Hoy la luna parece un gajo de mandarina. Creo que hay alguien encerrado ahí adentro, pero no es lo suficientemente traslúcida para apreciarlo. He descubierto que hay arañas en el parque, arañas peludas con patas infinitamente largas que te persiguen aunque no vayan en tu misma dirección. A mí aún me están persiguiendo. También hay erizos -a los que, por cierto, tampoco gustan de que los persigan-. Ahora solo veo oscuridad y se oyen fuegos artificiales a lo lejos, o tal vez un perro bebiendo. Lo mejor del verano son las noches al aire libre. No sé dónde estoy, es probable que en ninguna parte, esperando y esperando. Pero no oigo pasos. Nunca se oyen. He visto a un anciano que apenas podía sostenerse sobre sus dos piernas empujar a su mujer en silla de ruedas, después de todo puede que aún queden cosas por las que luchar. Hay poetas que no miran la luna, sabéis. Escriben sobre ella pero no la ven. Se inventan que es maravillosa, se lo imaginan, pero no saben que a veces es una mandarina, y a veces es tan siniestra que da miedo observarla porque te mira con su sonrisa despiadada y temes que vomite sobre ti. O temes ver el nombre de alguna personita surcando tu cerebro. ¿Estará mirando la luna? A quién le importa. La luna, al igual que los pavos reales, no ha sido hecha para mirarla. Dejémosla en paz, y si la miramos que sea en silencio... Shhhh, que nunca sepa que he escrito esto.
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