miércoles, 1 de mayo de 2013

Donde los ojos no se posan


No hubo nadie para contemplarlo. Aquel instante no murió porque no existió.
No hubo nadie para contemplarlo.
No hubo señal que indicase a los pájaros que era hora de volar muy alto, hincar el pico en un trocito de cielo y tirar de él para que entrasen las nubes, el color azul y finalmente un sol redondo y pálido con la temperatura justa.
Y aunque el día no nació muchos seres lo habitaron luego.
Cuando despertaban, ya estaba cada cosa en su lugar. Cada flor ya estaba y no sabían cómo ni se lo preguntaban.
Esas flores sí existieron.
No existió, sin embargo, aquel beso fugaz que, bajo un árbol, creció sin intención entre dos labios. 

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