miércoles, 29 de mayo de 2013

De buena mañana

Hoy es el penúltimo día de mayo y mi ancha calle está plagada de golondrinas. Me he dado cuenta porque mi gata Miau se pasa el día en la terraza como escuchando cosas no mencionadas y mirando todo el rato hacia arriba. He pasado tantos días observándola mover la cabeza de un lado para otro con sus ojos amarillos bien abiertos, las zarpas arañando el aire de vez en cuando, y el sol brillando fuerte en su uniforme pelaje negro... Me maravilla mirar a Miau, pero hoy se me ha ocurrido ver qué miraba, y ahora sé que pasa el día observando a los pájaros, deseando jugar con ellos o tal vez degollarles. También sé por qué andan enfadados los vecinos: las fachadas están llenas de nidos por la parte superior, cerca del tejado. Justo hoy subió el hombre de abajo, el que pasa el día fumando en la terraza haciendo que el humo se me meta en el cuarto cuando estudio, y me exigió entrar para alcanzar un par de nidos que hay cerca de mi ventana -pues vivo en el cuarto, último piso- porque esos pájaros no paran de cagarse en los ladrillos. Para esas horas ya había hecho yo el descubrimiento de las golondrinas. Pasé dos horas asomada estudiando sus movimientos y forma de vida, no exagero, dos horas, en pijama, con los pelos despeinados y las legañas aún en mis curiosos ojos. Era un placer excepcional, jamás me resultó tan agradable despertar a las nueve de la mañana. El suave frío primaveral se posaba en los azulejos donde descansaban mis pies desnudos, eso hizo que me constipara; y las blancas nubes, también primaverales, se iban disipando a medida que el sol calentaba. Las golondrinas volaban sin mover las alas, tan cerca pasaban de los edificios que algunas casi tocaban mi cara. No tenían miedo, no sabían de gatos agazapados acechando. Volaban de aquí para allá con sus diminutos cuerpos negros y blancos, con su cola cuidadosamente dividida en dos, extendiendo un  bello mensaje que no solo no alcanzábamos a comprender sino que malinterpretábamos. Algunas daban de comer a sus crías no se qué, las crías asomaban sus diminutas cabezas por los huecos de los nidos y desde mi privilegiada posición alcanzaba a ver hasta sus picos. ¡Qué seres! ¡Qué adorables, qué sublimes! Aquellas vidas valían más que cualquiera de las que pasaban allí abajo, cruzando la despiadada carretera con el pan bajo el brazo. Solo una vida tan vieja como para haberse arrepentido de todos sus pecados podría equipararse al valor de aquellas golondrinas. No podían volar aún, así que mientras tanto miraban y aprendían, y esperaban la comida. 
Muy amablemente me dirigí a mi vecino en el momento en que vino a visitarme, y le comuniqué que había recibido una carta del gobierno, probablemente enviada a todos los propietarios de los últimos pisos, que explicaba la explícita prohibición de retirar los nidos de aquellas aves, bajo pena de una multa millonaria.
-Son especies protegidas, no estoy dispuesta a arriesgar mi dinero por un montón de cagadas -le expliqué-. Compréndalo, si yo le dejaría sin problemas...
El hombre pareció entrar en razón y se fue, no sin disimular su desagrado. Obviamente todo aquello era mentira, pero yo no iba a permitir que arrebataran su revolución a la primavera. Esas cacas estaban en el lugar correcto, mancillando una sociedad que había mancillado su verdadero hogar: el mundo. 

viernes, 24 de mayo de 2013

Armonía decadente

No me sale la poesía,
me he esforzado tanto
y no me sale.
He pensado tantas palabras:
bosque, cabra, tractor,
mariposa,
pero no encajan.
De la vergüenza
que me ha dado
me he escondido
y he dejado de escribir.
¡Qué dirían de mí
aquellos poetas que saben
que sí!
Que lo suyo es esto:
versos pulcramente refinados,
cada palabra justo encima
de la otra, las vocales
enlazadas también.
Ninguna imperfección,
todo encaja,
todo suena bien;
sus rimas sin polvo,
sus líneas sin torcer.
¿Y yo qué?
Yo estoy destinada a perder,
lo sé;
porque la poesía me pierde,
me escupe,
me abandona a mi merced.
No me quiere,
ella tampoco me quiere,
pero esto vez no me iré,
o me iré sin hacer ruido.
En cualquier caso
nunca lo sabréis,
como la lluvia nunca sabe
dónde va a caer.

lunes, 13 de mayo de 2013

Este título no existe


Dónde,
dónde,
dónde,
dime dónde hay un lugar
donde encontrar
todas las respuestas
o al menos dime uno
donde dejar las preguntas.
Dime que hay tortugas bailarinas,
        que los peces se peen,
        que viste un mamut,
dime que quieres a tu suegra,
dime que te hablan las verrugas,
                  los  Filipinos o los Donettes,
dime que echas de menos el colegio,
          que te comiste un brazo
                   y que luego lo cagaste
                                    entero,
dime que no es enero,
                   ni marzo,
                   ni octubre,
que te apasiona la mugre,
dime lo que quieras
pero no me digas
que mañana el sol saldrá
porque no me lo creo.

jueves, 9 de mayo de 2013

~~~\o/~~

¡Hay agua, hay agua! Hay agua en el lago de mentira que parece de verdad. Parece de verdad el agua porque tiene ese color incoloro y tiene hasta un pato y bichos muertos. Cuando hace viento se mueve. En el centro del no lago hay un chorro que hace de fuente, pero los del ayuntamiento dicen que todavía es demasiado pronto para ponerlo en funcionamiento, habrán de pasar ocho años más. 
¡Pero tenemos agua! Y nuestro parque ahora parece otro. Es más alegre y se respira algo de magia. Suelo sentarme sobre las piedras, como ahora, para hacerle compañía antes de que se ponga verde. Me gustaría meter los pies porque parece estar fría y hace calor, pero no me fío del todo de que sea agua de verdad así que me limito a mirarla y sonreír y decirle a mi perra que no se le ocurra beber todavía aunque no esté verde. El otro día estaba mirando su brillo y su correr y de repente vi un pez en el fondo. Me emocioné, pero resultó ser una bolsa. Aun así era el pez más bonito que he visto nunca. No sé cómo ha llegado el pato, igual se cayó mientras volaba o simplemente le gusta contemplar las nubes desde aquí. 
Me gustaría contaros más, pero la verdad es que solo quería que supierais  que tenemos agua en el lago, así que me voy a leer.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Como caminar por encima de un muerto

Era un día muy quieto, la atmósfera estaba blanca, no había ni una pizca de viento que agitara levemente mi pelo al salir del portal, y sorprendentemente no hacía frío ni calor. O debería decir que hacía tanto frío como calor. Aunque, a decir verdad, tal vez hacía un poco más de calor que frío, pero solo un poco. Todo muy quieto, tanto que no parecía existir el cosmos, con sus partículas y planetas y demás pululando por el espacio exterior. Nada más allá de aquella calle en aquel pueblo. Era como caminar por encima de un muerto. Las farolas habían sido cuidadosamente puestas durante la noche, ¡mi amado farolero al que nunca conocería por no existir! Pero yo quería que las cosas fueran así. Mi perra se me adelantó, como siempre, porque tenía un recado urgente que entregar, hasta la esquina de la calle y cuando yo llegué ya me estaba esperando orgullosa con un mojón perfectamente fabricado solo para mí. Lo recogí, sintiendo en secreto silencio el placer de sentir a través de la bolsa el calor que desprendía, lo arrojé a la papelera que colgaba de una farola (¡qué opinaría de esto mi amado farolero!) y deshice mis pasos de nuevo hasta el portal, con mi perra detrás olisqueando cada columna meada. Introduje la llave en el buzón; la publicidad no era muy diferente de la de los últimos ochenta días, u ochenta años. Había unas ofertas del Burger King que podría utilizar… para acicalar el arenero del gato. Cuando llegué a casa, el susodicho me miró mal, peor que cuando no le sujetas la puerta a alguien porque sencillamente no te da la gana o tienes prisa, y la persona te mira mal porque cree tener algún tipo de derecho especial a que tú sujetes la puerta para ella. Plantado en la entradita mi gato entrecerraba los ojos bajo sus diminutas pestañas. No me pregunté qué le pasaría esta vez, de hecho ignoré su actitud y acudí a abrazarlo y besuquearlo, pero él me la recordó propinándome un mordisco y esfumándose. Mi querido gato, me quería tanto que no sabía cómo demostrarlo. Te comprendo, pensé, a aquel novio mío también le pasaba y tuvo que dejarme. Pobre.

martes, 7 de mayo de 2013

Tac, tac, tac...

Fue casualidad que se encontrara subiendo las escaleras. Se estaba ahogando. No por el esfuerzo, se ahogaba de existencia. Sofocada, se inclinó con las manos en las rodillas y abrió la boca para coger aire. Mas de nada le servía el aire ya. Le daba manotazos; arañaba las paredes, también. Cayó sobre sus rodillas e intentó gritar, pero ¿para qué? Se estaba muriendo. Veía todo empapado de existencia, penetrándola, no de la forma que le hubiera gustado. Nadie veía agonizar a la pobre muchacha. Ahora reía. Las paredes seguían siendo blancas, tan impecables... ninguna mancha las confirmaba. Al fin todo acabó. Se echó la mochila al hombro, terminó de subir las escaleras y empezó a escribir. 

lunes, 6 de mayo de 2013

Mientras, todo pasa

Eres
como ese tipo de persona
que se pierde a sí misma
y espera que la encuentren
y no sabe dónde está,
sencillamente se ha ido
olvidando en un rincón
de sí;
entonces la estancia resulta
tan grande
que al hablar
se oye el vacío,
todo suena hueco
y sin embargo ahí está él,
encogido,
esperando
a que alguien le vea
y le recoja
o eche alguna manta por encima
para el frío de la noche
de ese sitio sin ventanas
donde corre el aire
que viene de no se sabe dónde.
Eres como un cómo,
como un por qué sin interrogación
que no espera respuesta.

domingo, 5 de mayo de 2013

Sé feliz, si sabes cómo.

La filosofía –o los humanos que la practican, es decir, cualquiera que se haga preguntas- dice muchas cosas, entre ellas que el objetivo final del ser humano es ser feliz, hallar la felicidad. Sea o no, he aquí la gran incógnita: ¿Qué es felicidad? Muchas son también las respuestas. No obstante, ¿cuándo sabemos que el número de respuestas a una pregunta ha concluido? Creeré que tal es infinito, que una pregunta jamás se termina de contestar, pues siempre puede venir alguien detrás a proponer algo nuevo, sea cierto o no -¿y qué es lo cierto?-, y me atreveré a hacer mi aportación.
Entonces, ¿es la felicidad el placer? ¿Acaso una mentira, un invento del hombre, un consuelo? Supondremos que alguien se ha sentido feliz alguna vez, mejor: lo ha sido. ¿Eran momentos efímeros o un estado duradero? ¿Cabe en la felicidad la tristeza, el dolor, o cualquier otro sentimiento que no nos es agradable? Si fuera así, diríamos que es un estado que se prolonga en el tiempo. Sería, por tanto, una percepción del propio individuo, una filosofía arraigada en él, a la que llamaremos, básicamente, su vida. Y como no hay vida sin dolor o padecimiento, la felicidad habrá de convivir con ellos necesariamente. No hay milagros. Como he dicho, me gustaría participar en este juego de respuestas y decir que, sea o no yo feliz -no olvidéis que uno puede hacer con su vida lo que quiera independientemente o no esto encaje con sus propias teorías o pensamientos-, quizá sepa lo que es la felicidad.
Felicidad es rodar por el césped sin miedo a aplastar una mierda. Es detener la mente y empaparse de todas las cosas que suceden alrededor como un mero observador. Ver cosas que antes no estaban allí. Es sentirse en un nivel de conciencia superior, de tranquilo éxtasis. Es reír, es llorar. Dar puñetazos a una pared y saber que la pared va a seguir siendo pared y tu puño un puño. Felicidad es que no te importe nada y te importe todo al mismo tiempo. Es, en definitiva, no necesitar explicar lo que es felicidad. Ni mucho menos demostrar que se es feliz.
No intentes alcanzarla, es absurdo, simplemente sé la felicidad. Sin engañarte, sin banales ideales que nunca alcanzarás. Tampoco la esperes, no es como el cartero o el mal tiempo, que tarde o temprano vienen. No la esperes porque la felicidad no va con quien la espera o necesita, no siente compasión, va a su bola, no se deja coger. Su función, si es que tuviera, es contener a aquellos que realmente la comprenden; acogerlos en su seno o ser acogida por ellos en una perfecta armonía donde todo cabe. Lo que menos, el miedo o la debilidad.

viernes, 3 de mayo de 2013

Sucede simplemente así

Estando yo sentada en una mesa de la biblioteca, inmersa en la lectura de uno de los libros que había decidido adjudicarme temporalmente, vi que alguien me miraba desde el otro lado de una estantería. Pertenecía a ese tipo de personas que nacen calvas y mueren calvas. Me miraba como si quisiera que me acercase a introducirle un dedo en el ojo. Fingí ignorar al viejo, que parecía buscar algo, y al rato volvieron a cruzársenos las miradas. Esta vez observé, por uno de los huecos sin libros, que alzaba la mano y me mostraba uno de Cioran. Yo hice lo mismo con uno de poesía de Bukowski. Al instante comprendí lo que ocurría. Me levanté de mi sitio para ir al baño, dejando como siempre todo esparcido por la mesa con la confianza de que nada faltaría cuando volviera. Siempre había sido así. Antes de salir cogí el libro que estaba leyendo, cuyo título no viene al caso, por si me entretenía en exceso en mi labor.  Así que salí, pero no era mi intención entrar al baño. En lugar de eso, me quedé mirando disimuladamente por una ventana que comunicaba el pasillo con la biblioteca; nunca encontré sentido a esta ventana, mas ahora me era útil. El viejo salió de su refugio tras la estantería para irse. Advirtió que nadie miraba -obviamente equivocándose, pues yo veía su inconfundible calva con tres pelos-  y al pasar junto a mi mesa se apropió del libro que le había mostrado. Mis poesías de Bukowski. Eran mías, yo había entregado el documento pertinente para poder llevarlo a casa. Eran mías, mías, mías. Entorné los ojos y me escondí de forma que al abrirse la puerta quedé oculta tras ella, siendo aquel el momento adecuado para salir y arrearle al señor con el libro en la cabeza.
-¡Devuélveme mi libro de Bukowski! - chillé con voz de pito. 
-¡No! - gritó él. Eso me enfureció.
Solté el objeto de la agresión, que cayó al suelo, y agarré el libro que me había quitado. Forcejeamos apretando los labios y matándonos con la mirada. Le mordí una mano y volvió a gritar. Soltó por fin el libro, y frotándose la mano me miró fijamente sin más expresión en la cara que la que le proporcionaban sus abandonadas arrugas. Entonces, aferrando fuerte el libro contra mi pecho, recité un poema que no recordaba haber leído:
Es inútil 
tratar 
de quitarle de las manos 
a la muerte
su guadaña.
Casi tanto
como tratar de quitar
de las manos
a la vida
la muerte. 

jueves, 2 de mayo de 2013

Os voy a contar una cosa...


Hoy me apetece escribir. Recuerdo que un día decidí ser poeta; como cuando decides si echar o no queso a los macarrones, yo decidí ser poeta. Y me senté, como ahora, frente a un papel en una pantalla –qué absurdos son los papeles ahora, ni siquiera los puedes tocar-. Prefiero no mencionar lo que ocurrió después, pero decidme, ¿cuántos de ustedes han decidido ser algo que todavía no se puede definir? Tras tantos años, tras tantos tantos. Les confesaré que el reto más difícil es ser poeta y ser feliz. ¿Cómo puede sentir uno un mínimo de júbilo en el corazón cuando ve a los pájaros colgando de los árboles con la lengua fuera? ¿O sentir congoja al observar los rayos de sol que salen de sus ojos? Los poetas estamos todos locos, y solo los locos quisieran ser poetas. En cualquier caso, adoro correr de puntillas entre campos de rojas amapolas, dando saltos, estirando bien las piernas o los brazos, para luego ir a caer de bruces en el Mar Negro y seguidamente ahogarme. Están los poetas que saben nadar, los que no, los que sin intentarlo se hunden y, aun así, ¡viven! Y se quedan ahí en el fondo escribiendo bellas poesías de tinta negra (corrida) que se desprenden para convertirse en peces, ¡y qué peces! Mientras tanto los de arriba fabrican empapados las gaviotas, que se comen los peces o se cagan en el mar o se mueren porque estaban enfermas, o deciden que les gusta más la ciudad. ¡Pero qué, ¿acaso podéis vivir sin agua, o sin aire…?! Las dos cosas son necesarias y elegir no es una opción. Los poetas de agua, los poetas terrestres, los poetas agua-terrestres… cojan todas estas etiquetas y péguenselas en el culo, que las etiquetas no sirven para nada ni en la ropa. Lo mejor es bucear en el vacío del cerebro y pescar –pero, oye, ¿para pescar no hay que estar fuera del agua? ¡No cuestione, no ve que soy poeta!- las palabras esas que están sueltas para amontonarlas en alguna parte y después llamarlas “inspiración”. ¡Ay, ay, ay, hoy me siento inspirada! ¡Voy a pescar mientras buceo! ¡Voy a…! O bien: hoy no estoy inspirada, voy a hundirme en la bañera a ver si se me ocurre algo… ¡Pero muchacha! ¿No ves que solo tienes que comerte las hojas y cagarlas ya escritas? Como he dicho, hoy me apetece escribir, así que me voy a cagar -¿o ya he venido?-, disculpen mi lenguaje, es que hoy no fui a saltar entre amapolas y ni siquiera me caí al mar. 

miércoles, 1 de mayo de 2013

Donde los ojos no se posan


No hubo nadie para contemplarlo. Aquel instante no murió porque no existió.
No hubo nadie para contemplarlo.
No hubo señal que indicase a los pájaros que era hora de volar muy alto, hincar el pico en un trocito de cielo y tirar de él para que entrasen las nubes, el color azul y finalmente un sol redondo y pálido con la temperatura justa.
Y aunque el día no nació muchos seres lo habitaron luego.
Cuando despertaban, ya estaba cada cosa en su lugar. Cada flor ya estaba y no sabían cómo ni se lo preguntaban.
Esas flores sí existieron.
No existió, sin embargo, aquel beso fugaz que, bajo un árbol, creció sin intención entre dos labios.