viernes, 3 de mayo de 2013

Sucede simplemente así

Estando yo sentada en una mesa de la biblioteca, inmersa en la lectura de uno de los libros que había decidido adjudicarme temporalmente, vi que alguien me miraba desde el otro lado de una estantería. Pertenecía a ese tipo de personas que nacen calvas y mueren calvas. Me miraba como si quisiera que me acercase a introducirle un dedo en el ojo. Fingí ignorar al viejo, que parecía buscar algo, y al rato volvieron a cruzársenos las miradas. Esta vez observé, por uno de los huecos sin libros, que alzaba la mano y me mostraba uno de Cioran. Yo hice lo mismo con uno de poesía de Bukowski. Al instante comprendí lo que ocurría. Me levanté de mi sitio para ir al baño, dejando como siempre todo esparcido por la mesa con la confianza de que nada faltaría cuando volviera. Siempre había sido así. Antes de salir cogí el libro que estaba leyendo, cuyo título no viene al caso, por si me entretenía en exceso en mi labor.  Así que salí, pero no era mi intención entrar al baño. En lugar de eso, me quedé mirando disimuladamente por una ventana que comunicaba el pasillo con la biblioteca; nunca encontré sentido a esta ventana, mas ahora me era útil. El viejo salió de su refugio tras la estantería para irse. Advirtió que nadie miraba -obviamente equivocándose, pues yo veía su inconfundible calva con tres pelos-  y al pasar junto a mi mesa se apropió del libro que le había mostrado. Mis poesías de Bukowski. Eran mías, yo había entregado el documento pertinente para poder llevarlo a casa. Eran mías, mías, mías. Entorné los ojos y me escondí de forma que al abrirse la puerta quedé oculta tras ella, siendo aquel el momento adecuado para salir y arrearle al señor con el libro en la cabeza.
-¡Devuélveme mi libro de Bukowski! - chillé con voz de pito. 
-¡No! - gritó él. Eso me enfureció.
Solté el objeto de la agresión, que cayó al suelo, y agarré el libro que me había quitado. Forcejeamos apretando los labios y matándonos con la mirada. Le mordí una mano y volvió a gritar. Soltó por fin el libro, y frotándose la mano me miró fijamente sin más expresión en la cara que la que le proporcionaban sus abandonadas arrugas. Entonces, aferrando fuerte el libro contra mi pecho, recité un poema que no recordaba haber leído:
Es inútil 
tratar 
de quitarle de las manos 
a la muerte
su guadaña.
Casi tanto
como tratar de quitar
de las manos
a la vida
la muerte. 

7 comentarios:

  1. Es un relato divertido, Marcasinvisibles. Me gusta este estilo tuyo algo más "frívolo". Frívolo en el sentido de relajado, en donde se permiten descripciones y acontecimientos cómicos para terminar con un final ambiguo y reflexivo. Y por cierto, los versos finales me gustan, desconozco si los escribiste para la ocasión o pertenecen a alguien.

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  2. Los escribí para la ocasión. Pensé poner uno de Bukowski, pero ni me decidía ni me acababa de convencer; acabé improvisando -como tú cuando escribes mi nombre con mayúscula- y salió eso.
    Grasias por comentar, Malvadoso.

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  3. Me encanta. La situación planteada y su resolución me ha dejado agradablemente sorprendido. Mola

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  4. Me alegro, Dan.
    Gracias por pasarte :)

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  5. A mí la poesía final me encanta. No me puedo creer que haya escrito "encanta"... En fin...

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  6. Pues sí que ha tenido éxito esta entrada,
    me alegro, W. ¿Qué pasa por decir encanta? ;-;

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  7. No he podido evitar soltar una carcajada ante este diálogo.
    -¡Devuélveme mi libro de Bukowski! - chillé con voz de pito.
    -¡No! - gritó él. Eso me enfureció.
    Francamente divertido y original. Un relato interesante, así como los versos finales.

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