viernes, 29 de enero de 2016

Neuroticismo

Únicamente escribo poemas
porque me siento
obligada.
Obligada
por mi cabeza,
obligada
por las personas,
obligada
por la enfermedad. 
Si yo escribiera algo bonito como:
incendio,
paz
o sencillamente "bonito"
estaría soñando.
Si yo escribiera, sin embargo
y por causalidad,
que en días muy siniestros
cae una gota sobre la firme tierra
que la tierra no puede absorber
y la reblandece entera.
Que entonces, desde ese océano de barro,
comienza a surgir
una podredumbre de manos
cuyos dedos se alzan como tentáculos
tratando de arrancarle
el aire al cielo...
¿qué habría más real
que eso?
Mas nunca faltará una voz que diga:
"Tranquilo, cielo,
respira,
que solo son cosquillas..."

sábado, 23 de enero de 2016

El gran descubrimiento

 Eran las diez de la mañana cuando Ruth resolvió entrar a la pastelería para tomar un café. Esperó a que atendieran a una clienta mirando unas galletas integrales tras el mostrador. Lo sabía porque había un cartelito.
 Pasaron cinco minutos y Ruth pensó que no había perdido mucho tiempo, pero aun así decidió arriesgarse. Buscó un hueco en la conversación entre las dos personas y se dirigió a la vendedora.
 -Perdona, ¿tenéis leche vegetal?
 El rostro de la mujer se tornó en una incomprensión profunda, y le devolvió la pregunta cuidadosamente envuelta como si fuera un pastelillo:
 -¿Leche vegetal?
 -Sí... -contestó la muchacha-. De soja, por ejemplo.
 -¿Soja? -la mujer, asombrada, miró a la clienta que atendía para ver si era la única, comprobando que no. Su clienta, que era habitual, la tomó el relevo:
 -¿Qué es soja? - preguntó con dignidad, atusándose el cuello del abrigo.
 Ruth, que no era menos que nadie, se contagió de la cara de sorpresa de las otras.
 -Es una legumbre -añadió.
 -Doña Rosalia, ¿le pongo unos hojaldres? -intervino la vendedora.
 -Sí, por favor -y, dirigiéndose a la nueva:- ¿Como los garbanzos?¿Y cómo se saca leche de un garbanzo? -preguntó con escepticismo.
 Al rato estaban reunidas las tres y Antonio, camarero y ayudante que había sido llamado a acudir e increpado sobre el tema, obteniendo por toda respuesta una negación rotunda. Las cuatro se  inclinaban sobre una de las mesas de la cafetería, y Ruth dibujaba sobre un papel una especie de esquema.
 -¿Veis? La soja se tritura con agua, y luego se cuela y queda solo la leche.
 Todos dejaron escapar una exclamación contenida seguida de murmullos.
 -También se puede hacer con arroz, avena…y muchos otros cereales -prosiguió Ruth, con tanto orgullo por estar difundiendo conocimiento en aquellas gentes que no quería parar-. A decir verdad, también se puede hacer con frutos secos.
 -¡No! -doña Rosalia no se pudo contener-. ¿Cómo es posible?
 -De la misma manera que he explicado.
 -Antonio -dijo la pastelera, irguiéndose-. Llame ahora mismo a los proveedores y consiga una de esas leches. Y usted, Ruth, pásese la semana que viene y tendrá su café como desea.
 -Muchas gracias- respondió, y se fue sonriente.
A la semana siguiente la muchacha volvió a la pastelería. Eran las diez de la mañana y ya estaba poniendo un pie en ella cuando se percató de una afluencia de gente en el interior. La dueña estaba dando una conferencia sobre leches vegetales. Pero sus ambiciones iban más allá de la simple educación: quería extenderlas al negocio de los garbanzos.

miércoles, 20 de enero de 2016

Enséñame las alas

La sala grande de la casa okupa estaba a reventar. Personas de lo más variopintas se amontonaban en la oscuridad, la mayoría con un vaso en la mano, bailando de las formas más diversas. Luces de todos los colores rebotaban contra las paredes descascarilladas, rápidas, intermitentes, alucinógenas. Un grupo había tocado sobre el escenario improvisado, pero no tardó en acabar. El rock dio paso a una música de discoteca o de rave, a más alcohol… y en el escenario estaba ella. Era difícil verla, con el gentío y aquellas luces, pero un débil foco trataba de  iluminarla. Estaba desnuda a excepción de unas bragas y unos calcetines gordos que la protegían de la suciedad y el frío. Se movía como los ángeles, para todos pero sin ellos. Porque en realidad estaba sola, y más que bailar se expresaba, como si quisiera enviar un trozo de su mundo al resto de una humanidad desconocida. Se agitaba sobre el escenario: a veces sus movimientos eran lentos, retorcidos, miraba sus manos con sorpresa, se acariciaba sensualmente, otras era brusca, furiosa, agresiva y sexual. De vez en cuando miraba a los ojos a los asistentes y se maravillaba.
 En un momento dado escogió uno al azar y fueron hasta el baño. Sin decir palabra, tomó la mano del otro y la llevó hasta su pecho. Bastó para que él se desnudara. Al rato, sus cuerpos estaban pegados el uno al otro y querían pegarse más, hasta que alguno de ellos ganara la pelea y, después, se rindiera. La chica lo besó y, al separar los labios, vio que el rostro de él era el de una muchacha terriblemente bella, o eso le pareció. Besó la cara femenina y acarició sus senos. No eran como los suyos. Los estrujó y luego los lamió. Alguien abrió la puerta y se las encontró follando y gimiendo. La cerró lentamente.

viernes, 15 de enero de 2016

CAMINANTES

Misteriosos pasos embadurnados de petróleo
recorren la ciudad, ensimismados.

Quieren encontrarse en su viscosidad,
pero un dios-demonio les aprieta con la mano
la cabeza y les impide levantarla.

Se les empiezan a caer los dientes,
no pueden pensar,
se asquean de ver tanto sus pies...
Suspiran.

Una retahíla de palabras que danzan en la niebla
surca rápido el espacio que contiene el aire
en la ciudad nocturna.

Ellos miran hacia los lados;
no ven nada, pero oyen
y se vuelven paranoicos como insectos.

Se suceden los días y las noches.

Todos se complacen
al mirar a las estatuas.

sábado, 9 de enero de 2016

Yo también

-¡Estoy harta de todo esto! ¿Quieres irte? ¡Pues ahí tienes la puerta! ¡Yo ya no quiero verte más!

 Resultaría redundante mencionar que había perdido los nervios. Estaba fuera de control. Y no solo eso: si le hubieran dado a elegir entre una manzana y cianuro, con toda probabilidad hubiera ingerido el cianuro.

-Mara -dijo él-. Me voy. Me voy a casa. Pero antes quiero que me acompañes a un lugar. Y luego, si quieres, toma la decisión de no volver a verme más o lo que creas oportuno.

 Ella fue tajante:

-No voy a ir contigo a ninguna parte.

Sin embargo era puro orgullo, pues si algo le caracterizaba era su curiosidad. No en vano a menudo se fascinaba por las cosas más insignificantes, como un cristal mojado, un hierro oxidado o una mota de polvo flotando en el ambiente. Solo hizo falta que el chico la tomara por el codo, con firmeza pero sin apretar, para guiarla hasta la puerta. Ella no dijo nada, apretaba las mandíbulas y miraba siempre para otro lado evitando cruzarse con su cara. Y no porque fuera la de él, sino porque era simplemente una cara, y no quería que nadie fuera testigo de sus emociones; como si éstas solo pudieran verse a través de los ojos y de las pestañas.
 Se montaron en el coche y él condujo durante diez minutos. Claro que Mara quería saber adónde iban, pero si rompía el silencio, el silencio la rompería. No obstante, veía por la ventanilla que hacía rato que habían salido del pueblo. Era media tarde. Finalmente, Joel se desvió por un camino de tierra y al minuto aparcó en medio del campo. Era una vasta extensión ondulada de tierra con hierba intermitente y un solo árbol.
Joel no dijo nada; en el asiento del conductor, miraba al frente. Mara lo sabía porque le había mirado de reojo. Parecía más tranquila, pero su cabeza seguía siendo un ovillo incoloro y amorfo. Se oyó el sonido seco de la puerta al abrirse y bajó del vehículo. Lo rodeo por la parte trasera y decidió caminar hacia abajo por la ligera pendiente, desprendiéndose de todo contacto con la civilización y, sobre todo, de Joel y de todo lo que representaba.
 En un cuento bonito, Mara llegaría hasta la orilla de un río, donde se sentaría a reflexionar, pero aquí solo había explanada. Era suficiente. Cuando se aseguró de haber perdido de vista el coche, gritó hasta desgarrarse los pulmones, sintiéndose estúpida, infantil, inmadura, todo lo que la sociedad suponía que debía de ser alguien como ella. Gritó, hasta que el viento se llevara las vocales. Y luego nada. Se limitó a mirar el cielo, triste. Era tan… azul. Quizás dorado, porque ni al otoño ni al sol les gusta pasar desapercibidos.  
 Se sentó en la hierba y posó, desadvertida, una mano en la tierra. Esto le sorprendió. ¿Cuánto hacía que no tocaba la tierra? ¿Acaso la había tocado alguna vez? ¿Cómo sostenerse sin ella? Y ¿cómo no tocar lo que te sostiene? Agarró un puñado, como si fuera polvo de estrellas, y lo observó detenidamente. Olió su humedad, y este olor desplazó en su cabeza a otro pensamiento, para el que ya no había lugar. Luego devolvió el puñado a su origen, se tumbó boca arriba, cerró los ojos y empezó a respirar lenta y profundamente, no con intención de relajarse, sino de aspirar todo ese aire que la rodeaba y que pertenecía a un mundo despojado de toda humanidad, donde no había nada y eso era lo más importante.
 Abrió los ojos y recordó que había algo por lo que tenía que estar enfadada y afligida, pero ¿no era éste un mundo carente de objetivos? La paz volvió a regresar, como si estuviera siempre revoloteando a su alrededor y ella solo tuviera que estirar la mano y apresarla cuando quisiera. Esto le hacía sentir segura: ya no había razón para el miedo.
 De pronto, sintió un cosquilleo en la mano. ¡Qué sorpresa! Una mariquita la había confundido con una roca. Había vida allí, después de todo. Fue la excusa perfecta para seguir perdiendo el tiempo formulándose preguntas obvias: ¿de dónde procede ese color tan rojo? Esta fascinación por los insectos, ¿es innata o aprendida? ¿Qué motivo la impulsará a salir volando de un momento a otro? ¿Qué puedo hacer para que se quede? Al fin depositó al animal con cuidado sobre la hierba y se levantó para irse, percatándose de que atardecía. Contempló, como en un lienzo, la mezcla de colores sobre el horizonte; la gran bola de fuego sumergiéndose en él, escondiéndose del mundo una vez más (¡cobarde!)... pero no iba a quedarse para verlo. Prefirió regresar al coche, cerrar la puerta produciendo un golpe seco y decir:

-Te quiero.