Eran las diez de la mañana cuando Ruth resolvió entrar a la pastelería para tomar un café. Esperó a que atendieran a una clienta mirando unas galletas integrales tras el mostrador. Lo sabía porque había un cartelito.
Pasaron cinco minutos y Ruth pensó que no había perdido mucho tiempo, pero aun así decidió arriesgarse. Buscó un hueco en la conversación entre las dos personas y se dirigió a la vendedora.
-Perdona, ¿tenéis leche vegetal?
El rostro de la mujer se tornó en una incomprensión profunda, y le devolvió la pregunta cuidadosamente envuelta como si fuera un pastelillo:
-¿Leche vegetal?
-Sí... -contestó la muchacha-. De soja, por ejemplo.
-¿Soja? -la mujer, asombrada, miró a la clienta que atendía para ver si era la única, comprobando que no. Su clienta, que era habitual, la tomó el relevo:
-¿Qué es soja? - preguntó con dignidad, atusándose el cuello del abrigo.
Ruth, que no era menos que nadie, se contagió de la cara de sorpresa de las otras.
-Es una legumbre -añadió.
-Doña Rosalia, ¿le pongo unos hojaldres? -intervino la vendedora.
-Sí, por favor -y, dirigiéndose a la nueva:- ¿Como los garbanzos?¿Y cómo se saca leche de un garbanzo? -preguntó con escepticismo.
Al rato estaban reunidas las tres y Antonio, camarero y ayudante que había sido llamado a acudir e increpado sobre el tema, obteniendo por toda respuesta una negación rotunda. Las cuatro se inclinaban sobre una de las mesas de la cafetería, y Ruth dibujaba sobre un papel una especie de esquema.
-¿Veis? La soja se tritura con agua, y luego se cuela y queda solo la leche.
Todos dejaron escapar una exclamación contenida seguida de murmullos.
-También se puede hacer con arroz, avena…y muchos otros cereales -prosiguió Ruth, con tanto orgullo por estar difundiendo conocimiento en aquellas gentes que no quería parar-. A decir verdad, también se puede hacer con frutos secos.
-¡No! -doña Rosalia no se pudo contener-. ¿Cómo es posible?
-De la misma manera que he explicado.
-Antonio -dijo la pastelera, irguiéndose-. Llame ahora mismo a los proveedores y consiga una de esas leches. Y usted, Ruth, pásese la semana que viene y tendrá su café como desea.
-Muchas gracias- respondió, y se fue sonriente.
A la semana siguiente la muchacha volvió a la pastelería. Eran las diez de la mañana y ya estaba poniendo un pie en ella cuando se percató de una afluencia de gente en el interior. La dueña estaba dando una conferencia sobre leches vegetales. Pero sus ambiciones iban más allá de la simple educación: quería extenderlas al negocio de los garbanzos.
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