sábado, 9 de enero de 2016

Yo también

-¡Estoy harta de todo esto! ¿Quieres irte? ¡Pues ahí tienes la puerta! ¡Yo ya no quiero verte más!

 Resultaría redundante mencionar que había perdido los nervios. Estaba fuera de control. Y no solo eso: si le hubieran dado a elegir entre una manzana y cianuro, con toda probabilidad hubiera ingerido el cianuro.

-Mara -dijo él-. Me voy. Me voy a casa. Pero antes quiero que me acompañes a un lugar. Y luego, si quieres, toma la decisión de no volver a verme más o lo que creas oportuno.

 Ella fue tajante:

-No voy a ir contigo a ninguna parte.

Sin embargo era puro orgullo, pues si algo le caracterizaba era su curiosidad. No en vano a menudo se fascinaba por las cosas más insignificantes, como un cristal mojado, un hierro oxidado o una mota de polvo flotando en el ambiente. Solo hizo falta que el chico la tomara por el codo, con firmeza pero sin apretar, para guiarla hasta la puerta. Ella no dijo nada, apretaba las mandíbulas y miraba siempre para otro lado evitando cruzarse con su cara. Y no porque fuera la de él, sino porque era simplemente una cara, y no quería que nadie fuera testigo de sus emociones; como si éstas solo pudieran verse a través de los ojos y de las pestañas.
 Se montaron en el coche y él condujo durante diez minutos. Claro que Mara quería saber adónde iban, pero si rompía el silencio, el silencio la rompería. No obstante, veía por la ventanilla que hacía rato que habían salido del pueblo. Era media tarde. Finalmente, Joel se desvió por un camino de tierra y al minuto aparcó en medio del campo. Era una vasta extensión ondulada de tierra con hierba intermitente y un solo árbol.
Joel no dijo nada; en el asiento del conductor, miraba al frente. Mara lo sabía porque le había mirado de reojo. Parecía más tranquila, pero su cabeza seguía siendo un ovillo incoloro y amorfo. Se oyó el sonido seco de la puerta al abrirse y bajó del vehículo. Lo rodeo por la parte trasera y decidió caminar hacia abajo por la ligera pendiente, desprendiéndose de todo contacto con la civilización y, sobre todo, de Joel y de todo lo que representaba.
 En un cuento bonito, Mara llegaría hasta la orilla de un río, donde se sentaría a reflexionar, pero aquí solo había explanada. Era suficiente. Cuando se aseguró de haber perdido de vista el coche, gritó hasta desgarrarse los pulmones, sintiéndose estúpida, infantil, inmadura, todo lo que la sociedad suponía que debía de ser alguien como ella. Gritó, hasta que el viento se llevara las vocales. Y luego nada. Se limitó a mirar el cielo, triste. Era tan… azul. Quizás dorado, porque ni al otoño ni al sol les gusta pasar desapercibidos.  
 Se sentó en la hierba y posó, desadvertida, una mano en la tierra. Esto le sorprendió. ¿Cuánto hacía que no tocaba la tierra? ¿Acaso la había tocado alguna vez? ¿Cómo sostenerse sin ella? Y ¿cómo no tocar lo que te sostiene? Agarró un puñado, como si fuera polvo de estrellas, y lo observó detenidamente. Olió su humedad, y este olor desplazó en su cabeza a otro pensamiento, para el que ya no había lugar. Luego devolvió el puñado a su origen, se tumbó boca arriba, cerró los ojos y empezó a respirar lenta y profundamente, no con intención de relajarse, sino de aspirar todo ese aire que la rodeaba y que pertenecía a un mundo despojado de toda humanidad, donde no había nada y eso era lo más importante.
 Abrió los ojos y recordó que había algo por lo que tenía que estar enfadada y afligida, pero ¿no era éste un mundo carente de objetivos? La paz volvió a regresar, como si estuviera siempre revoloteando a su alrededor y ella solo tuviera que estirar la mano y apresarla cuando quisiera. Esto le hacía sentir segura: ya no había razón para el miedo.
 De pronto, sintió un cosquilleo en la mano. ¡Qué sorpresa! Una mariquita la había confundido con una roca. Había vida allí, después de todo. Fue la excusa perfecta para seguir perdiendo el tiempo formulándose preguntas obvias: ¿de dónde procede ese color tan rojo? Esta fascinación por los insectos, ¿es innata o aprendida? ¿Qué motivo la impulsará a salir volando de un momento a otro? ¿Qué puedo hacer para que se quede? Al fin depositó al animal con cuidado sobre la hierba y se levantó para irse, percatándose de que atardecía. Contempló, como en un lienzo, la mezcla de colores sobre el horizonte; la gran bola de fuego sumergiéndose en él, escondiéndose del mundo una vez más (¡cobarde!)... pero no iba a quedarse para verlo. Prefirió regresar al coche, cerrar la puerta produciendo un golpe seco y decir:

-Te quiero.

3 comentarios:

  1. Bueno, parece que esta noche me ha dado por ponerme melancólico. O quizá haya sido tu texto.
    No me parece apropiado limitarme a decir "me gusta" o "no me gusta", así que voy a tratar de expresar mi crítica de forma escueta. O no, pero en fin.

    Como de costumbre, tu forma de describir algunas cosas es... Inusual. Y siempre que me encuentro alguna de esas descripciones tuyas pienso que son inusuales, pero también inusualmente... Precisas. Envidio (sanamente) esa capacidad, de verdad. Particularmente, hablo de la parte de la cara, al principio del texto.

    No sé si... quizá... bueno... creo que a lo mejor el párrafo de "evasión y reflexión" es un poco largo. Puede que simplemente hiciera falta separarlo en párrafos más pequeños, para hacerlo más, hum, fácil de leer. Si no, y esto es una opinión sin intención de ofender, es un mazacote muy denso.

    Bueno, el final ha sido inesperado. Quiero decir, me esperaba algo más... Surrealista. No es una queja, me ha sorprendido para bien. (Y no digo que los finales extraños me desagraden...). Aunque me recuerda a esas situaciones, esas situaciones en las que, aunque las cosas no se hubieran arreglado para siempre, algo bueno ocurría, algo inexplicable, algo como un "te quiero". Sí señora, un buen final.

    Es todo. Un saludo :D

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  2. ¡Hola, J!
    De nuevo, gracias por estar presente ;)

    No te preocupes por hacer críticas, son bien recibidas siempre que la intención sea construir y no destruir. Tienes razón en lo de los párrafos, suelo pecar con eso, veré qué puedo hacer.
    Y vaya, precisamente yo creía que el final se intuía, y me preocupa que mis textos sean predecibles, aunque en este caso, me preocupaba más expresar lo que sentía que crear una "obra literaria". Además, aprox la mitad lo escribí en otro momento diferente, y temí que se me hubiera acabado la inspiración, fuera aburrido o no fuera "coherente". Quizás por eso tiendo más a escribir relatos o poesías cortas, porque me gusta terminar lo que escribo con la misma intensidad e inspiración del principio. Eso es lo que me hace disfrutar: sumergirme. Y de otra manera, si tengo que pararme a pensar, o retomar algo anterior, siento como si me sumergiera en aguas ya utilizadas, y me gusta que mis letras se empapen de agua pura, nueva... Quizás todo esto es una tontería. En fin, ¡me alegro que te gustara!

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    1. Hola, hola otra vez XD.
      Así mejor, la verdad. Me alegro de que te sirviera mi sugerencia; paso a hacer un par de comentarios en base a tu respuesta.

      Primero, que no hay nada de malo en el final. No sé si no me expresé bien, pero fue eso, que me sorprendió porque últimamente tiras hacia cosas algo más surrealistas, como conectando varias ideas que aparentemente no tienen relación (otra cosa que sueles hacer, y bastante bien) para llevarte al lector a otro sitio totalmente inesperado y dejarle ahí. Y en ese caso, eso era lo que creía que iba a ocurrir, y me sorprendiste con algo más, hum, verosímil, pero diría que igual de chocante. Cuando así lo pretendes, tus finales no se ven venir.

      Y segundo, ah, esto... Sé a qué te refieres. A mí me gusta escribir las cosas de una sentada, por lo que dices de la inspiración y la coherencia. Y de hecho, cuando cojo un texto que está a mitad, si no puedo rescatar el sentimiento o la idea del texto para seguir tejiéndolo, lo dejo para otro momento. Aunque otra cosa he de decir: a veces, las cosas se ven mejor con unos días de perspectiva, aunque a mis ansias de escribir y darle al botón de publicar les cueste entenderlo, jaja.

      Y bueno, no hay de qué. Siempre es un placer :)

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