miércoles, 20 de enero de 2016

Enséñame las alas

La sala grande de la casa okupa estaba a reventar. Personas de lo más variopintas se amontonaban en la oscuridad, la mayoría con un vaso en la mano, bailando de las formas más diversas. Luces de todos los colores rebotaban contra las paredes descascarilladas, rápidas, intermitentes, alucinógenas. Un grupo había tocado sobre el escenario improvisado, pero no tardó en acabar. El rock dio paso a una música de discoteca o de rave, a más alcohol… y en el escenario estaba ella. Era difícil verla, con el gentío y aquellas luces, pero un débil foco trataba de  iluminarla. Estaba desnuda a excepción de unas bragas y unos calcetines gordos que la protegían de la suciedad y el frío. Se movía como los ángeles, para todos pero sin ellos. Porque en realidad estaba sola, y más que bailar se expresaba, como si quisiera enviar un trozo de su mundo al resto de una humanidad desconocida. Se agitaba sobre el escenario: a veces sus movimientos eran lentos, retorcidos, miraba sus manos con sorpresa, se acariciaba sensualmente, otras era brusca, furiosa, agresiva y sexual. De vez en cuando miraba a los ojos a los asistentes y se maravillaba.
 En un momento dado escogió uno al azar y fueron hasta el baño. Sin decir palabra, tomó la mano del otro y la llevó hasta su pecho. Bastó para que él se desnudara. Al rato, sus cuerpos estaban pegados el uno al otro y querían pegarse más, hasta que alguno de ellos ganara la pelea y, después, se rindiera. La chica lo besó y, al separar los labios, vio que el rostro de él era el de una muchacha terriblemente bella, o eso le pareció. Besó la cara femenina y acarició sus senos. No eran como los suyos. Los estrujó y luego los lamió. Alguien abrió la puerta y se las encontró follando y gimiendo. La cerró lentamente.

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