martes, 7 de mayo de 2013

Tac, tac, tac...

Fue casualidad que se encontrara subiendo las escaleras. Se estaba ahogando. No por el esfuerzo, se ahogaba de existencia. Sofocada, se inclinó con las manos en las rodillas y abrió la boca para coger aire. Mas de nada le servía el aire ya. Le daba manotazos; arañaba las paredes, también. Cayó sobre sus rodillas e intentó gritar, pero ¿para qué? Se estaba muriendo. Veía todo empapado de existencia, penetrándola, no de la forma que le hubiera gustado. Nadie veía agonizar a la pobre muchacha. Ahora reía. Las paredes seguían siendo blancas, tan impecables... ninguna mancha las confirmaba. Al fin todo acabó. Se echó la mochila al hombro, terminó de subir las escaleras y empezó a escribir. 

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