viernes, 26 de julio de 2013

Y cae, cae, cae...

Oh lágrima que desciendes
por montes iracundos,
desperdicios de épocas pasadas
en que consumíamos con exceso.
Tu estela no nos servirá
para evadirnos de errores futuros,
pues aquí yacemos
con todos nuestros huesos que agonizan
entre finísimas venas de colores.
Las aves ensordecen
al picotear los ojos de los muertos;
no son muy diferentes
de quien se posa debajo de un búho.
Aquí, lágrima,
pura
y sola
y otra vez pura,                                       
solo hallarás condena.                                                               ¡! Gasten cuidado al asomarse a la ventanita
Por eso te pido que te seques,
que no cedas,
que desertes.

viernes, 19 de julio de 2013

Se oye una melodía

Él es casi un anciano, pero sin el casi. Tiene una joroba subida en lo alto de su espalda y se sostiene inclinado sobre los objetos del enorme vestíbulo de la lujosa, impecable mansión para poder andar. Ella le observa desde la planta superior, ataviada con un vestido largo y elegante. De repente salta y cae lentamente, precediendo a su vestido, como si fuera un pájaro de grandes  alas, en el centro del vestíbulo. Comienzan a bailar agarrados; giran y giran al son de la música clásica. Él sostiene su mano y su cintura y ambos conforman la absoluta armonía de una melodía. Van bajando el ritmo hasta detenerse y ella comienza a derretirse escurriéndose hasta un extraño sumidero. Él se convierte en escarabajo y corretea con graciosas patas hacia la cocina, donde vuelve a trasformarse en un camello. Siente sed y bebe el agua de un cuenco que hace que regrese a su forma original de anciano. Entonces se sienta sobre una de las sillas, entorno a una mesa, y es consciente de la verdad terrible: ella ya no está. 


miércoles, 17 de julio de 2013

Vagabundeando voy.

Hoy la luna parece un gajo de mandarina. Creo que hay alguien encerrado ahí adentro, pero no es lo suficientemente traslúcida para apreciarlo. He descubierto que hay arañas en el parque, arañas peludas con patas infinitamente largas que te persiguen aunque no vayan en tu misma dirección. A mí aún me están persiguiendo. También hay erizos -a los que, por cierto, tampoco gustan de que los persigan-. Ahora solo veo oscuridad y se oyen fuegos artificiales a lo lejos, o tal vez un perro bebiendo. Lo mejor del verano son las noches al aire libre. No sé dónde estoy, es probable que en ninguna parte, esperando y esperando. Pero no oigo pasos. Nunca se oyen. He visto a un anciano que apenas podía sostenerse sobre sus dos piernas empujar a su mujer en silla de ruedas, después de todo puede que aún queden cosas por las que luchar. Hay poetas que no miran la luna, sabéis. Escriben sobre ella pero no la ven. Se inventan que es maravillosa, se lo imaginan, pero no saben que a veces es una mandarina, y a veces es tan siniestra que da miedo observarla porque te mira con su sonrisa despiadada y temes que vomite sobre ti. O temes ver el nombre de alguna personita surcando tu cerebro. ¿Estará mirando la luna? A quién le importa. La luna, al igual que los pavos reales, no ha sido hecha para mirarla. Dejémosla en paz, y si la miramos que sea en silencio... Shhhh, que nunca sepa que he escrito esto. 

martes, 16 de julio de 2013

¿Te vas tú o me voy yo?

Un pájaro intermitente dio una o dos vueltas a la luna y se esfumó. Las nubes sobre el claro azul no decían nada. Y yo no podía ver otra cosa porque estaba tumbada bocarriba sobre el césped.
-¿Estás viva? – preguntó él.
-No.
Hice una pausa y añadí:
-Pero tampoco estoy muerta.
-¿Y cómo estás?
-Vacía.
Era verdad. Ni siquiera podía sentirme mal en condiciones, había algo en el fondo de mi mente que me decía lo absurdo que era y me impedía mostrar cualquier expresión facial que no fuera apatía. Dicen que la cara es el reflejo del alma, tal vez esto sirva para confirmarlo. Me obligó por la fuerza –he de decir que no ofrecí mucha resistencia- a sentarme frente a él y me miró fijamente con esos ojos pardo-verdosos que tanto odiaba porque ya no eran míos.
-Di algo.
¿Cómo se atrevía a mirarme así? ¿Se daba cuenta de lo que gritaban mis ojos desde el fondo del vacío? No dije nada, no podía. ¿Qué iba a decir? No había absolutamente nada que decir, solo quedaba lamentarse y nunca me gustó dar pena o demostrar que soy vulnerable. Simplemente le devolví la mirada y estuvimos retándonos un rato. A veces sonreíamos, con esas sonrisas que llegan cuando menos sentido tienen… Pero yo seguía herida porque sabía que él pensaba en otras ninfas y me las imaginaba muy superiores, con cuerpos esculturales y caras pálidas y hermosas contra las que yo nada podía hacer. Estaba claro que tenían algo que no tenía yo: la posibilidad de tenerlo a él. Y yo solo podía conformarme con las migajas que se dignaba a ofrecerme de vez en cuando, porque sabía que tarde o temprano acudiría a comerlas de su mano. Porque tal vez me odiaba más a mí misma que a él. Estaba diluida en el más espeso de los lodos, el cual me impedía terminar de hundirme, por eso parecía paralizada. Por eso me negaba a hablar, a fingir que existía, pero no podía negarme a quedar con él. Había algo que yo no era capaz de asumir, y nadie lo entendía. Supongo que no nací para aceptar ni ser aceptada. De repente me lanzó un rotulador morado, me di la vuelta y escribí de cuclillas en el muro:
Hace tanto calor
que los pájaros no cantan;
estarán derritiéndose
en algún lugar…

Cuando los pájaros estaban a punto de convertirse en murciélagos nos levantamos y decidimos irnos. Quizá al revés. En cualquier caso no nos molestamos en recoger los plásticos que habíamos dejado por el suelo. Estaban cubiertos de hormigas que, por alguna razón, querían hacerlos desaparecer: allí no había ya nada que comer. Tal vez se los llevaron, quién sabe. Caminamos y caminamos. Finalmente yo no quería despedirme y así se lo hice saber:
-¿Me das un abrazo?
-No.
Pero me lo dio igualmente y se fue. Y ya no nos volvimos a ver, aunque seguro que sí vio a muchas otras. 

domingo, 14 de julio de 2013

Tac tac tac, suenan los zapatos al pasar

La gente pasea babeante bajo la gran cúpula con sus mandíbulas inferiores desproporcionadas y rebosantes de mugrientos dientes indispuestos. Los ojos muy abiertos. Algunos van juntos pero no se hablan -familias, parejas, amigos-, en su mente resuena únicamente un pensamiento, una especie de "sdhusifhaweiogfuweiotgju". Se dan la mano. Miran a todas partes, como buscando algo, cualquier cosa, aunque no la necesiten. Necesitan encontrar, aunque no se tengan. Sostienen bolsas en sus manos, es lo único que tratan con cuidado. Pasos descontrolados. En el interior de las tiendas también hay personas babeando, inclinándose sobre el mostrador miran a la puerta o a través de los cristales y a veces hacen gestos con los brazos para atraer a los paseantes. Algunos cambian de color, se vuelven morados, rojos, verdes, según el de los escaparates. Entran, manosean la ropa y otros productos, la lanzan por los aires sobre sus cabezas y sonríen, si es que con esa boca se le puede llamar sonrisa a lo que esbozan. Les gusta tanto que se la comen y la tienen que pagar, aunque algunos no pagan. Cuando intentan hablar suena algo parecido a "bla blu blá" y se sienten satisfechos. Saben lo que dicen, incluso pueden llegar a entenderse entre ellos. Sueño con el día en que la cúpula esté vacía, habitada solo por un aire que susurre abandonos a la nada. Un día en que, sin causa aparente, por el mero placer de ser, se derrumbe y de sus escombros crezca, por lo menos, una flor. 

lunes, 8 de julio de 2013

Espérame allí

Parecía que hacía tan solo unos minutos que había estado con ella, y así era: ciento treinta y siete minutos. Ahora estaba en el aeropuerto, siguiendo a Pablo y Ana hasta la puerta de embarque, y pensaba en aquel momento casi mágico.
Todavía sentía el óleo rasgando la tela sobre la que la pintaba. Todavía la veía completamente desnuda sentada sobre el borde la cama, sin posar, solo mirándole como una especie de animalillo que no supo descifrar. La única norma era no hablar; a ella no le supuso un gran esfuerzo: era muda. Se comunicaban por gestos, pues aparte de no poder hablar, prefería observar que escuchar. Amaba febrilmente el silencio. Él se había sentado junto a ella con el lienzo sobre las piernas, a ratos se lo enseñaba por si tenía alguna sugerencia y ella le señalaba las partes que aún quedaban por dibujar. Como si pensara que fuera a dejar el dibujo sin terminar, le miraba a los ojos y deslizaba su mano, sin tocarse, sobre sus hombros y brazos, sobre su cintura o sus piernas. Él asentía entonces y seguía plasmándola en la tela: a cada instante se volvía más imperiosa la necesidad de hacerla inmortal.
Recordaba su fino pelo negro, cortado por encima del hombro como si la hubieran arrebatado algo, sus pechos cayendo sobre las costillas y su piel delgada… Apoyaba las manos sobre el filo de la cama como si fuera el ser más delicado del mundo. Y no podía pronunciar palabra, el mundo la había privado de ese don y eso era cruel. Muy cruel. Así que ahora odiaba a Dios más que nunca, pues en cambio le había concedido el don de un silencio forzado, la había condenado. Aunque quién sabe si era eso lo que le hacía infeliz. Apenas pudo leer en sus ojos, intentaba mirarlos lo justo porque no quería perderse en tanta tristeza, melancolía, inocencia, o lo que sea que guardaran. Aun así el deseo de mirarlos le traicionaba, y por momentos se olvidaba de que estaba desnuda, solo existían ellos bajo sus pestañas, que simulaban protegerlos como un velo. Se imaginó cómo sería su voz.
A pesar de que de vez en cuando le enseñara el lienzo, ella le había dado libertad para dibujarla como quisiera, es decir, no había mutilado su imaginación. Conforme pasaba el tiempo él se iba concentrando más en su labor y pronto dejó de mostrar lo que pintaba, ella, obviamente, no dijo nada, pero tampoco se mostró molesta, simplemente le dejó hacer. En realidad no sabía muy bien lo que hacía, parecía que alguien se había apoderado de su mano de alguna manera y dibujaba por él, como si aquel cuadro estuviera destinado a nacer desde el principio de los tiempos. El resultado fue sencillo pero no por ello menos sublime. La chica aparecía sobre el lienzo tal y como estaba: sentada desnuda sobre el borde de la cama, con la diferencia de que en su mano derecha sostenía un espejo que reflejaba su rostro con los ojos cerrados - aunque los tuviera abiertos-, como si estuviera soñando desde algún lugar divino, pues la pintura parecía estar rodeada de un aura celestial y, sin embargo, algo siniestra. 
Adrián tenía prisa por coger el avión, de modo que, contra su voluntad, no pudo demorarse mucho más en aquella habitación de la casa, que encerraba a la chica como si se tratase de una prisión desde la que no podía gritar para pedir ayuda. Satisfechos con el trabajo, procedieron a despedirse. Ella le pagó, se dieron dos besos, se miraron otro momento y finalmente se separaron. Él no sabía que al salir a la calle le había observado tras las cortinas. Cuando le perdió de vista, la chica se tumbó en la cama y entró en una especie de trance. 
Soñó con un lugar, una pantalla y un número.
Después fue entreabriendo los ojos vagamente, viendo el techo aparecer y desaparecer, y una vez despierta del todo se vio arrastrada, consciente pero de forma casi involuntaria, hasta el aeropuerto de la ciudad. No sabía por qué ni para qué, pero sabía exactamente qué billete tenía que coger. Y lo cogió.

viernes, 5 de julio de 2013

Más vale nunca que tarde.

Acabo de despertarme
porque no ha sonado el despertador:
todavía falta media hora.
Hace tanto calor
que los pájaros no cantan,
estarán derritiéndose
en algún lugar.

Estoy intentando escribir como él;
supongo que así es como se sienten
los espárragos
cuando los sacas del bote
sin previo aviso.
Todavía no se me da muy bien cagar.

Soñé que escribía poemas
compitiendo con el cerdo de mi ex;
obviamente ganó él.
Los míos no valían
un pimiento.
Y aquí me tenéis,
volviéndolo a intentar
otra vez
volviendo.

Le escuché leer
encerrado en el baño
uno de ellos
con voz trágica,
como si estuviera llorando.
Cuando terminó yo aplaudía
desde fuera.
Creo que decía algo sobre
huesos y gusanos.

Él siempre dice cosas.

Pero no os voy a engañar:
soy una zanahoria, por eso
me dejó y por eso
sueño con él
en vez de con tocinos.
Las hortalizas no tienen
corazón, o eso dicen,
yo he debido de robárselo
a alguien
y por eso está defectuoso.

Después soñé que a mi amiga
su novio rumano le dejaba,
eso creía ella
porque el chico no sabía
nada.
Lo que pasa es que no le apetecía
follar.
Yo me puse a contarle
mi experiencia con los hombres
y me llamó subnormal.
Espero que al menos aprendiera algo.

Luego abrí los ojos
y me dije: Sonia,
esa chica tenía razón,
¿quién era?
La zorra resultó
no ser mi amiga.

Tardé unos minutos en tomar conciencia
de cada estúpida parte
de mi cuerpo
y después me hice café:
no había dormido una mierda.

Palabrería insulsa

“Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan”
y tiene que venir alguien
a estirarnos el alma
a bocados que se enredan en la calma
de un vacío robado.
En absoluto conozco su rostro,
en absoluto me dejo arrastrar
por el agua que brota de sus ojos.
Oh nadie, tu herida no será
diferente de las otras;
tu piel me está diciendo
que no hay nada tras los huesos
que oculta:
ni siquiera un corazón de plata,
fino y duro, desecho de miradas.
Para ti, que no existen las palabras,
el suicidio tampoco es una opción,
pues no existe en tu pensamiento
como en el de la dama Pizarnik
y su rostro desfigurado tras poemas
que arden en un grito.
Algo recorre estas letras,
es un bicho
derritiendo sus patas
sobre abismos que almacenan
a personas de noches indistintas
con sus propios abismos;
es un hueco de veras,
es una confesión entre la arena. 

martes, 2 de julio de 2013

Miss Nobody.

Era muy frustrante: quería llorar y no podía. Se sentía fatal y no lograba liberar esa tensión que la oprimía. En cambio se sentía como paralizada, necesitaba urgentemente el llanto o quién sabe si terminaría volviéndose loca.
¡Expresar tanta tristeza! Resultaba tan difícil. No sabía cómo hacerlo, creía que simplemente debía llorar para que se fuera.
-¿Te presto una lágrima? – oyó decir a una voz invisible, dulce y delicada.
-Vale- respondió ella.
Pudo comprobar cómo una gota húmeda bajaba desde su ojo por la mejilla. Al llegar a la barbilla, se desprendió de su rostro y cayó lentamente al suelo.
La muchacha bajó la vista y vio que había ido a caer sobre un charco que había junto a sus pies.
¿Serían sus… y por eso le era imposible llorar? Mientras pensaba en esto se percató con horror de que el charco se iba haciendo más y más grande. O acaso era ella la que empequeñecía. Eso debía de ser, porque al poco comenzó a volverse menos nítida hasta terminar disolviéndose en aquel lago de lágrimas y agonía, como alguien que nunca hubiera existido. 

Y nadie pudo hacer nada por evitarlo.