Este poema no es sino un cadáver que Malvado Dylan y yo hemos
ido construyendo cuidadosamente con los miembros de diferentes personas, las
cuales habitan en nuestro interior. El resultado de esto es un cadáver
exquisito que tiene vida propia y nada tiene que envidiar a Frankenstein. Espero que os guste o,
por lo menos, os asuste tanto que os quite las ganas de volver a leer un poema.
Una lagartija reptando
entre árboles aborrecidos
que susurran lamentos obstinados
se ríe de las avestruces
procaces que se esconden al alba.
No tiene sentido arrojarse
sobre hierbas escocidas,
pensó,
sin un poco de humor,
y trepó a la copa de un árbol
para, en la distancia,
ver morir a un grupo de fusilados.
En otro lugar, el tiempo
titila entre ascensores
que suben quejumbrosos
y bajan apesadumbrados
cargando pesos muertos
de seres vivos
dedicados a la rutina anodina
y al húmedo incendio colectivo.
Los troncos carcomidos
ya no saben qué pensar,
la verde ceniza hierba
ya no sabe qué creer
y yo no sé qué decir
salvo que a mi izquierda
los veo morir, y a mi derecha
los veo llorar y sufrir.
Escupid vuestros deseos al aire,
pues nadie sabe qué vendrá después.
¡No dejéis que vuestras lágrimas
caigan sobre la tierra,
pues brotarán tumores del alma!
Y ya tenemos suficientes marcas
como para dibujar atardeceres vanos.
Lo que nos queda es un barco ebrio
náufrago de tempestad,
sediento de metamorfosis.
que ya no sé si soy
hombre o mujer,
si mi vagina es una vagina
o una puerta abierta al infierno.
A veces veo el agua correr
y me pregunto: ¿de dónde huye?
Y quiero ir con ella para
escapar de mis venas,
abandonar mi esqueleto,
cantar mentiras a los cementerios.
No sé si eso es un ciprés
o un trozo de mortadela podrida
o mi alma hecha pedazos,
o quizás solo sea el maullido de un ganso.