-Me duele mucho aquí, doctora, me duele mucho aquí.
-Bueno, en unas semanas se le pasará.
-Perdona, creo que no me ha entendido bien. He dicho que me duele mucho, mucho, ¡usted tiene que hacer algo con eso!
-No, no puedo. No existe otra solución, salvo el tiempo.
-¡Moriré! ¡Moriré sin remedio!
-No morirá.
-Le digo yo que sí. ¡Ay, ay, cómo me duele…! Parece que me desangro.
-Sin embargo, no hay gota alguna que pueda apreciarse…
-Habrá quien niegue que los pájaros alimenten a sus polluelos con lombrices, solo porque no ha visto sacar el animal viscoso de la tierra. ¡Y, sin embargo, sucede! ¡Y cuánto! Mucho más de lo que imaginamos.
-Para nada, señorita, lo he negado. Dije que pasará.
-¡Pasará, pasará! ¿Acaso dejará de arder el mismo núcleo de la Tierra? Claro que lo hará, con el tiempo, ¡pero estaremos todos muertos! Lo mismo sucederá con mi dolor, doctora, con este dolor tan limpio y primitivo. Yo no le sobreviviré, doctora. Le pido que me recete alguna pastilla que lo disimule mientras tanto...
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