martes, 19 de marzo de 2013

Un puñado de letras sobre mi tumba

He cogido el bolígrafo y, para mi sorpresa, no me ha dado un calambre ni ha intentado salir huyendo. Simplemente se ha abandonado entre mis dedos, como una fiera mansa. Con la mano temblorosa alcancé a escribir las primeras letras sobre el papel, las cuales no formaron ninguna palabra coherente o al menos conocida en nuestro idioma.
No sabía qué escribir, solo quería saber si podía volver a hacerlo. Y así fue. Las palabras se sucedieron unas a otras, primero tímidas y luego rápidamente, saliendo a borbotones de mi mente. Entonces comprendí que la escritura no era algo mecánico, un conjunto de técnicas con mayor o menor calidad, un alfabeto, un medio para un fin, sino que era algo que estaba dentro de una misma. Era una misma sobre el papel, eran las palabras escritas sobre una misma.
Es algo tan sutil que no se puede atrapar con las manos, tan fuerte que no puedes escapar, porque lo puede todo. Está ahí cuando no quieres, cuando la necesitas está y a veces no; está aunque no la adviertas. Observando impasible y lista para atacar y destruir, y crear y permitirnos soñar lejos de todo límite, exentos de fronteras.