Era muy frustrante: quería llorar
y no podía. Se sentía fatal y no lograba liberar esa tensión que la oprimía. En
cambio se sentía como paralizada, necesitaba urgentemente el llanto o quién
sabe si terminaría volviéndose loca.
¡Expresar tanta tristeza!
Resultaba tan difícil. No sabía cómo hacerlo, creía que simplemente debía
llorar para que se fuera.
-¿Te presto una lágrima? – oyó decir
a una voz invisible, dulce y delicada.
-Vale- respondió ella.
Pudo comprobar cómo una gota
húmeda bajaba desde su ojo por la mejilla. Al llegar a la barbilla, se
desprendió de su rostro y cayó lentamente al suelo.
La muchacha bajó la vista y vio
que había ido a caer sobre un charco que había junto a sus pies.
¿Serían sus… y por eso le era
imposible llorar? Mientras pensaba en esto se percató con horror de que el
charco se iba haciendo más y más grande. O acaso era ella la que empequeñecía. Eso
debía de ser, porque al poco comenzó a volverse menos nítida hasta terminar disolviéndose
en aquel lago de lágrimas y agonía, como alguien que nunca hubiera existido.
Y nadie pudo hacer nada por evitarlo.
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