Hoy me apetece escribir. Recuerdo
que un día decidí ser poeta; como cuando decides si echar o no queso a los
macarrones, yo decidí ser poeta. Y me senté, como ahora, frente a un papel en
una pantalla –qué absurdos son los papeles ahora, ni siquiera los puedes tocar-. Prefiero no mencionar lo que ocurrió después, pero decidme, ¿cuántos de ustedes
han decidido ser algo que todavía no se puede definir? Tras tantos años, tras
tantos tantos. Les confesaré que el reto más difícil es ser poeta y ser feliz.
¿Cómo puede sentir uno un mínimo de júbilo en el corazón cuando ve a los
pájaros colgando de los árboles con la lengua fuera? ¿O sentir congoja al
observar los rayos de sol que salen de sus ojos? Los poetas estamos todos
locos, y solo los locos quisieran ser poetas. En cualquier caso, adoro correr
de puntillas entre campos de rojas amapolas, dando saltos, estirando bien las
piernas o los brazos, para luego ir a caer de bruces en el Mar Negro y
seguidamente ahogarme. Están los poetas que saben nadar, los que no, los que
sin intentarlo se hunden y, aun así, ¡viven! Y se quedan ahí en el fondo
escribiendo bellas poesías de tinta negra (corrida) que se desprenden para
convertirse en peces, ¡y qué peces! Mientras tanto los de arriba fabrican
empapados las gaviotas, que se comen los peces o se cagan en el mar o se mueren
porque estaban enfermas, o deciden que les gusta más la ciudad. ¡Pero qué, ¿acaso
podéis vivir sin agua, o sin aire…?! Las dos cosas son necesarias y elegir no
es una opción. Los poetas de agua, los poetas terrestres, los poetas
agua-terrestres… cojan todas estas etiquetas y péguenselas en el culo, que las
etiquetas no sirven para nada ni en la ropa. Lo mejor es bucear en el vacío del
cerebro y pescar –pero, oye, ¿para pescar no hay que estar fuera del agua? ¡No
cuestione, no ve que soy poeta!- las palabras esas que están sueltas para
amontonarlas en alguna parte y después llamarlas “inspiración”. ¡Ay, ay, ay,
hoy me siento inspirada! ¡Voy a pescar mientras buceo! ¡Voy a…! O bien: hoy no
estoy inspirada, voy a hundirme en la bañera a ver si se me ocurre algo… ¡Pero
muchacha! ¿No ves que solo tienes que comerte las hojas y cagarlas ya escritas?
Como he dicho, hoy me apetece escribir, así que me voy a cagar -¿o ya he venido?-,
disculpen mi lenguaje, es que hoy no fui a saltar entre amapolas y ni siquiera
me caí al mar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario