martes, 16 de julio de 2013

¿Te vas tú o me voy yo?

Un pájaro intermitente dio una o dos vueltas a la luna y se esfumó. Las nubes sobre el claro azul no decían nada. Y yo no podía ver otra cosa porque estaba tumbada bocarriba sobre el césped.
-¿Estás viva? – preguntó él.
-No.
Hice una pausa y añadí:
-Pero tampoco estoy muerta.
-¿Y cómo estás?
-Vacía.
Era verdad. Ni siquiera podía sentirme mal en condiciones, había algo en el fondo de mi mente que me decía lo absurdo que era y me impedía mostrar cualquier expresión facial que no fuera apatía. Dicen que la cara es el reflejo del alma, tal vez esto sirva para confirmarlo. Me obligó por la fuerza –he de decir que no ofrecí mucha resistencia- a sentarme frente a él y me miró fijamente con esos ojos pardo-verdosos que tanto odiaba porque ya no eran míos.
-Di algo.
¿Cómo se atrevía a mirarme así? ¿Se daba cuenta de lo que gritaban mis ojos desde el fondo del vacío? No dije nada, no podía. ¿Qué iba a decir? No había absolutamente nada que decir, solo quedaba lamentarse y nunca me gustó dar pena o demostrar que soy vulnerable. Simplemente le devolví la mirada y estuvimos retándonos un rato. A veces sonreíamos, con esas sonrisas que llegan cuando menos sentido tienen… Pero yo seguía herida porque sabía que él pensaba en otras ninfas y me las imaginaba muy superiores, con cuerpos esculturales y caras pálidas y hermosas contra las que yo nada podía hacer. Estaba claro que tenían algo que no tenía yo: la posibilidad de tenerlo a él. Y yo solo podía conformarme con las migajas que se dignaba a ofrecerme de vez en cuando, porque sabía que tarde o temprano acudiría a comerlas de su mano. Porque tal vez me odiaba más a mí misma que a él. Estaba diluida en el más espeso de los lodos, el cual me impedía terminar de hundirme, por eso parecía paralizada. Por eso me negaba a hablar, a fingir que existía, pero no podía negarme a quedar con él. Había algo que yo no era capaz de asumir, y nadie lo entendía. Supongo que no nací para aceptar ni ser aceptada. De repente me lanzó un rotulador morado, me di la vuelta y escribí de cuclillas en el muro:
Hace tanto calor
que los pájaros no cantan;
estarán derritiéndose
en algún lugar…

Cuando los pájaros estaban a punto de convertirse en murciélagos nos levantamos y decidimos irnos. Quizá al revés. En cualquier caso no nos molestamos en recoger los plásticos que habíamos dejado por el suelo. Estaban cubiertos de hormigas que, por alguna razón, querían hacerlos desaparecer: allí no había ya nada que comer. Tal vez se los llevaron, quién sabe. Caminamos y caminamos. Finalmente yo no quería despedirme y así se lo hice saber:
-¿Me das un abrazo?
-No.
Pero me lo dio igualmente y se fue. Y ya no nos volvimos a ver, aunque seguro que sí vio a muchas otras. 

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