sábado, 30 de septiembre de 2017

No te vayas sin probarla

Yo he comido mucha soledad
a lo largo de toda mi vida.
Se me ha llenado la boca de ella,
no podía tragar más
y aun así me la seguía comiendo.
Yo he gritado a la gente
“¡estoy sola!”
y como no me escuchaban
se lo empecé a gritar a los papeles.
Yo me he pegado
en la cara puñetazos
a causa de esta soledad.
He dejado de comprender el mundo
al estar sola
y al mismo tiempo
lo comprendí mejor que nadie.
Yo, tan joven,
con canas ya en el alma.
Yo he vomitado soledad
por los cuatro costados
y todavía lo hago
de vez en cuando.
Y tú también lo haces.
Y no se librará nadie.
Pero no temas:
la soledad tan solo es el camino
de regreso hacia una misma.
Si no te sientes bien ahí
no busques bifurcaciones
ni precipicios donde lanzarte,
sigue caminando
-y cambia mientras tanto-,
sigue,
sigue,
sigue,
hasta que te acabes follando
contra un árbol
y todo lo demás
te parezca más mediocre,
menos infinito
que tu propio amor
volcado hacia ti misma.

Entonces descubrirás
que la vida es de barro
y que tú
tienes unas preciosas manos
de artesana.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Porque las nubes son blanditas

Voy a volar.

En cualquier momento
voy a volar,
así que ten cuidao:
que vuelo.

Que en cualquier momento me piro,
que te querré menos,
que no siempre podré regar
las flores de tus dedos,
que no siempre podré pintar
otros corazones
de acuarela,
que a veces solo queda el negro
en mi paleta de colores
de tanto querer usar los otros.

Y el gris:
puede que ese también
lo encuentre intacto.
Prometo intentar
usarlo más.

Prometo intentar no salir corriendo
detrás de cada mariposa fluorescente
sin importarme que sea por mar
o por montaña...

Pero también prometo hacerlo.

He leído libros
donde existían personas
como yo.
Escritos por ellas mismas.

Todas ellas corrían
y se daban de hostias
una y otra vez,
aprendiendo con ello
constantemente.

Todas ellas tenían
la sonrisa más grande
y la tristeza más grande,
tan grande como el universo.

Y sufrían
cuando sufría el resto
y no sufrían
cuando se lo decía el resto;
cuando decían “haz esto
o aquello”
ellas reían,
preciosas como libélulas.

Pero lo que quería decirte es
que sé volar.

Que no tengo miedo de caerme
si no encuentro a tiempo
árbol donde posarme
porque sé levantarme sola
aunque a veces dude
de mí misma.

Así que no intentes ser árbol
y grítame a la cara que puedo.

Y que te encantan mis plumas.

Una siempre vuelve
adonde la apreciaron.