-Papá, he visto una camiseta muy chula de mi grupo favorito,
¿me la compras?
-Pídesela a tu madre.
En otras circunstancias, Toto iría al salón y su madre,
tras barajar si merecía o no la camiseta, le daría finalmente el dinero. Pero
su madre no estaba en el salón ni en casa, ni siquiera en un kilómetro a la
redonda, porque sus padres estaban separados. Su padre era una lagartija y su
madre una chicharra. Las lagartijas y las chicharras nunca se habían llevado
muy bien, pero en una noche de pasión Toto fue engendrado, y la chicharra y la
lagartija se tuvieron que casar. Ahora Toto era una mezcla de ambos, mitad
chicharra y mitad lagartija. Es por ello que no terminaba de congeniar con la
gente y no tenía muchos amigos. En el colegio le habían apodado “Chichartija”,
pero en el fondo le temían un poco, porque era tímido y retraído, y al no ser
como los demás –no era ni una hormiga ni un hipopótamo, una cabra o una jirafa-
no podían predecir su conducta y optaban por ignorarle.
Cuando acabó el fin de semana, Toto volvió a casa de su
madre.
-Mamá, he visto una camiseta muy chula de mi grupo favorito,
¿me la compras?
-¿Por qué no se la pides a tu padre?
Toto no contestó. Se fue a la habitación y abrió su hucha, sacó el dinero y se fue. Pero al llegar a la tienda, le pasó una cosa extraña,
y es que ya no le apetecía comprarse la camiseta que anhelaba. No porque fuera
a comprarla con su dinero y no el de sus padres, sino porque sentía en el
corazón algo así como una pluma melancólica, una punzada de tristeza, una
melodía de violín.
Al rato, estaba paseando sin rumbo por la ciudad, dando
pataditas a una piedra. A veces, sentía que los demás le miraban por ser lo que
era, pero no pasaba de ser un sentimiento, ya que en la ciudad había mucha
gente mestiza y en general no llamaba la atención como en la escuela.
“¿Por qué las chicharras y las lagartijas no se llevan bien?”
Se preguntó al dar una última patada a la piedra, que se coló en una
alcantarilla. Miró al cielo, había algunas nubes y por el viento parecía que no tardaría en
llover. No estaba seguro de querer volver a casa, pero de repente se sintió muy
cansado y emprendió el camino de vuelta. “¿Por qué…?” Seguía pensando, cuando
de pronto tropezó con algo. Era una libreta. Toto miró a los lados para ver si
se le había caído a alguien, pero no había nadie, como si el objeto hubiera
caído del cielo para él. “¿Estará… estará aquí la respuesta a mi pregunta?”
pensó entusiasmado. Abrió la libreta, mas para su sorpresa todas las páginas estaban
en blanco. Justo en ese momento, un pájaro extraviado se le posó en el hombro.
Cuando llegó a su casa, empezó a escribir sobre él. Ya no se acordaba de la
camiseta ni de las chicharras, de las lagartijas o de él mismo. Solo del
pájaro… de los ojos negros del pájaro, que se hacían más y más grandes y le absorbían.
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