domingo, 30 de junio de 2013

Pavos reales a lo lejos

Este poema no es sino un cadáver que Malvado Dylan y yo hemos ido construyendo cuidadosamente con los miembros de diferentes personas, las cuales habitan en nuestro interior. El resultado de esto es un cadáver exquisito que tiene vida propia y nada tiene que envidiar a Frankenstein. Espero que os guste o, por lo menos, os asuste tanto que os quite las ganas de volver a leer un poema. 

Una lagartija reptando
entre árboles aborrecidos
que susurran lamentos obstinados
se ríe de las avestruces
procaces que se esconden al alba.
No tiene sentido arrojarse
sobre hierbas escocidas,
pensó,
sin un poco de humor,
y trepó a la copa de un árbol
para, en la distancia,
ver morir a un grupo de fusilados.

En otro lugar, el tiempo
titila entre ascensores
que suben quejumbrosos
y bajan apesadumbrados
cargando pesos muertos
de seres vivos
dedicados a la rutina anodina
y al húmedo incendio colectivo.

Los troncos carcomidos
ya no saben qué pensar,
la verde ceniza hierba
ya no sabe qué creer
y yo no sé qué decir
salvo que a mi izquierda
los veo morir, y a mi derecha
los veo llorar y sufrir.

Escupid vuestros deseos al aire,
pues nadie sabe qué vendrá después.
¡No dejéis que vuestras lágrimas
caigan sobre la tierra,
pues brotarán tumores del alma!
Y ya tenemos suficientes marcas
como para dibujar atardeceres vanos.
Lo que nos queda es un barco ebrio
náufrago de tempestad,
sediento de metamorfosis.

Estoy tan cansada
que ya no sé si soy
hombre o mujer,
si mi vagina es una vagina
o una puerta abierta al infierno.
A veces veo el agua correr
y me pregunto: ¿de dónde huye?
Y quiero ir con ella para
escapar de mis venas,
abandonar mi esqueleto,
cantar mentiras a los cementerios.

No sé si eso es un ciprés
o un trozo de mortadela podrida
o mi alma hecha pedazos,
o quizás solo sea el maullido de un ganso. 

miércoles, 26 de junio de 2013

Atraco a mano armada

-¡Dónde están los veinte mil euros!
-¡No tengo nada, no tengo nada!
El hombre se debatía entre llorar o gritar. Le habían atado las manos y las piernas con un par de cables que le cortaban la circulación. Le habían dado una patada en las costillas y pegado con el palo de la escoba. Un chico mucho más joven que él le vigilaba apuntándole con una pistola mientras los demás registraban la casa. Era grande, el último chalet de la urbanización. Los atracadores aún no habían encontrado el dinero que buscaban, tan solo unas monedas en el bote de la cocina, lo que al hombre le sobraba después de comprar el pan. Cada vez estaban más furiosos, no entendían por qué el viejo no hablaba. En el pueblo se decía que tenía veinte mil, serían suyos. Veinte mil entre cuatro eran cinco mil para cada uno, no estaba mal. De momento no temían que llegara la policía porque se habían cuidado de que no hubiera ningún vecino cercano en casa. Nadie les había visto entrar y por mucho que gritaran nadie les oiría.
-¡DÓNDE ESTÁN, HIJO DE PUTA!
Otra patada en las costillas.
-¡Arriba, arriba!
El hombre lloraba.
-¡Dejad la planta baja, están arriba! ¿Me oís? – gritaba el más grande de ellos.
Él mismo se adelantó escaleras arriba antes de que las dos chicas llegaran. Eran unas mujeres inútiles, él lo haría mejor. Y con un poco de suerte encontraría más dinero y se lo quedaría, nada de repartir. Al final de los escalones, que subió de dos en dos, se topó con una puerta grande de metal que parecía de una caja fuerte. Allí estaban, ¿cómo no lo habían visto antes? No vio que tuviera contraseña ni llave, así que giró el pomo.
Las chicas habían empezado a subir y le alcanzaron justo a tiempo para ver lo que había tras la puerta. Les azotaron olores y sonidos muy extraños, y al abrirse del todo pudieron observar de qué se trataba: patos. Una gran estancia llena de patos: sin duda había veinte mil. Estaba muy iluminada, el techo era de cristal, y los patos graznaban, comían, bebían, dormían y caminaban graciosamente. Eran pequeñitos y amarillos, medianos, o grandes y blancos. No podían creerlo, era una especie de broma. Alguien se había querido reír de ellos, no podía ser que fueran tan estúpidos.
-¿Qué coño es esto?
-Creo que son patos – respondió la chica rubia.
-Ya lo sé, imbécil.
Bajó las escaleras tan rápido como las había subido y se dirigió amablemente al hombre que yacía en el suelo.
-¿Estos eran los veinte mil?
Asintió lentamente.
-¡Veinte mil patos! ¡Veinte mil putos patos! Estás pirado, eres un puto enfermo, ¿ME PUEDES EXPLICAR QUE HACES CON TANTOS PATOS EN UNA CASA?
Empezó a pegarle para descargar su frustración mientras los otros le miraban sin decir nada.
-Vámonos- dijo finalmente-. ¿Qué haces con eso? – Preguntó a una de las chicas, la más fea.
-Por lo menos tendremos algo para comer.
Había cogido un pato y lo llevaba bajo el brazo. El animal miraba fijamente a algún sitio sin parpadear. Parecía feliz, ajeno a cuál iba a ser su destino.
Los atracadores se fueron y quedó el dueño de la casa allí tirado, casi inconsciente. Como se habían dejado la puerta abierta los patos salieron, bajaron las escaleras, la mayoría rodando, y empezaron a rodearle y subirse por encima. Algunos le picoteaban los cables. 

domingo, 23 de junio de 2013

Profunda reflexión sobre los lípidos

Todos me insultan últimamente, hasta esa maceta desgastada está insultándome ahora mismo desde su patética esquina. Y para colmo mi padre me ha dado un bolígrafo que no escribe (claro, si no me lo hubiera prestado). ¿Qué horrible burla es ésta? ¿Cómo quiere que me desahogue por haberme llamado gorda? Dijo que iba a ponerme a dieta, como si yo fuera una especie de melocotón o chimpancé o una mascota cualquiera. A mí, que peso cuarenta y ocho kilos. Lo único que se me ocurre es que quiere que desaparezca.
-Se acabó eso de los bollos y el chocolate – dijo.
-¡Acábate tú y déjame en paz!
Por nada del mundo dejaría el chocolate, antes me corto un pie.
Mi hermana también dijo que estoy echando barriga. Y ni siquiera soy una mujer casada y lo de mujer es un título que muchos, como mi padre, cuestionarían.
¡Qué más quisiera yo no tener la menstruación y poder rascarme los huevos tranquilamente! Y decir: “Pues aquí, rascándome los huevos.”
Me pregunto si aun estando gorda conseguiré follar o tendré que ser simpática. Prefiero aceptar esto a ser partícipe de cualquier dieta que no incluya pasteles entre sus alimentos.
¡Que me parta un rayo un trozo de tarta! Una cacerola, un limón. Es la hora del té (8) Trae unas pastas, Mari Tere, que se nos van los invitados de esta fiesta sin igual. Tralarí, tralará.
Solo quiero demostrar que soy feliz así, aunque solo sea un poco. Soy una persona sana. Soy una persona y exijo respeto y libertad de michelines. ¿Qué sabéis si llevo cuatro días sin cagar o estoy embarazada? Ni siquiera yo sé cuántos días llevo sin cagar, si es que llevo alguno.
Insultadme, sí, pero con azúcar, para que me lo pueda comer.
Si mi madre supiera que me llaman gorda pondría el grito en el cielo y su buen Dios no le escucharía. Y puede que hiciera más comida a propósito o simplemente comida. Comida rica. Estoy pensando en comida y ahora mismo me comería un kilo entero de patatas fritas, finas y tostadas, crujientes, mmmm… ¡Ah, el dulce-salado-ácido-amargo sabor de la comida! Si fuese menos vaga sería cocinera, y si fuera rica contrataría a muchos cocineros para que me hicieran de comer. Cosas de calidad, con los nutrientes necesarios y todo eso.
Pero no os confundáis, esto no significa que mi madre me quiera, es solo que las madres se niegan a admitir en público cualquier cosa de sus hijos que consideren un defecto, y menos aún permiten que se hagan comentarios al respecto.
-Su hijo falta siempre a clase y es muy conflictivo. El otro día trajo una caca de perro y la restregó por el pupitre del profesor.
-¡Eso es imposible! Habrá faltado una o dos veces, pero le aseguro que mi hijo no haría jamás algo así; es una persona decente, y si lo hizo sus buenas razones tendría. ¿No será aquel profesor que le odia tanto? El que le suspendió matemáticas injustamente, ese. Seguro que él se lo inventó. ¡Una caca de perro! Por favor, me niego a creer que mi niño hiciera algo así. ¡Me van a oír! ¡Acusar a mi hijo solo por tener más dificultades que los demás para concentrarse! ¡A un pobre niño que hace unos pocos meses estaba en la cuna…!
Lo que acaban de ver es un ejemplo sobre lo que una madre cualquiera haría por su hijo. Las madres, esos seres con tanta imaginación. Mi madre me dice que escriba un libro, ¡como si los libros no estuvieran ya escritos! Yo no tengo nada que decir que no se haya dicho ya, nadie tiene nada que decir que no se haya dicho ya, aunque algunos lo intenten de forma diferente.
Como iba diciendo, hasta mi madre me odia y me insulta. Me acusa de ser una mala persona, un demonio nacido de las mismas entrañas de la tierra. Un demonio malhablado, irrespetuoso, tira-eructos, tira-pedos, un demonio no-planchador-de-ropa, no-limpiador-de-platos, no-fregador-de-suelos. Si mi madre se encontrase con un ser rojo, peludo y con una larga cola y un tridente estoy segura de que preguntaría: “¿Hija, eres tú?” y seguidamente añadiría “¡Mira cómo está la casa!” o algo parecido. Mi madre podría acusarme de haber asesinado su dignidad, pero jamás de estar gorda. 
Yo camino por la calle y tengo que mirar a la gente y sonreír para fingir que no estoy pensando en comida o deseando encontrar una tienda en la que entrar para atiborrarme de gominolas y guarrerías. De todas las formas y colores. Pero no creáis que una vez saciada cesa mi deseo, no; nada más terminar ya estoy pensando en la comida oficial más cercana (comida, merienda, cena...) y preguntándome si resistiré tanto tiempo. Muchas veces, de madrugada, me he despertado deseando comer algo que no había en casa y he bajado al supermercado con una manta y un cartón a esperar a que abrieran para poder comprarlo a primera hora. Nadie me lo iba a quitar, ni mucho menos, pero tal es mi necesidad que a veces caigo en lo irracional. 
Por eso, a pesar de mi bajo peso, no me duele que me llamen gorda e incluso lo acepto con resignación. Porque soy una persona responsable y consecuente con mis actos, y la vida es dura como un trozo de regaliz pasado. 

(Estoy convencida de que esta amable señora me comprende.)

Ante una situación difícil...

Ana no paraba de llorar y yo no sabía que hacer. Le había dejado el novio; hacía mucho tiempo que yo no pasaba por algo así, por lo que estaba desorientada. 
-No te pongas así, Ana. Estas cosas pasan... ha dicho que podéis ser amigos. Mira, al menos has ganado un buen amigo. 
Mis palabras no parecían tener efecto alguno sobre ella, me pregunté si mi presencia servía de algo. Pero tenía que seguir intentándolo.
-Es un hijo de puta. Mándale un mensaje y dile que se vaya a la mierda. No te merece, Ana, dile que estás mucho mejor sin él. Díselo a ese capullo.
Ana empezó a llorar con más fuerza. Me quedé un rato en silencio. ¿Qué podía hacer yo? Se me habían agotado los recursos. Sin saber muy bien por qué, cogí una almendra del cuenco y se la metí en la boca.
Por un lado deseaba que simplemente se callara. Por otro deseaba que se ahogase, muriera y se callara.

martes, 18 de junio de 2013

El hedor de la dulzura

Azucenas descoloridas claman al cielo
vagos vahos vanidosos,
cerezos se desperezan cerca
de una ventana que luce sin luciérnagas;
ya es de día,
cualquiera lo diría oyendo
esa cancioncilla interminable
que se mete en las orejas
justo antes del amanecer.
Las mentiras también se desperezan,
pero disimulan más;
sus frutos saben mejor.
Sus frutos no son frutos
no tienen frutos las mentiras
porque no tienen raíces,
tan solo demonios arraigando
en negros corazones o en confusas mentes.
Silencio,
alguien se asoma a la ventana susurrando
florecillas casi secas,
es una persona y está contenta.
Saluda al sol y este le devuelve
una mirada indiferente:
la mujer parece habérselo tomado
                                               bien.
Tira de su vestido una niñita,
un hada preciosa
de perlados rizos alborotados
sobre su cara apacible.
La niña grita algo incoherente,
la niña pega a su madre,
ya no sonríe
-ni la niña ni la madre;
bueno, la madre aún sonríe un poco-.
Ahora más que un hada
parece un melocotón
despojado de su hueso
y picoteado por pájaros crueles
sobre el suelo.
Parece que la pequeña
                           no comprende
la absurda estupidez humana
que la obliga a amar el sol
aunque lo odie
y desee retorcerle las pezuñas.
Es posible que sea más de luna,
-la luna del cielo
no la de los coches, esas no-
porque en sus mejillas quedan restos
de líquidos trasparentes y brillantes
que solo se beben de noche.
Me pregunto qué hará esta pequeña
niña endemoniada
de belleza, hermosa y fina,
cuando alguna triste noche
un caballero sin ojos ni corazón,
ni coche siquiera,
acuda a su ventana y le pregunte
si quiere follar
pero con otras palabras;
si no, no sería un caballero,
sino un trozo de tuerca oxidada.
Probablemente ella
toda ingenua, toda pureza
y mala leche
mire a la luna en esa triste noche
y le pregunte qué debería hacer.
Aquella noche será triste porque
la luna ignorará su llanto inexistente
y la pequeña ya crecida
o no tan crecida
descubrirá con decepción
que solo se trata de un trozo de cristal
mal empañado
que la ignora, como todos,
y la pobre tendrá que abrirse de piernas
al no encontrar respuesta,
y entregará su alma arañada
a cualquier tempestad que la alivie
o la calme solo un poco,
que le haga olvidar
los falsos sueños de su infancia,
cuando su madre sonreía en la ventana
y ella le agarraba del vestido.
Su madre estará muerta
y su padre seguirá desaparecido
seguirá sin ser un padre
seguirá porque no seguirá.
Qué niña más desgraciada,
qué rizos mal escogidos
fueron a parar a aquella cara;
si al menos hubiese sido fea
se hubiera dedicado a coser
o a tener gatos.
¡Qué espantosa historia
esta
de la humanidad!
Ni sol ni luna, no hay astros,
hay: destino fatal,
placer carnal,
vestigios de azucenas ignoradas,
cerezos sin nombrar. 

domingo, 16 de junio de 2013

Entre tanta gente no te vemos


Oh, Madrid, Madrid,
de cemento torturado;
los mismos cimientos 
que te sostienen
te destruyen, 
los árboles se quedan 
sin aliento.
Pero los pájaros aún cantan
y el sol amanece como siempre
en esta tierra
que ha visto tanta sangre,
y tantos pobres con hambre
como ricos.
Tus nubes negras,
tus lagos sin escarcha
no paran de esperar la noche
que los alivie,
que los consuele
o aniquile.
Soplamos sobre ti,
pero el fuego no se apaga.
Arde todo 
menos las iglesias: 
arden árboles y patos,
arde el tabaco en las esquinas
de suburbios malnacidos. 
Faltan cartones, Madrid, 
con que arropar a tus gentes,
sobran motores,
falta el viento.
Y aun así no podemos evitar quererte
los que aquí hemos nacido
y los que no.
No podemos evitar salvarte
de todo este desastre que te ahoga
y nos oprime.
No podemos llamarte libertad
mientras no haya para todos pan,
Madrid.
Siempre nosotros, pero sin ti.

viernes, 14 de junio de 2013

No hace una noche como para ponerse el pijama

Llego a casa, apago con mi mente el cigarro que no tengo en la mano, pongo cara de indiferencia. Llego a mi habitación, joder, debí haber recogido toda esta mierda antes de irme, pero si de verdad estuviera dispuesta a hacer eso simplemente no lo habría dejado todo por medio, así que lo dejo como está. Tengo la barriga llena de cerveza y ningunas ganas de decirle al gato que no ha de subirse en la encimera. Que haga lo que le dé la gana, ¿no dicen que los gatos se parecen a los dueños? Creo que es más bien al revés; yo antes no era tan pasota, ahora me da igual dormir entre un montón de libros arañados y ropa usada. Pero bueno. Solo espero no quedarme bizca. ¿Y ahora qué? Estoy sola y ni siquiera me apetece seguir bebiendo o masturbarme. Me encanta el silencio y a la vez lo odio. Vuelvo a pensar en él, y luego en él, y luego en él… Definitivamente necesito follar con alguien diferente a mí. También necesito que me den un par de hostias. ¿Qué es eso de volver a ser yo? Se supone que yo había avanzado en esto de vivir, y sin embargo sigo escuchando canciones de voces roncas y guitarras desafinadas. Os juro que he intentado de todas las formas dejar de ser yo pero no ha habido manera. Me siento tan segura entre todo este desastre; necesito volver a él tanto como necesito salir de él. Me apesta el aliento a desazón, no quiero dormir. Ojalá estuviera él aquí, o él, o él, o él… Está tan vacía la cama que me da miedo tocarla. Y como siempre él me espera, y me llama, y al final me siento y empiezo a escribir poemas mal paridos, que arrugo o rompo y hago desaparecer para siempre en la basura. Y me paso a la prosa solo para comprobar que es igual de patética que el verso.
Al final el gato se ha bajado de la encimera sin decirle nada. Es listo, aunque quizás no lo suficiente como para no venir conmigo. ¿Qué clase de caricias podrían propiciarte unas manos agrietadas incapaces de sostener un desaliento? Incapaces de sostenerse a sí mismas. Debería ser divertido colgar sobre un abismo sobre el que sabes que no vas a caer. Me cuesta reconocerlo pero al final lo hago: necesito a alguien que me abrace en noches así. ¿O existen noches así porque no hay nadie que me abrace de la forma que yo quiero? Prefiero negar todo esto y fingir que no ha pasado. ¿Pero es que supone un retroceso? ¿Tanto cuesta reconocer que nos falta amor? ¿Qué nos faltan, por lo menos, poemas donde escupir? Me encantaría decir que puedo mearme en las paredes sin que luego me incomode su olor, o que puedo saltar sin miedo a torcerme un tobillo al caer –soy tan torpe-, pero no es así. Sufro cuando veo que mis sueños se pueden conseguir. Me gusta hablar de mí al papel para entenderme y también me gusta robar en los centros comerciales. A mí nunca me sirvió de nada vestir como una puta o ser simpática. En realidad me pregunto si ha servido de algo todo lo que he hecho a lo largo de mi vida. La respuesta no es agradable. La vuestra es posible que tampoco a no ser que podáis afirmar que sois felices y haya alguien que lo verifique con un tic. ¡Cuántas páginas he pasado ya! A veces hacia atrás, he de decirlo, pero es que siempre solían estar en blanco y me aburría terriblemente pensar que las siguientes pudieran seguir siendo así: vacías. A veces me sorprendo encontrando letras en este libro imaginario que me han obligado a tener, y entonces soy un poco feliz (me da miedo afirmar que lo fui realmente, no sé por qué). A mí es que me resulta más cómodo que me pasen las páginas, ese es mi problema. Yo soy más de quemarlas, soplar las cenizas y luego lamentarme y buscarlas minuciosamente para volver a reunirlas e intentar reconstruir la hoja, sabiendo que es del todo imposible. Soy así de ingenua. Soy de comerme al sapo para que no pueda convertirse en príncipe y luego echarlo de menos, ¡echar de menos algo que nunca ha existido!
La mierda sigue siendo la misma de siempre, pero hoy la percibo un poco más, hoy formo parte de ella un poco. Hoy ya es mañana, mi gato me espera en la cama y yo tengo que convencerme de que nunca nadie va a descubrir que escribo cuando percibo en las tinieblas unicornios derretidos o avisto manchas en leves resplandores. Creo sinceramente que nadie va a descubrirlo porque nadie va a molestarse en buscar en mi basura. De todas formas las palabras no se dejarían atrapar; huirían como la dueña huye cuando las crea. Se pasan el día chillando para nada. Mi gato ronca ya, y aunque nunca he soportado los ronquidos no puedo rechazar el amor inexistente que me proporcionan sus dos patas peludas. Para mí es suficiente. O no.
Apago la luz
                                                            y me apago con ella.

                                                                                                                                           un día más. 

jueves, 13 de junio de 2013

Finalmente los poemas abandonaron al libro

He tratado tantas veces de dejar de buscar el significado de las cosas... Antes quería encontrar significado a todo, hasta el punto en que lo malinterpretaba y si no había significado alguno lo inventaba, acerté pocas veces. Me hería terriblemente esta actitud, sufría por cosas que no existían, o mejor dicho que yo creaba, sin darme cuenta. Es posible que por eso ahora sea un poco dejada e indiferente hasta el insulto en ciertos aspectos, o permita cosas que me harían arder en el infierno durante varias vidas. Es posible que por eso no me quiera ni quiera a nadie, o me quiera y quiera a todos, pero en cualquier caso eso da igual: no existimos.  La realidad nos precede y nos convierte en risa, en una simple y torpe carcajada. Tal vez algo me ha hecho comprender de alguna forma que la vida es una broma donde no hay que tomar partido. Creo que quizás haya nacido para contar historias y no para vivirlas, como alguien me dijo alguna vez. Desgraciadamente es probable que acabe siendo escritora sin éxito -porque ni siquiera sé exactamente lo que es eso- o vagabunda. Presiento que mi destino sea una especie de condena en que yo sea la protagonista de mi propio libro de poemas en blanco. Una poeta de grandes ojos que acaban de nacer al mundo, ojos frágiles e impenetrables, más sensibles a la luz del sol que a la de la luna, preguntando a un aire que no responde, que nunca responde porque no tiene boca o simplemente porque no quiere oír preguntas estúpidas. Lo mejor es que solo tienen interrogación, no palabras. Sería algo así como preguntar la nada o pretender encontrarle una respuesta al vacío cuando el vacío es la respuesta. Qué somos sino vacío que se va rellenando, y vaciando, y rellenando, y cada vez se hace más hondo por el peso y más vacío. Que somos sino un puñado de humanos intentando respirar bajo el mar solo porque nos negamos a la resignación de solo contemplarlo y disfrutarlo brevemente. No nos resignamos y sí. Y a veces no luchar es una forma de lucha, de supervivencia. Sobrevivimos pero sobre la vida no decimos nada, intentamos no decirlo. Porque el ser humano en su búsqueda del significado siempre fracasó. Así que, ¿para qué seguir buscando? Como si tuviéramos la certeza de que nos fuera a gustar lo que encontremos. No siempre es mejor la verdad que la ignorancia, aunque siempre es malo la indiferencia a la verdad. Deberíamos hacer una gran bola con todas las interrogaciones putrefactas que guardamos y lanzarla de una patada ladera abajo, por un largo camino descendiente que termina en un cielo con nubes dispuestas a comérsela en cualquier momento. Y que el viento sople y nos revuelva los cabellos mientras nos limitamos a observar. Y que otros brazos nos acojan y nos suelten, pero con cariño. Siempre con el suave atardecer anaranjado y frío, azul y cálido, por bandera. No sé qué tiene la gente contra los arco-iris, yo sé que tienen más colores, ya hay que ser ignorante para pensar que solo tiene siete, solo porque no puedes verlos. Y para creer que van a desvanecerse porque soples. Yo solo digo que podemos nadar entre aguas grises, podemos intentar todos ser patos, sacudir un poco nuestra cola, hacer el pino intentando con el pico coger peces y dejar de cuestionarnos qué somos, qué hemos venido a hacer y qué esperamos encontrar. 

viernes, 7 de junio de 2013

Ni no

Imaginad un largo y ancho pasillo con puertas a los lados; está poco iluminado, suficiente para que se aprecien los pies de una niña arrastrarse sobre el mármol gris. Las paredes son blancas pero también parecen grises, el resto son lámparas de aluminio que lucen apagadas. No parpadea ninguna bombilla. 
La niña de enormes ojos -apenas se cierran- lleva un camisón tan pálido como ella, y no lleva un osito de peluche en la mano. Está descalza y avanza con la mirada perdida, si es que se pueden perder las miradas. A pocos metros avanza hacia ella una mujer con arrugas y labios prominentes, su piel es negra, también mira a ninguna parte, al frente, también arrastra los pies. Andan muy lento, ninguna de las dos se mira cuando se cruzan. En un pasillo próximo, que corta este del que hablamos, pasa corriendo un hombre adulto que ríe escandalosamente y se toca los pies mientras salta. 
La alarma del manicomio -hogar para enfermos mentales, como les gusta llamarlo- ha estado sonado, se apagó hace un rato. Por la radio alertan de que el suceso es peligroso, casi tanto como una fuga de presidiarios, no obstante insisten en que no es ninguna cárcel. Y como vemos esta gente que deambula no parece interesada en dañar a nadie. 
No era su intención acercarse a nadie, cuanto menos atacarle, sin embargo sucedió. No se dieron cuenta de que la niña escondía un cuchillo entre las bragas y en los ojos de la anciana algo brillaba. Nunca debieron haberse acercado a condenar un poco más sus almas. 

martes, 4 de junio de 2013

Pesadilla en el hostal

No debía estar allí, no debí haber hecho lo que hice, pero lo hice. Tampoco él debió cruzarse en mi camino y lo hizo. 
Aquel día solo estaba dando un paseo por la ciudad, cuando se me ocurrió, víctima de mi curiosidad, posar la vista en una ventana baja de una calle desierta al final del atardecer. Fue entonces cuando le vi, follándose a otra. Podría haberse molestado en correr las cortinas del cochambroso hostal, pero no lo hizo. La tipa era fea pero tenía un cuerpo de escándalo, y más pálido que el mío. Era pelirroja y tenía una especie de sonrisa permanente en la cara, se abría muy bien de piernas. Obviamente ninguno de los dos me vio. Me senté en un parque cercano y pasé mucho tiempo ahí, no sé cuánto, pero cuando me levanté ya era de noche, muy de noche. Me dirigí hacia el hostal y entré en su habitación, que estaba abierta. Por alguna razón sabía que ella ya no iba a estar. Él dormía, aunque apenas podía verle; esa calle era tan pobre que ni siquiera tenía farolas que colaran su tenue luz por la ventana. A pesar de que no hice ningún ruido al rato se despertó. 
-¿Qué haces aquí?
Parecía sorprendido, juraría que lo estaba; parecía incómodo y a la vez aliviado y preocupado.
-¿Folla mejor que yo?
-¿Qué dices? 
-Que si tu novia folla mejor que yo. 
-Sonia, deberías irte...
-Yo soy más guapa, ¿por qué ella? ¿Qué tiene ella que no tenga yo?
Se levantó y se acercó a mí, y sus pecas me provocaron una vez más, con esa mezcla de dolor y adoración que sentía siempre al verlas sobre su delicada piel. Era él, y estaba tan cerca... quería llorar, pero solo era capaz de mostrar un rostro indiferente.
-Ella es más dulce e inocente, y no eres tú - dijo.
-Pero yo puedo ser ella -dije convencida-. ¿Quieres que me tiña el pelo? Puedo hacerlo. También puedo ser dulce.
Sabía que me prefería a mí. Eso era lo que quería creer, pero en realidad no podía saberlo. Lo que sí era seguro y también sabía era que aunque me prefiriera nunca me elegiría, nunca más. Me tiré en la cama y por fin lloré, desesperada, deseando dar pena como último recurso para recibir de él cualquier tipo de afecto. Las imágenes de él follándose a esa pelirroja venían a mi mente una y otra vez; las lágrimas no eran capaces de alejarlas. 
-Sonia, no llores. Lo siento... - se sentó a mi lado e intentó abrazarme. No le dejé.
Me levanté y se me ocurrió dar un puñetazo en el cristal de un armario. Lo rompí y restregué mis brazos por los trozos puntiagudos que aún quedaban en el marco. Me rajé los brazos mientras él , demasiado tarde, intentaba impedirlo. Necesitaba sentir un dolor que no fuera mental. Aquello sí que dolía, y era real. Por fin sentía algo real. Las rajas eran grandes y sangraban, él estaba asustado y yo disfrutaba. Me cogió los brazos, intentó curarme, pero me fui, aliviada porque todo había pasado. Y sonriendo. 


Hagamos de nuestros muertos poesía.

Imaginad que tuvieseis la oportunidad de adueñaros de un cupón de lotería premiado sin que se sospeche de vosotros, y la posibilidad de canjearlo garantizada. El cupón es de alguien conocido, alguien a quien queréis o como mínimo apreciáis, en mayor o menor medida. ¿Lo haríais? ¿Os apropiaríais de él o dejaríais que la otra persona se beneficiara? Lo más probable es que no compartiera el premio con vosotros, pues la amistad tiene ciertos límites y uno de ellos es el dinero. ¿Podríais vivir habiendo hecho eso? Seguro que sí, tendríais muchos millones. Posiblemente algún ingenuo esté pensando en devolverlo. O peor: en donar el dinero a una asociación de buena voluntad. Venga, es solo dinero, y precisamente por eso no pasaría gran cosa porque el beneficiario fuerais vosotros y no la otra persona, ¿verdad? Además, ¿por qué iba a merecerlo ella más? Pero es solo dinero y si hiciéramos lo justo, esto es devolver el cupón a su dueño, también podríamos seguir con nuestra vida incluso sin remordimientos. Y no nos arriesgaríamos a sentirnos peor que un gusano perdido entre un montón de tierra seca. Dinero o amistad, ¿qué vale más? Como siempre, el interés. Podemos hablar de que es cuestión de supervivencia, de la selección natural, la ley del más fuerte (a pesar de que esto no es más que suerte, azar en esencia). Más allá, podemos considerar la amistad en sí como una cuestión de recíproco interés, el deseo de sentirse bien acompañado, el mero placer, la confianza en alguien que puede robarte un cupón premiado en cualquier momento... Todo eso nos hace sentir bien, tan bien como nadar en billetes que con toda probabilidad merecemos. 

Pero ya está bien de reflexionar, yo he venido aquí a recomendaros una película: Despertando a Ned. No voy a decir que os gustará porque os podrá parecer una mierda. Me limitaré a decir que para mí mereció la pena verla, y os dejaré una magnífica canción de la banda sonora para vuestro completo disfrute así como una imagen de la escena más graciosa de la película.

Sin más dilación me despido, gracias por vuestra humilde y valiosa atención.

S.

sábado, 1 de junio de 2013

Cualquier explicación nos sirve.

La vida es como un tren, y como una estación de tren. Nosotros estamos sentados en cualquier vagón, no sabemos por qué estamos ahí, el tren aún no ha arrancado, no sabemos. Al mismo tiempo estamos sentados en un banco del andén, sin esperar nada. El tren se pone en marcha y a medida que avanzamos nos vamos dejando atrás, pero no nos importa hasta cierta parte del camino, cuando tomamos conciencia de que no va a parar, ni va a disminuir su velocidad, si algo ha de ocurrir  ahí ocurrirá, si es cierto que para, lo hará para siempre. Nos plantearemos si queremos que lo haga. ¡Sí, que pare! ¡No! Mejor no... Hemos dejado tantas cosas atrás, quedan tantas cosas delante... Pero todo eso está afuera, y nosotros dentro, o quizá formemos parte de la misma cosa. A veces nos levantaremos, incómodos, del asiento, otras simplemente nos abandonaremos en él o desearemos saltar por la ventana pero estará cerrada y nos dará pereza abrirla. 
El tren avanza con su traqueteo, nos muestra hermosos paisajes que elegiremos si ver o no, y paisajes con industrias oxidadas, y casualmente no hay ninguna persona. Nos preguntamos si están todas en el mismo tren, o si hay más trenes. Pero qué importa eso, no hemos visto ningún otro tren hasta ahora, ni siquiera otro vagón. Y no porque no hayamos deseado estar en ellos, es que no nos pertenecen. Avanzamos, avanzamos, y seguimos sentados en el andén. Como si en el momento en que el tren partió tú hubieras sido un espectro que se quedó sentado sobre la nada. Es, pues, como si te hubieras quedado en el mismo punto en que partiste, el tren se fue sin ti. Y sin embargo estás ahí, agradeciendo no estar solo y tener un libro que leer, mil cosas por hacer dentro del tren. Porque tú estás ahí y solo importa eso. Ser y no ser, al mismo tiempo.