Fue casualidad que se encontrara subiendo las escaleras. Se estaba ahogando. No por el esfuerzo, se ahogaba de existencia. Sofocada, se inclinó con las manos en las rodillas y abrió la boca para coger aire. Mas de nada le servía el aire ya. Le daba manotazos; arañaba las paredes, también. Cayó sobre sus rodillas e intentó gritar, pero ¿para qué? Se estaba muriendo. Veía todo empapado de existencia, penetrándola, no de la forma que le hubiera gustado. Nadie veía agonizar a la pobre muchacha. Ahora reía. Las paredes seguían siendo blancas, tan impecables... ninguna mancha las confirmaba. Al fin todo acabó. Se echó la mochila al hombro, terminó de subir las escaleras y empezó a escribir.
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