viernes, 10 de julio de 2015

Homicidio silencioso


Un hombre caminaba muy deprisa, vestido con algo parecido a un uniforme de guarda de seguridad, pero que no lo era. Había insectos alrededor. Subió las escaleras del metro hacia la calle. En la calle, sentado, había un perro vagabundo que le miraba fijamente, con firmeza pero sin rabia. "Estúpido perro..." pensó el hombre, y se encendió un cigarro. Pero no se dio cuenta de que se lo había colocado al revés y, enfadado, lo tiró al suelo. "Prefiero perder el dinero que la dignidad, y este cigarro ha pretendido arrebatármela". El perro olisqueó el cigarro del suelo. Miró al hombre, que ahora observaba atónito al perro, con la mente vacía.
-Déjame pasar -dijo el hombre-. Largo, chucho de mierda -insistió.
Pero el perro no se movió ni un centímetro. Como persona inteligente, decidió rodearlo y se marchó a casa. Allí se quedó en calzoncillos y encendió la radio. Una canción sobre Dios inundó la habitación. Era agradable. Fue al baño y en el umbral de la puerta se encontró otra vez con el perro, que lo observaba, con firmeza pero sin rabia. 
-Perro de mierda- murmuró-. ¡Largo, a tu puta casa, quiero ir al baño!
Pero, cuando fue a mover al perro, éste le gruñó. Se fue a la cocina y regresó con un cuchillo. Se degolló delante del perro, gritando: 
-¡Mira lo que me has obligado a hacer, animal!
El perro lo olisqueó mientras se desangraba. 







jueves, 9 de julio de 2015

Asesinos

La piscina municipal estaba abarrotada de gente. Yo me encontraba -o me buscaba- en el césped, tumbada en mi toalla, leyendo un libro que se me partía por la mitad. Sus hojas se volaban como si fuera otoño. Por mi lado, la gente iba y venía de vez en cuando. Me fijé en un hombre con el pelo por los hombros de un color indefinido, como marrón plateado, y que le caía como una cascada. Donde acababa el pelo, me imaginaba que había agua invisible chorreándole hasta los pies y dejando un sendero en derredor suyo. Me apoyé sobre los codos para verle mejor, con la sensación de que aquel hombre era un ser mágico que atraía mágicamente mi atención. Me lo imaginé en un lago rodeado de unicornios. Cuando quise salir de mi ensoñación, varias personas me estaban mirando, y una me tiró una piedra, lo cual me produjo daño y desconcierto. Instintivamente me levanté, buscando a mi atacante.
-¿Quién ha sido? - pregunté.
-Esta persona tiene ojos y mira.
Oí decir a alguien entre mi grupo de espectadores, que parecía aumentar por momentos. Me miraban en silencio. Alguien me tiró otra piedra y me acertó en la cara; comenzó a sangrarme la cabeza. Para entonces ya estaba tan asustada que me hice pis encima, y casi no sabía ni dónde estaba, del mareo. Me toqué la sangre con la mano; sentía un dolor agudo y un pitido en los oídos. La gente me rodeaba y se acercaba lentamente hacia mí, estrechando el círculo, encerrándome. No tenían cara, tenían calaveras. Me desapareció el pitido y el miedo dio lugar a una rabia desproporcionada. Se oían las voces de la gente que se bañaba más allá, en las piscinas. De repente solo quería cortar las manos a quien me hubiera lanzado una piedra, pero comprendí que todos eran enemigos y comencé a pegarles a todos, puñetazos y patadas. Sentí que unas manos de hierro me aprisionaban los brazos con fuerza increíble. Intenté zafarme, pero era inútil. Me propinaron una patada en el vientre y grité. Las piernas me fallaron y me derretí entre esos brazos, que no me dejaron caer. Y yo solo quería rendirme, ser amiga de toda esa gente, estar tumbada leyendo un libro y no volver a mirar a nadie nunca más...

sábado, 4 de julio de 2015

El origen de los plátanos

Me senté al ordenador y abrí el correo. “Hola destruida”, decía el correo, “has tenido 100 visitas en tu blog, de 19 personas...”. Sinceramente, desconozco por qué me llamó así, si mi nombre en la cuenta es “Biri” de apellido “Bi”. “...desde diferentes distribuciones geográficas,” decía el correo, “a saber: España, México, Argentina, Londres, Mongolia y Rumanía”. Le pregunté en voz alta qué estaban haciendo esas personas que habían visitado mi miserable blog. Y decía el correo: “Joaquín está sentado en un banco observando, sin intervenir, cómo pelean unas hormigas en torno a un escupitajo. Paco se mira al espejo preguntándose por qué debería afeitarse su fabulosa barba gris. Elizabeth se está pellizcando los ojos para no ver un atardecer. Jaime se examina el prepucio en un estado de contemplación. Sandra le está quitando la cera de las orejas a su gato con el dedo, para lamérselo posteriormente…” Llegados a este punto me cansé. Ya está bien, me dije, menudos bichos raros… Fui a la nevera y le pegué un bocado a un trozo de coliflor. Me rasqué la ingle me rasqué el chocho me quedé en pelotas y empecé a bailar en la terraza. Como no había música ni nada no tenía ritmo, por lo que algunas personas que pasaron por allí -era un primer piso- me lanzaron indignadas varios objetos como una zanahoria o un aparato para recortar los pelos de la nariz. Este último me hizo daño así que volví llorando a mi habitación. Entonces decidí divertirme como el resto de personas y me puse una película. Antes de nada salió una voz del ordenador que me dijo “esto es demasiado para mí, hija de puta”, y ya no dejó de hacer ruidos durante el resto de la película, que os contaré a continuación:
Una mujer tenía una aventura con el mejor amigo de su marido, porque decía de éste último que comía muchos plátanos vale pero lo que ella quería era que se los metiera por el coño y no se sentía satisfecha. El mejor amigo ni siquiera era guapo, solo alguien a quien tenía a mano. Tenía cara de batracio y le gustaba cantar ópera en la ducha. No cantaba bien, por eso lo hacía en la ducha: no quería que se avergonzaran al mismo tiempo de su cara y de su voz. El marido, al enterarse de la aventura, quiso vengarse, así que le apuntó al coro de la Iglesia. Pero luego cenaban todos en casa, sin rencores, y chupaban una suela de zapato en nombre de Dios. Y hablaban largo rato sobre cuántos niños iban a apadrinar, porque la mujer era estéril, y todos eran demasiado vagos como para adoptar a un hijo y cuidarlo. Ella quería que fuera negro, pero ellos preferían el amarillo, y decían que así podría poner su propia tiendecita en el barrio, si algún día tenían suficiente dinero como para traérselo. Por el contrario, si fuera negro, solo podría trabajar de gorrilla y eso no era un futuro digno, de ninguna manera. “Sí”, decía ella, “pero por lo menos nos traería plátanos de África”, con toda su ignorancia... pues todos sabemos que el origen de los plátanos se encuentra en Asia.

viernes, 3 de julio de 2015

D e s p a c i o . . .

Hacer todo despacio:
coger el tren despacio,
pagar despacio,
dejar de querer despacio.
Que cuando estemos cocinando,
comprando el pan,
haciendo un trabajo
o simplemente leyendo
algo
y el corazón esté agitado entre las costillas, 
temblorosas como manos,
nos digamos: “despacio… hacer todo despacio”.
Y empecemos a caminar despacio y hacia atrás,
y el pelo nos caiga despacio
y parpadeemos despacio.
Y que despacio se nos caigan las pestañas,
como deshojándose sin ser otoño
ni tristeza.
Y al pelear con alguien querremos gritarle
y golpear paredes, y lo haremos
pero despacio.
También las estrellas pasarán despacio
por el cielo, porque no hay prisa.
Y al mirarnos pedirán deseos y será
“haced todo despacio”,
como volar una cometa aunque
eso suponga que no vuele
en absoluto.
Y nuestro gato maullará pidiendo hambre
y nosotros le diremos “despacio… pídemelo despacio”.
Las bombillas se romperán despacio
y los cristales rasgarán dulcemente nuestra piel.
La sangre manará tranquila de nuestro cuerpo,
muy despacio, como si no existiera el tiempo.
Y lo contemplaremos con calma,
como quien mira el sol
en una tarde de verano
encegueciendo.

miércoles, 1 de julio de 2015

Cuento infantil

-Papá, he visto una camiseta muy chula de mi grupo favorito, ¿me la compras?
-Pídesela a tu madre.
En otras circunstancias, Toto iría al salón y su madre, tras barajar si merecía o no la camiseta, le daría finalmente el dinero. Pero su madre no estaba en el salón ni en casa, ni siquiera en un kilómetro a la redonda, porque sus padres estaban separados. Su padre era una lagartija y su madre una chicharra. Las lagartijas y las chicharras nunca se habían llevado muy bien, pero en una noche de pasión Toto fue engendrado, y la chicharra y la lagartija se tuvieron que casar. Ahora Toto era una mezcla de ambos, mitad chicharra y mitad lagartija. Es por ello que no terminaba de congeniar con la gente y no tenía muchos amigos. En el colegio le habían apodado “Chichartija”, pero en el fondo le temían un poco, porque era tímido y retraído, y al no ser como los demás –no era ni una hormiga ni un hipopótamo, una cabra o una jirafa- no podían predecir su conducta y optaban por ignorarle.
Cuando acabó el fin de semana, Toto volvió a casa de su madre.
-Mamá, he visto una camiseta muy chula de mi grupo favorito, ¿me la compras?
-¿Por qué no se la pides a tu padre?
Toto no contestó. Se fue a la habitación y abrió su hucha, sacó el dinero y se fue. Pero al llegar a la tienda, le pasó una cosa extraña, y es que ya no le apetecía comprarse la camiseta que anhelaba. No porque fuera a comprarla con su dinero y no el de sus padres, sino porque sentía en el corazón algo así como una pluma melancólica, una punzada de tristeza, una melodía de violín.
Al rato, estaba paseando sin rumbo por la ciudad, dando pataditas a una piedra. A veces, sentía que los demás le miraban por ser lo que era, pero no pasaba de ser un sentimiento, ya que en la ciudad había mucha gente mestiza y en general no llamaba la atención como en la escuela.
“¿Por qué las chicharras y las lagartijas no se llevan bien?” Se preguntó al dar una última patada a la piedra, que se coló en una alcantarilla. Miró al cielo, había algunas nubes y por el viento parecía que no tardaría en llover. No estaba seguro de querer volver a casa, pero de repente se sintió muy cansado y emprendió el camino de vuelta. “¿Por qué…?” Seguía pensando, cuando de pronto tropezó con algo. Era una libreta. Toto miró a los lados para ver si se le había caído a alguien, pero no había nadie, como si el objeto hubiera caído del cielo para él. “¿Estará… estará aquí la respuesta a mi pregunta?” pensó entusiasmado. Abrió la libreta, mas para su sorpresa todas las páginas estaban en blanco. Justo en ese momento, un pájaro extraviado se le posó en el hombro. Cuando llegó a su casa, empezó a escribir sobre él. Ya no se acordaba de la camiseta ni de las chicharras, de las lagartijas o de él mismo. Solo del pájaro… de los ojos negros del pájaro, que se hacían más y más grandes y le absorbían.