jueves, 28 de mayo de 2015

Su billete de ido, por favor

Iba caminando por la calle, vi una hoja que se parecía mucho a una mierda y me di cuenta de lo poco que me gusta la Policía. Estaba esperando el tren, sentada, mirando mi camiseta blanca, que brillaba, y no me di cuenta de nada pero casi
alcanzo
el
nirvana.
Y entonces un chico tenía unos zapatos horribles y una chica tenía unos zapatos horribles y a mí me salían las letras torcidas mientras contemplaba el césped verde del otro lado del cristal con tal de no seguir viendo esos horribles zapatos. Y pi
pi
           pi  
pi  
       pi  
pi,
ese sonido que nunca te deja vivir y del que nadie se queja. Y a mi alrededor todo el mundo era silencioso, pero más allá había voces que, quizás, hablaban. Y a mi alrededor se podía ver el otro lado del cristal pero más allá quizás estuvieran todos ciegos o dormidos, con tiritas en los ojos.
Y una rueda encima de un tejado, inmóvil porque no hay nadie que la empuje.
Y otra mujer que llega con unos zapatos insoportables aunque ella parece soportarlos muy bien pero a mí me hacen daño me atormentan, y no puedo cambiarme de sitio como si fuera simplemente una polilla de las que quedan pegadas en los atrapa-polillas, esos cuadraditos infernales con pegamento, de donde no pueden escapar y además tardan mucho, no se sabe cuánto, en morir. Es terrible. Y
pi
        pi
 PI
      pI
pi
Los trenes se son indiferentes aunque a veces echen carreras. Saben que el único objetivo es el tiempo, transportar mercancía en el tiempo: labios, dientes, uñas... zapatos.
Somos viajeros del tiempo que tenemos que pagar un billete muy caro para atravesar una nube de polvo y contaminación, entre pipís, voces y silencio.


reflexionaantesdedormir

Me estoy lavando los dientes y leo en el bote de gomina de mi hermano “fijación fuerte”. Como mi mente. Esta mierda han debido de hacerla con trocitos de mi mente. Han hallado la fórmula y lo peor: no me han pagado. Me miro al espejo, me recojo un mechón negro de mi corto pelo tras la oreja.
-Estoy orgullosa de ti - me digo - por no creer en la reencarnación.
Creo que a la gente le aterra mucho volver a la tierra, que su cuerpo sea cubierto de gusanitos, no poder cerrar los ojos voluntariamente. De alguna forma se consuelan con que hay algo más, y sin embargo a mí me hace inmensamente feliz creer en que, por fin, me voy a dejar en paz de una vez por todas. Es eso, es eso lo que hace la vida maravillosa y única. Tú lo sabes. Sonríe.
Hace poco se me enredó una mariquita en el pelo. Imagina que te ves en el reflejo de un cristal cualquiera algo en el pelo, te llevas la mano descuidadamente para quitarte lo que quiera que sea, un moco, una cagada, lo que quiera que sea, y pum, una mariquita sin puntos negros. La miras muy fijamente, asustada, como quien posee un tesoro muy valioso y teme algo pero no sabe qué. La mariquita simplemente desplegó las alas y se fue. Al fin y al cabo era un ser independiente.
Ahora el baño está limpio y eso me hace sentir orgullosa.
-Estoy orgullosa de ti - me digo-. Cortarte el pelo fue una buena decisión.

jueves, 21 de mayo de 2015

Toda clase de bichos

Me escondí bajo las sábanas y la amarilla colcha y te miré con ojos de búho. Tú no estabas: dormías. Aun así yo te seguí mirando, elevando mi cabeza a la altura de la tuya, con el temor de que de golpe abrieras los ojos y me vieras como a una niña curiosa. Porque eso es lo que era, supongo. Cómo puede llegar a maravillarme la mejilla de una cara que llevo meses viendo es algo que ni yo termino de explicarme. Sencillamente me asalta un intenso deseo de comprender, y la iluminación de cada poro en la mejilla es algo fascinante e inexplicable. Y sin embargo no tenemos nada que ver. A ti te sorprende que te pregunte por qué los pájaros se desplazan así, dando saltitos. Me respondes que todos lo hacen de ese modo como si eso importara. Y yo reacciono volviéndome irónica y mordaz porque no compartes mi deseo de penetrar en el mecanismo de las patas del pájaro; y te exijo que, ya que eres tan listo, me lo expliques. Es entonces cuando tú me proporcionas una respuesta tan simple y lógica que me hace sentir estúpida. ¿Pero qué es lo que les ha hecho evolucionar así…? Ahí estaba yo, agazapada en mi hábitat natural, entre las sábanas de ositos cuyo estampado no me importa porque soy bastante descuidada con esas cosas. Cualquier otra persona que fuera como yo, tendría la cama hecha y ordenada la habitación porque así es como le gusta que estén las cosas, pero yo, que en realidad soy como soy, solo soy capaz de hacerlo a medias porque me faltan los motivos necesarios para creer que la otra mitad merece la pena. Por eso las sábanas eran rosas con osos y corazones pero podrían haber sido verdes y con rayas. Tú podrías haber abierto los ojos y sonreído, somnoliento, ante tu público, y sin duda así es como reaccionaste instantes después. Pero ahora yo adoptaba mi forma de bicho bola, encogiéndome sobre mí misma, con la mirada oculta y desplumada. Al moverme te moviste tú y me rodeaste con tus brazos. Al rato caí dormida y se acabó. No recibí ninguna explicación sobre la repentina atracción de tu rostro a las cuarto de la tarde de un miércoles en que yo hallaba, medio muerta, mi libertad tras los exámenes finales. Tampoco sobre la forma en que se desplazan los pájaros, o sobre qué es lo que impulsa a las mariquitas a no desplegar las alas aunque estés a punto de aplastarlas con la punta de los dedos, o a volar en cambio cuando no haces el menor movimiento. En su lugar soñé con que nuestras pupilas eran, en realidad, trozos de cuerpos de hormigas negras. Y tan bien colocados que parecía mentira…