Recuerdo el día en que me
arrebataron mi inocencia. Tenía ocho años y estaba viendo dibujos animados en
la televisión -a esa edad, ver ese tipo de programas aún no era de maricones-. Era casi la hora de comer,
pero yo no lo sabía porque a esa edad tampoco se tiene apenas noción del
tiempo. La hora de comer era simplemente cuando tu madre daba un grito para que
fueras poniendo la mesa y lavándote las manos. "Pon la mesa y lávate las manos" decía, si no no lo
hacías. Cuando escuchabas un "¡A
comer!" y llegabas y encontrabas la mesa puesta y la comida
humeando ya en los platos era como si te hubiera tocado la lotería, a veces ni
siquiera te lavabas las manos, pero no importaba porque no había nada que temer
salvo la aburrida ducha (y en el fondo nos gustaba a pesar de que nos
escondíamos entre las sillas para que no nos obligaran a ello cogiéndonos por
las orejas).
Estaba viendo la tele, solo en
casa, con la única compañía de mi perra Luni cuando irrumpió mi madre cargada
de bolsas con la compra.
-Hijo, ven a ayudarme.
Obedecí, como siempre, más por
hurgar entre las bolsas en busca de algo interesante que por aliviar a mi
madre, y volví a ocupar mi sitio cuidadosamente moldeado en el sofá. Mi madre
siempre hablaba mucho, pero esa vez tenía algo que decirme.
-¡Mario, ven! - daba igual que
estuvieras agonizando, ella nunca venía- Que te he comprado una cosa.
Mis orejas se estiraron como la
de un perro. Por fin algo interesante, ¿serían cromos? ¿Bollos, tal vez? No,
aún seguía empeñada en eso de comer saludable -¡puaj!- por culpa de aquella
campaña del colegio –Cómete una pera, ¿a
qué esperas?-. Tendría que ir esta vez si quería desvelar el misterio, así
que me levanté y arrastré los pies hasta la cocina, donde mi madre me aguardaba
con aquella caja infernal color ciruela. El misterio lo desveló ella misma: un
reloj más feo aún que la caja que lo encerraba. A mí me pareció precioso. ¡Un
reloj! Nunca había tenido uno, podría haber sido rosa con florecillas chillonas
que me hubiera hecho la misma ilusión (no penséis que no hablo en serio, pues
así es), pero era marrón con decorados verdes, y las manecillas tenían forma
ondulada que recordaban serpientes reptando. Lo cogí y me lo acerqué a los ojos
para verlo con todo detalle. Los números caían negros sobre el fondo blanco,
las agujas parecían de plata, y digo parecían porque mi madre jamás hubiera
dejado en mis manos, literalmente, nada que tuviera aquel valor. Y no la culpo;
conocía mejor que nadie mi despiste.
-Trae, que te lo pongo, que
estás embobao.
Me agarró la mano y me apretó sin
mala intención aquel objeto infame en mi ya profanada muñeca, mas lejos de
quejarme partí satisfecho a emprender nuevas aventuras con mi nuevo compañero
de viaje. Como si aquel reloj me hubiera abierto múltiples posibilidades que
antes no existían. Sabía qué hora era en todo momento. A las 14:13 fui al baño,
luego ordené mis juguetes y preparé la mochila del colegio en lo que calculé
había sido media hora. ¡El tiempo existía! Ya no iba por ahí a la deriva, sabía
algo que otros niños no sabían: la hora, y eso me hacía poderoso. "¿Quieres saber la hora? ¿Quieres saber
la hora?" preguntaba impertinente a todo el mundo y antes
de obtener respuesta ya había informado hasta de los segundos. Pobre de mí, que
no era consciente de en cuán desgraciado me había convertido; ni siquiera mi
madre lo sabía, y de haberlo presentido jamás me habría regalado tal cosa. No,
era normal llevar reloj, solo era uno más, ¿qué podría haber de malo en
aquello? Era uno más, pero no por ello menos desgraciado. Ay, me habían dado
aquello para que supiera el tiempo, cuando era el tiempo el que se había
adueñado de mí. Ahora existían los minutos, existía la hora de comer e incluso
la de cenar, ¡y la hora del baño! Descubrí que en realidad todo había estado
planeado siempre y las cosas no sucedían por azar como había creído yo. La
única hora que sabía hasta entonces era la de entrar al colegio, las nueve, y
fijaros si era yo inocente que no sabía ni la hora de salida ni me importaba. A
partir de ese día viví atado al tiempo aunque no fuera consciente, ahora no
solo lo soy sino que sé con certeza que solo podré desatarme cuando muera. Que
aquella inocencia inconsciente que nos permitía disfrutar verdaderamente de las
cosas sin la angustia de estar avanzando sin posibilidad de volver ni detenerte
ha desaparecido para siempre, no puedes recuperarla, los segundos están por
todas partes, desbordan los relojes, te gritan al oído hasta dormido. Jamás
regaléis un reloj a un niño, ¿me oís? Es él quien tiene que descubrir el tiempo,
él mismo te lo pedirá cuando sienta que hasta la rosa tiene programa el
nacimiento.
Me gusta muchísimo esta entrada. De hecho, tiene toda la razón del mundo. Creo que a todos les pasa lo mismo. Hasta que no te regalan un reloj y te empiezan a decir que a tal hora se come, a tal hora hay que levantarse, etc. no se es consciente y, de pronto, tienes ese aparato que te ha organizado la vida.
ResponderEliminarY me gusta la prosa, no es aburrida, fácil de leer, pero sin pecan en lo simple.
Te doy la enhorabuena por esta entrada y un respetable aplauso.
PD: No sé por qué has cambiado el blog, siento curiosidad qué te ha llevado a hacer uno nuevo. Y prometo que cuando tenga más tiempo, le echaré un vistazo a las demás entradas. Llevo días queriéndolo hacer, pero no he podido.
Sigue escribiendo ;) Un saludo.
Vaya, gracias por tu comentario ^^
ResponderEliminarAdmiro que te lo hayas leído entero, yo soy la primera que peca de pereza al ver entradas así.
Pues digamos que he empezado una nueva etapa vital y he decidido reinventarme, es decir, dejar atrás a mi yo del pasado -aunque sin perderlo de vista- y hacer algo "nuevo". Romper con la monotonía, decir "¿Por qué no? Puedo hacer lo que quiera". Ese blog era importante para mí, quizá demasiado, por eso decidí enterrarlo y desenterrar otras cosas que tal vez no florecerían igual allí.
Gracias por interesarte, eres bienvenido, yo también me pasaré por más blogs cuando tenga más tiempo.
Es un buen relato, te felicito. Expresa muy bien ese momento en la niñez en el que uno se da cuenta de que las cosas suceden, que el tiempo existe, y precisamente a través de esas cosas tan pequeñas y cercanas en las que uno no suele fijarse, como la hora a la que tu madre pone la comida o la de ir y salir del colegio. Recuerdo que de niño nunca tenía claro la hora a la que salía, me lo preguntaba a menudo porque no estaba seguro, claro que no me preocupaba demasiado. Además tiene un sentido del humor notable, que hace que el cuento sea agradable. Creo que al niño le hubiera sentado bien en ese momento de esclavitud, cuando le regalan el reloj, leer a Cortázar (por cierto, recuerdo mi primer reloj Casio que me hizo mucha ilusión)
ResponderEliminarTe paso esto de Cortázar, para completar mi comentario:
"- PREÁMBULO A LAS INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA A UN RELOJ- Piensa en esto cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algoque es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj".
El caso es que el niño no se siente esclavo hasta más adelante, en ese momento se siente bien, más o menos, descubriendo.
ResponderEliminar¡Me gusta el relato! Como siempre, tenías que dejarme mal :(