Oh, Madrid, Madrid,
de cemento torturado;
los mismos cimientos
que te sostienen
te destruyen,
los árboles se quedan
sin aliento.
Pero los pájaros aún cantan
y el sol amanece como siempre
en esta tierra
que ha visto tanta sangre,
y tantos pobres con hambre
como ricos.
Tus nubes negras,
tus lagos sin escarcha
no paran de esperar la noche
que los alivie,
que los consuele
o aniquile.
Soplamos sobre ti,
pero el fuego no se apaga.
Arde todo
menos las iglesias:
arden árboles y patos,
arde el tabaco en las esquinas
de suburbios malnacidos.
Faltan cartones, Madrid,
con que arropar a tus gentes,
sobran motores,
falta el viento.
Y aun así no podemos evitar quererte
los que aquí hemos nacido
y los que no.
No podemos evitar salvarte
de todo este desastre que te ahoga
y nos oprime.
No podemos llamarte libertad
mientras no haya para todos pan,
Madrid.
Siempre nosotros, pero sin ti.
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