
y los tenemos que vomitar;
es entonces cuando coloreamos
las flores con bolígrafos y decimos:
"Era más bonito el arcoiris
cuando no lo intentaba cambiar."
Para ser viento antes fuiste rosa
que se dejó marchitar.

sábado, 13 de abril de 2013

No intentes comprender, pequeña

-¡Bébete la leche, Marisita, o se le irá el condimento!
-¿Qué condimento? - preguntó Marisita a su madre.
-¡El condimento, Marisita, el condimento!
La niña, algo confusa, se la bebió toda de un trago. Por nada del mundo querría que se le fuera el condimento a su leche.

viernes, 12 de abril de 2013

Un frío que no se aprecia


Tenía el mundo a sus pies y sobre su cabeza, pero sus pies flotaban en otro que poco tenía que ver con aquel. Desde allí veía las copas de los árboles, sus negras siluetas recortadas sobre el cielo gris azulado del anochecer, entre ellas sonreía una luna sin ojos, con sus dientes cada vez más brillantes. Tras ella fluía una carretera cargada de coches que desprendían un ruido incesante, se puso los cascos con la música muy alta y la ignoró. Se tumbó sobre el mullido césped primaveral y contempló su obra maestra. Porque aquel paisaje era sin duda obra suya, ¿quién si no había ido hasta el punto exacto para poder encontrarlo? Le pertenecería mientras siguiera allí, clavada en ese punto, absorbiéndolo. En cuanto se moviera de sitio lo perdería para siempre. De hecho mañana ya no estaría ahí; todo habría cambiado. No estaría el mismo murciélago volando haciendo eses, ni el mismo pájaro saltando de rama en rama, incluso si mañana volviera hasta ese punto exacto ella misma no sería la misma. Igual que alguien compra un cuadro que no ha pintado, aquellas pinceladas que ella no había dado eran suyas, tan solo un momento efímero. En el cielo moribundo empezaban a parpadear algunas estrellas; en realidad eran aviones, pero ella imaginaba que eran astros haciéndole señales para vete a saber qué. También revoloteaban un par de mariposas alrededor que le hacían sonreír, las asociaba con la esperanza y contemplarlas le proporcionaba cierta paz. Aquella chica andaba de puntillas entre un mundo y otro, intentando ignorar el miedo que le inspiraba la negra franja que los separaba. No tenía miedo a la franja, sino al miedo. Sin él el mundo era como ella, la chica que confundió a las polillas con mariposas, quería que fuera.

martes, 9 de abril de 2013

Acabar como el marrón de la tierra

Estaba muy nublado y pensé que el sol ya se había puesto, así que me senté y me dejé llevar -o más bien atropellar- por mis desgastados pensamientos. La vista se me había perdido en el horizonte cuando lo sentí prender mis pestañas. Estaba ahí, colgando de una nube, no había llegado tarde esta vez. El desgraciado se había dejado lo mejor para el final, esa luz con sabor a mandarina que convierte el mundo en algo mágico por unos momentos, antes y después de dejar su estela. Lo miré fijamente. Quizá alguien debió haber evitado que lo hiciera, tal vez yo, pero no fue así. Lo sentí penetrando en mis pupilas y no pude ver nada más; me deslumbré. Ahora todo estaba distorsionado por una mancha absurda e incómoda en mitad de mi retina. Al fin y al cabo era mi especialidad destrozar momentos que deberían ser bellos y trascendentes. Reí muy fuerte, maldije mi suerte y me dejé caer hacia atrás sobre los codos, sobre las amapolas. Esas que  habían crecido únicamente en mi cabeza. Entonces se me ocurrió preguntarme: ¿Dónde coño estoy? ¿Acaso soy una nube? No, no puede ser, tengo pestañas, y retina, y solo tengo gases cuando como alubias... ¿Entonces quién coño soy? ¿Adónde voy?
De repente oí un crujido procedente de un árbol cercano. "Basta de idioteces, querida" me dijo una voz de tronco, "te estás perdiendo lo mejor de la vida: disfrútala o te convertiré en una ardilla." Me encogí de hombros y me fui, fingiendo sonreír. 

lunes, 8 de abril de 2013

Una vez más...

Llegué tarde a perseguir el atardecer. Los árboles estaban incendiados de rosa, dando paso a una noche que no terminaba de llegar. Los perros corrían en círculos sobre el césped ajenos a las velas que una a una alguien se encargaría de encender sobre sus orejas. El viento te hacía sentir el frío escondido entre las hojas, como para que te dieras cuenta de que estaba ahí. Ondeaba los cabellos de las muchachas que se tumbaban a contemplar aquel lienzo color púrpura. Aun así no era desagradable. Sus melenas querían ser viento también, pero solo podían mecerse a su antojo. No sé cómo la luz quedó aplastada por una noche clara. La misma noche de todas las noches, y sin embargo algo había cambiado. En aquella tranquilidad no encontraba la paz que tanto anhelaba, pero la atisbaba; sabía que estaba ahí, en algún lugar, haciéndome de rabiar... con mi cordura entre sus dientes. 

viernes, 5 de abril de 2013

Imaginando coherencia

He oído al silencio hablar
y a las mariposas 
fracturarse los tobillos.
He aprendido 
que no basta con mirar,
a veces hay que ver,
ponerse los ojos del revés. 

Los niños pasean las cometas
como si fueran conejos
por el césped
y los ancianos se cansaron
de esperar a la muerte,
en vez del periódico 
leen a Nietzsche.

Caracolas cuelgan de los cuellos,
caracoles hierven en las ollas;
reciclar está de moda,
con espinas de salmones
fabricamos acordeones
y tocamos en el metro
para comprar más salmones.
Y en los bancos regalan turrones
marrones
que no tienen almendras.

Cuando los cartones de vino 
y los cartones de humanos
se cierran
abro mi ventana 
y escribo a las estrellas
con lápiz blanco,
de forma que nadie lo vea:
"El silencio ha hablado."

lunes, 1 de abril de 2013

Los últimos suspiros

Últimamente la muerte nos mira tanto de reojo que a veces los ojos se le caen y tiene que recogerlos del suelo con sus huesudas manos y colocarlos en las huesudas cuencas de su cara. Pero estamos tranquilos porque no es a por nosotros a por quien viene, sino a por él. Preocupados, inquietos, expectantes, pensamos en qué ropa negra tenemos en el armario. 
La camilla del hospital rueda lentamente hacia su tumba, aproximando a su flácido cuerpo y a las babas de su bata hacia un destino incierto. Por si fueran pocos los trastornos funcionales de su cuerpo, anoche le administraron -por una terrible equivocación- la medicación del viejo loco de la habitación de enfrente, que no paraba de chillar al día siguiente mientras el otro dormía infesto de sedantes y pastillas para las alucinaciones. 
Sus manos hinchadas serán pasto de gusanos, recuerdo atroz en la memoria. Serán pálidas antes de ser solo hueso o de ser nada. Allí en un nicho nos esperará pacientemente, guardando el torpe beso que nos dio al despedirse. Allí recordará la soledad de sus últimos momentos, ese tipo de soledad tan terrible que es difícil de explicar. Allí, bajo una cruz, descansará en paz a ojos de los vivos, que a veces asomarán su cabeza para soltar algún suspiro e irse a tiempo para tomar el cocido.
Probablemente lo velen con traje de chaqueta, camisa y corbata elegantes, como si fuera a casarse con la muerte. Me pregunto si a mí me pondrán un vestido de novia, aunque el ramo vaya a estar sobre la lápida. El maquillaje lo reservo también para ese día, cuando la sangre ya no acuda a mis mejillas y hasta mis fieles ojeras hayan desaparecido. Me parece justo que mis seres queridos me recuerden con el mejor aspecto posible, ese que hubieran deseado para mí en vida. Tonos rosas en párpados y labios, más oscuros en los mofletes. Las uñas procuraré llevarlas arregladas de antemano. "Parece que está durmiendo", diremos. Dirán. 
Sin embargo, ella será la que nunca le podrá olvidar, la que arrastrará su recuerdo por todas las esquinas de su casa. Ella, que ha destinado casi toda su vida a cuidarlo, permanece todavía a su lado, no importa el cómo ni el por qué, ella se entrega a él. Apenas come, apenas duerme, muchos vienen y se van, pero ella se queda siempre. Ya incluso le ponen de comer las enfermeras. Tampoco importa si existen palabras o no de agradecimiento, fiel compañera seguirá siendo, a su manera. A pesar de todo no quiere que se vaya, lucha aunque no tiene fuerzas, es lo que tiene que hacer. Cansada, siempre tiene una sonrisa para él. Cansado, él solo puede mirarla.