lunes, 30 de mayo de 2016

Solo los poetas serán libres

Entonces un día llegó Dios
y dijo:
“Solo los poetas serán libres,
pero serán infelices”.
Por supuesto que los poetas
renegaban de él,
y hubo varias revueltas donde
las poetas se rebelaron
con pancartas:
“También soy libre yo,
sucio bastardo”.


Había orgías de palabras,
a las que siempre
se les sacaba punta,
y muchas discusiones.
Había bocas, pupilas,
adoptaron cienpies
como mascotas;
se deshicieron, incluso,
del término mascota
y emplearon uno
mucho más consensuado que,
como comprenderán,
no viene al caso.

Se deshicieron de la palabra libertad,
cambiaron de sitio todas sus letras
hasta dejarla irreconocible
y la arrojaron, con mala fe,
a un río de pirañas.

Cierto día los poetas, las poetas,
se reunieron en el campo,
rodearon un árbol
y cantaron
una canción
en un idioma extraño.
Después se convirtieron,
de la forma más humanamente posible,
en un gran ano
que flota por las noches 
en el cielo...

viernes, 27 de mayo de 2016

Siempre se lee sola

Hay un señor mayor sentado en un banco. Cuando una jovencita se sienta junto a él, se la queda mirando. Al  ver que la mira, la muchacha le saluda con intención de ser amable; de alguna manera piensa que es lo que espera de ella, pero aunque posteriormente saca su libro y finge leer sabe que el viejo la sigue mirando. Se imagina en él intenciones sexuales, aunque solo sean de pensamiento, y se asquea terriblemente. De pronto, el viejo dice:
-Siempre quise saber leer.
Y las expectativas de la chica se derrumban. Se compadece de él y se ofrece para enseñarle, a lo que él acepta. Nunca ha enseñado a nadie a leer, la verdad, ni siquiera recuerda cómo aprendió ella, pero se las apaña. Cuando ya llevan un largo rato, el viejo pregunta una duda mientras le roza la pierna. Ella se tensa, pues algo le dice que no ha sido un descuido. Se excusa y se va rápidamente, con el libro bajo el brazo. Callejea y se apoya en un árbol, donde vomita. Una voz en su cabeza le habla: “¡Cobarde! Debiste haber escupido a ese viejo de mierda, ¡vuelve y mátalo! ¡Mátalo!”
La chica, que permanece apoyada en el árbol, con los cabellos colgando hacia el suelo a ambos lados de su cara, lanza un último escupitajo para deshacerse del mal sabor de boca. Sin embargo, siente que no hay nada tan sucio como su propio cuerpo. Ella no es ninguna santa, pero siente que su cuerpo, sagrado, ha sido profanado por unas manos impuras, no autorizadas, viejas. Lo de viejas es lo que más le perturba. Se prohíbe vomitar una segunda vez. Debió haber hecho algo para evitarlo, pero ni siquiera fue capaz de sostenerle la mirada. Si lo hubiera hecho, al menos el viejo se hubiera sentido desafiado o descubierto.  Siente profundo asco por su cobardía. Ahora no es la voz quien se lo dice, sino ella misma. Se pregunta qué puede hacer para compensarlo. Qué para arrancarse la piel que la tortura.
Mientras lo piensa, una voz se dirige a ella preocupada: “¿Estás bien?” le pregunta. Al no contestar, le pone una mano sobre el hombro y repite la pregunta. Ella siente este contacto como una descarga y se yergue bruscamente, propinado varios puñetazos en la cara a su asaltante, no importa si es hombre o mujer, sinceramente, no lo sabe. No se sabe si la muchacha tiene el control sobre sus actos, solo que lanza golpes una y otra vez, gritando, a pesar del labio roto que sangra de la persona asustada, y también patadas. Con una fuerza que jamás se hubiera sospechado para su poco peso.

martes, 24 de mayo de 2016

¿Qué hay para comer?

Fue, perturbada, hasta la cocina. Le había asaltado una preocupación irracional sobre lo que iba a comer mañana. Últimamente nada le gustaba. Estaba cansada de tanto tomate, pero todavía tenía un poco en la nevera y había que gastarlo, así que decidió que arroz. Integral, por supuesto, para favorecer el tránsito intestinal. Había que ponerlo en remojo. 
Abrió el armario y cogió el paquete; quitó la pinza y lo derramó sobre el cuenco. La curiosidad hizo que situara un ojo en la abertura del paquete para observar el interior. Se sorprendió. Había puntitos negros en las paredes, como curas aferrados a sus crucifijos. Neurótica, se acercó lentamente al arroz que había echado en el cuenco. ¡Jamás debiera haberlo hecho! Aquellos puntos no eran otra cosa que insectos. Solo que algunos estaban más crecidos y se apreciaba claramente cómo se paseaban sobre los cereales con sus finísimas patas microscópicas. 
Inmediatamente vertió el contenido en la basura y fregó, frenética, el cacharro. Pensó que tampoco era tan malo comer lentejas. Desenrolló la bolsita donde las tenía guardadas, pues las compraba a granel en la tienda de la esquina, y depositó unas pocas en el cuenco. Pero cuando miró el interior de la bolsa casi se desmaya. Estaban allí, diminutos, como si no fueran nada: los puntos negros. Le sobrevino una arcada. No vomitó, pero de alguna manera sentía que todo su cuerpo era una masa de bilis. Tuvo que sentarse. ¿Qué comeré? se decía. Primero tenía que deshacerse de todo aquello. Volvió a su habitación e hizo las maletas. Al día siguiente, podía leerse una pintada en su portal: “Odio el tomate. Me voy con las ratas”. Como si a alguien le importara.

sábado, 14 de mayo de 2016

Hay cosas que no se deciden y otras sí

Me doy cuenta de que tiene frío. Lo envuelvo en la manta y lo acuno. Una señora que pasea por el parque nos mira y sonríe. Me lo aparto ligeramente del pecho y se lo enseño.
-¡Oh, Dios mío! -grita espantada -. ¡Es horrible!
-Ya… salió así -reconozco.
La señora se va, mirando hacia atrás de vez en cuando, como para comprobar que nos deja bien lejos. Resignada, lo vuelvo a acurrucar junto a mí, meciéndolo, viendo cómo la vida en el parque sigue su curso. Al rato, un hombre que mira el móvil distraído se sienta en nuestro mismo banco. Cuando se percata de nuestra presencia, es decir, cuando nos mira a los ojos o simplemente al rostro, no tarda en manifestar una mueca, mezcla de desagrado y compasión, y retirarse tan rápido como ha venido. 
¿Por qué? -me digo -si apenas se le ve…
Aparto un poco la manta y lo observo. Sin duda es horrible. Duele con solo mirarlo. Pero lo quiero. Me obligo a no apartar la vista, pero aun así lo hago. Y, aun así, lo abrazo. Sin embargo, solo pasan algunos minutos hasta que llego a la conclusión: tengo que deshacerme de él. Sé que será difícil, pero también que seré capaz. Me levanto y camino, impasible, buscando el lugar. Cuando encuentro un arbusto que me parece adecuado, lo dejo debajo, con cuidado, envuelto en su manta, pues sé que tiene frío, y salgo corriendo.
Al fin y al cabo yo no decidí tener ese sentimiento.

martes, 3 de mayo de 2016

Vomito latidos

No me conozco, pero estaría encantada.
Hasta el momento soy una perturbada
tratando de explicar a su gato
por qué no puede ocupar
su sitio de dormir.
“No le importas a nadie: ni a Aristóteles,
ni a Kant, ni a Rawls…
Los gatos no podéis razonar, escribir
poesía, enloquecer…
¡No tenéis alma!
Yo, mi persona, tú...”
Y hablar palabras,
hablar, hablar en voz alta
que se cuelgue de las lámparas.
Y luego reír,
con los ojos inyectados en
“no sé qué coño
está pasando...”

domingo, 1 de mayo de 2016

No me dictas versos

Quiero compartir contigo el encanto del color que adoptan las habitaciones a oscuras cuando se cuela, despistada, la luz naranja de las farolas de la calle. El coco que tenemos desde hace dos semanas en el frutero -si lo agitas, como comprobando si está vivo, junto a tu oreja suena agua dentro y sueñas-. Mostrarte colores que nadie puede ver y para los que aún no tengo nombre. Mostrarte la tristeza de cuando te hablo sin verte, escribirte ni nombrarte. Mirarte sonriendo poco. Indicarte en el cielo el lugar de aterrizaje. Preguntarte cuándo y, si fuera posible, dónde vamos a construir un reino para gobernar a nadie. Cuántos árboles vamos a tener. Explicarte cómo me tomo la leche con cereales, por la mañana y por la noche, para espantar al sueño y que venga caprichoso a acurrucarse. La nostalgia de ti y el olvido de ti que no me dicta versos. La contradicción que soy mientras te beso el verso de la comisura de tus labios.