viernes, 2 de diciembre de 2016

Algunas revelaciones

Otra vez aquí.
Escribiendo.
Esta vez en el reverso
de los análisis que me mandó
el otro día
el ginecólogo.
Me dijo que no tenía nada:
ni cáncer,
ni ladillas,
ni vergüenza...
Nada.
Lo que quiero decir
es que me gusta
reciclar.
Por eso cambio más
de sentimientos
que de bragas.
Ya no sonrío
por no tener que dar
explicaciones.
Un ejemplo:
ayer bajé a la frutería
a por manzanas
y me dijeron:
“solo nos quedan dientes”.
Póngame un par
de ellos - concluí.
Así que aparecí por casa
con dos kilogramos
de incisivos.
“Para que luego digan
que la vida no es
improvisada”
le comenté a mi madre.
La pobre no pudo más
que darme la razón
y luego
me soltó lo de siempre:
“saca al perro
y no vuelvas por aquí”.
En ese instante me pareció
que tenía la cara
del icono de la caca
del whatsapp,
de modo que rompí a reír
y se enfadó.
Lo que quiero decir
es que las cosas relevantes
no están en los poemas.

martes, 22 de noviembre de 2016

Vinieron a llevarse nuestros árboles

Vinieron a llevarse nuestros árboles
y no dejaron nada.
Un día
un recuadro de tierra sobre la acera
donde no recordábamos
que hubiera habido algo
(porque también
nos robaron la memoria).
Otro día
murmullo de gentes agrupadas
mirándose entre ellas
pero no a nosotros,
invisibles,
mirando desde lejos.
Y al fin,
no sé cómo pasó,
nos encontramos sin sombra
y apenas el oxígeno nos daba
para comunicarnos las unas y los otros.
“¡Se acabó, se acabó!”
gritaba don Eugenio.
“Vinieron
pero no les vimos”
decía la Lola.
“¡Fueron ELLOS!”

Buscamos por los barrios
las ramas que habíamos tenido
solo porque nos resultaba extraño
no tenerlas.
“¡Son nuestras!”
Se nos pelaba la voz
en cada grito.
Pero por primera vez
las vecinas y los vecinos
conseguimos unirnos.
“Mira que si nos hubieran hablado
de los árboles
nuestros padres...”
De pronto un niño
se atrevió a decir
que su abuelo le había hablado
de las hojas.
Entonces
-no sé cómo pasó,
pero creo que a todes
les sucedió lo mismo-
sentí que florecía en mí
como una antigua semilla de recuerdo.
“¡Lo sabíamos!” gritó alguien.
“SABÍAMOS que estaban allí”.
Pero ya no podíamos hacer nada.
Regresamos a nuestra calle hueca.
Los señores de la mañana
habían olvidado sus metros
sobre el suelo.
Subimos cada cuál a nuestra casa
y al ratito,
sin decirnos nada,
bajamos con las manos
cargadas de semillas
y las depositamos en cada cuadro
abriendo con amor los agujeros
que luego volveríamos a cerrar.
Nos prometimos cuidarlos
de ahora en adelante
nos prometimos cuidarnos,
caminar con los ojos más abierto,
hacer más caso a nuestros niños…
Al menos don Eugenio
se quedó más tranquilo.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Te quiero a odiar

Me siento amiga
de todas las personas
sin ser yo nada de eso:
ni amiga
ni persona.

Me siento ojos
de todos los ojos,
me siento cíngulo
de todos los cerebros,
vaho bajo la alcantarilla
-invisible y eterno.

Me siento en paz
y confiada.

No me vibra la voz
a la hora de levantarla.

Mis susurros son iguales
para todos los oídos.

Si me pides cosquillas te las doy,
si no
te las regalo.

Guardias, fruteras,
políticos, reinas,
peluqueros…
Todas las manos tienen uñas
y esto hay que saberlo.

Además
existe la poesía.

Puede que algún día
alargue una la mano
buscando servilletas
y solo halle palabras
con que limpiarse la boca
de telarañas.

De tanto señalar la luna
se me ha pelado el dedo
y nadie mira.
Y cuanto más
se me encoge el alma
más me siento a mí misma.
Junto al fuego.
Preguntando a mis heridas
si las curamos ya
o lo dejamos para luego.

Cariño,
te quiero a odiar,
no sé cómo decirlo.

A veces pasa
que las ideas me ocurren a mí
-aunque también desaparezco.

Ojalá
pudiera
acercar a alguien más
junto a mi fuego...

lunes, 24 de octubre de 2016

Reinvindicación de las feas

Las feas tendrían
que levantarse.
Reivindicar su derecho
a existir
aun siendo feas.
No contra las guapas,
los hombres,
las tetonas
o las delgadas.
Contra el concepto mismo de belleza,
contra el altar social
que se le ha levantado
como un pene mal erguido
para fornicar,
contra el patético intento
de objetivarla.
Y lo lograron,
no lo crean,
pero lo lograron.
Ahora todas creen que es algo
sólido
que se puede morder.
Incluso vomitar.
Las feas
tendrían que levantarse,
no para reivindicar
ser admiradas,
sino para que se las deje en paz.
Para que se las reconozca
su papel como personas.
«Miradme,
yo tengo galaxias en las orejas
como todas.
Tengo algo brillante
en la nariz
que me ilumina la boca
con la que hablo.
Puede que no te gusten
mis palabras
porque soy fea,
porque son feas,
porque hablo sobre pájaros
o cosas que no interesan.
Pero sueño -óyeme bien
mi sueño-
con que me mires a la cara
y me digas:
“qué fea eres”,
y me acaricies la mejilla
y sonrías
como queriéndome follar
por lo que soy».

sábado, 22 de octubre de 2016

Conversando con tu amable voz interior

-Me gusta.
-Pero, ¿te gusta él o estar con él?
-Me gusta lo que soy cuando estamos juntos. Porque somos tres: él, yo... y nosotros.
-Pero es muy poco feminista. ¡Tú no le necesitas!
-No, pero lo quiero.
-...tú no has dicho eso.
-Me parece que sí.
-No. Tú tienes que ser insegura. ¿Y si todo es un engaño? Deberías deshacerte de todo, pero no te atreves.
-Debería deshacerme de ti (pero no me atrevo).
-Sin mí, ¿cómo arderás en el infierno?
-Todavía no es invierno.
-Pero tienes sus manos *tono burlón*. ¿Verdad?
-Sí. Jódete.
-Qué te jodan a ti, si es que te atreves.
(Silencio)

domingo, 25 de septiembre de 2016

Instinto de razonamiento

Tal vez nadie
esté preparada
para ser madre.
Para transmitir la mierda
de generación
               en generación.
Resulta
que cuando ya te has,
más o menos,
adaptado al mundo,
superado
tus problemas mentales,
te toca enseñar a otro
a hacer lo mismo,

Ninguna mujer lista
querría arriesgarse a destrozar la vida
de otro ser inteligente
y vulnerable.
Demasiada responsabilidad.
(No es cobardía esto que presento,
son conclusiones lógicas
fruto del intelecto…)
No estoy hablando
de si la vida merece o no la pena
ser vivida.
Estoy hablando de la muerte.
Incontrolable.
Abyecta.
Solitaria y, a su vez,
fenómeno de masas.
Ajena a la crujiente ternura
de las crías.

Qué derecho, decidme,
qué derecho tenéis
de parir muerte.
De dejar que otros se coman
vuestra más asquerosa basura,
por mucho que después
les dejéis la boca llena de flores.
Sabéis perfectamente
que no tenéis maldita idea
de educar.
A ninguna de nosotras,
ni tampoco a vosotros,
futuros posibles padres,
nos concedieron el título de pedagogía
en la universidad.
Y nuestras intuiciones son malas.
Un cúmulo de porquería
que muy probablemente
ha conducido el mundo al desastre:
eso lo hemos hecho nosotros,
nuestros padres,
la madre que los parió,
y ahora queréis también
que lo reproduzcan nuestros hijos.

Pues yo me niego.
Me niego a transmitir los genes
que portan mis ojeras.
Si bien las quiero,
no tengo por qué obligar a nadie
a que las quiera.
Son mías,
moradas,
con el color del universo.
Yo he aprendido a protegerme
de sus monstruos,
pero no puedo prometer
que no se coman a mis hijos.
Sencillamente no está en mi mano.
Ni en la vuestra tampoco,
por muchos aires de grandeza
que os convengan
para conservar vuestra pésima autoestima.

Lo que sí podéis hacer
es salir a la calle
y abrir un cubo de basura
para extraer de él
alguno de esos niños sin hogar,
si lo que queréis es 
sentiros generosos...