Estaba muy nublado y pensé que el sol ya se había puesto, así que me senté y me dejé llevar -o más bien atropellar- por mis desgastados pensamientos. La vista se me había perdido en el horizonte cuando lo sentí prender mis pestañas. Estaba ahí, colgando de una nube, no había llegado tarde esta vez. El desgraciado se había dejado lo mejor para el final, esa luz con sabor a mandarina que convierte el mundo en algo mágico por unos momentos, antes y después de dejar su estela. Lo miré fijamente. Quizá alguien debió haber evitado que lo hiciera, tal vez yo, pero no fue así. Lo sentí penetrando en mis pupilas y no pude ver nada más; me deslumbré. Ahora todo estaba distorsionado por una mancha absurda e incómoda en mitad de mi retina. Al fin y al cabo era mi especialidad destrozar momentos que deberían ser bellos y trascendentes. Reí muy fuerte, maldije mi suerte y me dejé caer hacia atrás sobre los codos, sobre las amapolas. Esas que habían crecido únicamente en mi cabeza. Entonces se me ocurrió preguntarme: ¿Dónde coño estoy? ¿Acaso soy una nube? No, no puede ser, tengo pestañas, y retina, y solo tengo gases cuando como alubias... ¿Entonces quién coño soy? ¿Adónde voy?
De repente oí un crujido procedente de un árbol cercano. "Basta de idioteces, querida" me dijo una voz de tronco, "te estás perdiendo lo mejor de la vida: disfrútala o te convertiré en una ardilla." Me encogí de hombros y me fui, fingiendo sonreír.
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