domingo, 15 de diciembre de 2013

Domingo, 15 de diciembre de 2013

"Estás empanada", "estás dormida"... Son cosas que suelen decirme a menudo. Oh, vaya, me digo, ¿será cierto? Entonces practico la introspección, pienso en qué estaba pensando, en qué he podido hacer para dar esa impresión, y descubro que no tengo sueño pero sí muchos sueños. Y seguramente no tenga sueño porque me haya tomado un café para poder enfrentar el día, porque anoche me durmiera tarde tratando de hilar mi vida. Cuando yo miro a un punto fijo no estoy empanada, ni dormida, estoy mirando recuerdos, como si ese punto lo fuera todo para mí. Sin embargo, el punto no se puede poseer, el punto te vuelve ausente, y lo peor de todo es: nadie puede ver ese punto. ¿Existe, acaso, ese punto? ¿Existe el mundo? Yo sé que mi mundo no es igual al resto de los mundos. Pero creo que no existe el mundo. A veces me digo cosas como "¿por qué no puedo sentirme yo como el resto del mundo? ¿por qué no puedo ser como el resto del mundo...?" Y me doy cuenta al instante de que yo no estoy en la cabeza de las personas, por mucho que ésta se les salga por los ojos. Entonces me replanteo mis preguntas y resultan algo así: ¿cómo se sentirán el resto de las personas? ¿podría comprenderme alguien a mí? ¿podría ese alguien sentirme algo más de un segundo pasajero? Quizás pueda llegar hasta el fondo de algún hueso. ¿Qué pasaría si algún día encontrara a alguien como yo? Probablemente nos llevaríamos muy mal. Seríamos felices, sí, comentando nuestros problemas mentales, porque sabríamos con certeza que realmente nos comprendemos, y la pena compartida sigue siendo pena pero es una pena divertida, podría incluso hacer ¡plof! y desaparecer. Pero nos pasaríamos las tardes y las noches envueltas en una manta con nuestros gatos, y nuestro chocolate, y nuestro agua, y ninguna haría un esfuerzo porque la otra hiciera algo diferente, y nos caeríamos muy mal porque querríamos estar en los mismos sitios y eso, si yo quiero estar ahí qué derecho tienes tú que te hace estar ahí sin que yo esté. Nos pegaríamos mucho, nuestras peleas serían insoportables y acabaríamos llorando y nos haríamos mucho daño, y luego de gritarnos "¡Estás loca!" volveríamos a nuestras mantas como si nada hubiera pasado y nos entretendríamos con alguna cosa. Y os preguntaréis: ¿cuál es la conclusión de todo esto? Pues ninguna. Lamento haberos hecho perder vuestro valioso tiempo, personas que esperan que todo tenga algún sentido, pues la respuesta a todo es nada y la respuesta a nada es: que te den.
Queridos reyes magos: quiero un vibrador.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Unas lucecitas, eso es todo

Estoy en el tren. Es de noche y contemplo las anaranjadas farolas en las calles que se ven tras el cristal. Pienso en la Navidad, ¿será éste el encanto de la Navidad? La belleza de las luces anaranjadas en las noches frías, en los días pálidos y fríos. De repente desenfoco las luces y veo que alguien me mira desde el cristal. Soy yo. Me muevo para comprobarlo, pues resulta inquietante. Los labios sonríen ligeramente en una especie de sopor. Los ojos tienen ojeras… definitivamente soy yo, esta cara de demente soy yo. Los ojos cansados sobre las ojeras luchan por encajar con esa vaga sonrisa, intento abrirlos un poco más, pero no se mueven, a pesar de que yo noto cómo se expanden. El pelo cae oscuro a ambos lados de la cara, la protegen, pero no la cubren. Ya no puedo ver las luces, se han ido, ya solo puedo verme a mí sobre algo negro y me invade una sensación de pánico al pensar que no voy a poder escapar de esta imagen mía. Y quiero volver a ver las luces, quiero ver las luces, el exterior en mí y no a mí en el exterior.
No puedo soportarlo más y me bajo en la siguiente parada, no sin cierta torpeza. El frío me abofetea la cara y mis manos vuelven a estar muertas, pero me siento mejor. Camino, sintiendo mis pies sobre el suelo, y miro a un hombre viejo que a su vez me mira, y me siento tan identificada con él que quiero decirle: “yo también lo sé”. No sé dónde estoy pero siento que las calles me son familiares y a la vez que no he estado allí en mi vida. Porque se supone que tengo una vida. La Navidad ha vuelto sin sus luces. Un gato pasa junto a mí pero no me molesto en acercarme porque sé que huiría sin pensarlo. También yo huiría de mí, pero ¿cómo? ¿Y por qué? ¿Es que alguien puede estar inadaptado hasta tal punto…?

domingo, 1 de diciembre de 2013

Noexistir

Y vomitar amaneceres
como si no hubiera cerveza suficiente
con que ahogar nuestro silencio
no es tan mala idea
cuando no se tiene
nada que decir.
Y suplicar vacíos
en hondos agujeros
también tiene sentido
si nos damos cuenta de que
por mucho que ladremos rebeldía
siempre habrá en nuestro tejado
un gato que lo mire todo
de la forma más impasible,
como si las amapolas fueran rojas.