Eran las doce de la mañana cuando Luis cruzaba la puerta del supermercado SuperSol, en pos de algo que comer. El lugar no era muy grande, cuatro o cinco pasillos, y apenas había tres personas más un guardia de seguridad que se paseaba distraído. Luis fue directo al pasillo de las frutas y verduras, agarró dos manzana y las guardó en su mochila sin vacilar. Sabía que no había cámaras, pero como aún estaba algo dormido no advirtió que el guardia le había visto a través del resquicio de uno de los estantes, desde el pasillo contiguo.
“Vaya…” se decía Armando, el guardia, para sus adentros, “parece que se está cometiendo lo que viene siendo un hurto. ¡A quién se le ocurre…! ¡Por unas manzanas! ¿Lo he visto o no lo he visto? Sí, lo he visto…” Se dirigió con paso tranquilo y seguro hasta Luis, que ya miraba las naranjas, y al ver éste al hombre uniformado que se le plantaba enfrente, le empezaron a temblar las manos al punto que se aceleraba el corazón.
-Caballero- le dijo el guardia con voz grave-, saque lo que se ha guardado en la mochila.
Y Luis lo sacó, porque no quería problemas.
-Pero, hombre… ¿por qué ha hecho eso? Ya que va a arriesgar su integridad, hágalo por algo más valioso, como unos filetes…
-Ya, lo siento… -se disculpó Luis-. Mira, yo lo devuelvo y me voy.
Y se giró para irse, dejando las manzanas por ahí, pero el guarda le retuvo por el brazo.
-Caballero, yo no puedo hacer como que no he visto nada, es mi trabajo…
-Bueno, pero no hay nada de malo en ser ciego y trabajar en su trabajo, ¿no?
Hablaba Luis con cierta complicidad, como de amigos.
-Caballero- le dijo el guardia con voz grave-, saque lo que se ha guardado en la mochila.
Y Luis lo sacó, porque no quería problemas.
-Pero, hombre… ¿por qué ha hecho eso? Ya que va a arriesgar su integridad, hágalo por algo más valioso, como unos filetes…
-Ya, lo siento… -se disculpó Luis-. Mira, yo lo devuelvo y me voy.
Y se giró para irse, dejando las manzanas por ahí, pero el guarda le retuvo por el brazo.
-Caballero, yo no puedo hacer como que no he visto nada, es mi trabajo…
-Bueno, pero no hay nada de malo en ser ciego y trabajar en su trabajo, ¿no?
Hablaba Luis con cierta complicidad, como de amigos.
-¡No, no y no! Esto es lo que vamos a hacer, don Luis… Yo no quiero retenerle por unas míseras manzanas, ya se lo he dicho… pero como lo he visto, he de retenerle… de modo que fingiremos que estaba usted robando una bandeja de filetes.
-Pero yo no tengo con qué cocinar filetes, por eso quería las manzanas… para comerlas tal cual. Vivo, por un favor que se me ha hecho de momento, en una habitación de hostal de mala muerte…. y no tengo cocina. Ni trabajo. Yo…
Estaba a punto de echarse a llorar cuando Armando, el guardia, le interrumpió.
-Está bien… no llore usted. Algo podremos hacer.
Y, en lugar de hacer la vista gorda, como esperaba Luis, pues todo lo que había contado era cierto, y ciertamente así lo había creído el guardia, llamó al empleado de turno y le contó lo sucedido.
Al rato, mientras Armando y Luis esperaban en silencio todavía en el pasillo de las verduras, apareció el empleado con una bolsa de frutos secos en la mano, exactamente unas almendras tostadas y con sal.
-He aquí- se dirigió al guardia- la solución. No hace falta cocinarlas –se dirigía ahora a Luis-, y son muy nutritivas… figúrese, que las grasas por cada gramo aportan nada menos que ¡nueve kilocalorías! Mientras que las proteínas y…
Luis interrumpió al empleado en su discurso antes de que la cosa fuera a más.
-Se lo agradezco, de verdad, pero los frutos secos me resultan indigestos. Una vez…
-¡Basta, basta! –estalló Armando- ¡Este hombre no puede comer frutos secos! ¡No le sientan bien!
El empleado se encogió de hombros, algo confuso y asustado.
-Pues no se me ocurre qué más podemos hacer.
-Podríamos probar con una lata de cocido -propuso Luis-. Podría buscarme la vida para calentarla, o incluso comerla fría…
-¡Ni hablar! ¡Una lata de garbanzos me sigue pareciendo ridícula! Aunque menos que las manzanas… ¡Llamaré a la Policía!
Y sacó su móvil del trabajo, marcó un número y se le oía decir, apartado de los otros.
-Sí, hola…no… no quiere llevarse los filetes, no hay manera…tampoco come almendras….sí… de acuerdo. Hasta ahora.
“Ellos sabrán qué hacer”, pensó con alivio cuando terminó. Al volver la vista, encontró a Luis y al empleado abrazados en el suelto.
-¡Armando! ¡Que se escapa! –gritaba éste último cogiendo a Luis por la cintura, quien intentaba deshacerse de él con expresión de animalillo acorralado.
-¡Quita, hombre, déjale…! ¡Que le vas a hacer daño!
Y los separó, mandando a Luis que se quedará ahí sentado.
-Don Luis… pero no haga eso, hombre… que yo no quiero hacerle daño ni que nadie se lo haga, pero si tengo que sacar la porra la sacaré, créame que la sacaré… y no quiero, así que estése quieto. Y tú… -hablando al empleado- ¿por qué no traes algo de comer? A lo tonto nos han dado las dos… venga, trae unas latas de cocido o algo.
El hombre obedeció, trayendo al rato unas latas calientes, con sus respectivas cucharas, que los tres se pusieron a comer acampados en el suelo. Por alguna razón ya no había nadie en el supermercado, salvo la cajera, que estaba en la caja junto a la entrada, lejos del bullicio interior.
-Y entonces, cuénteme, cuénteme, don Luis… -quería saber Armando- ¿Cómo llegó usted a ser pobre?
-¡Que yo no soy pobre! Me busco la vida, como todos. Y la vida es algo serio, ya sabe… -decía sorbiendo una cucharada, mientras los otros sorbían la suya.
En esto llegó la Policía. Dos hombres con uniforme azul.
Armando se levantó casi de un salto, sacudiéndose el uniforme, y los demás le siguieron. El empleado recogió las latas y se fue.
-Señores… - saludó el guardia, de autoridad a autoridad.
-Con que este es Luis…¡Luis!
El mencionado se sobresaltó.
El mencionado se sobresaltó.
-Presente- dijo como por instinto, por su época de la mili.
Quería decir algo para caer bien, pero no se le ocurrió qué.
-¿Tiene algo que decir? –dijo uno de los policías, el más viejo, quien siempre hablaba de los dos.
-Sí…-comenzó Luis, que seguía sin saber qué decir-. Yo jamás comeré filetes, porque mi hermana era vegetariana. Mi hermana…
-¡Ya, ya, ya, ya! Usted quería dos manzanas y las va a tener.
Cogió el policía, el más viejo, dos manzanas. Y poniéndoselas a Luis en la mano:
-Ahora, dígame, ¿qué hará con ellas?
-Comérmelas, señor -dijo Luis, agradecido, y rectificó:- No… devolverlas. Sí, eso haré.
-¡Pero qué…! Que no, vaya, cómaselas usted. A ver, a ver cómo las come…
Y Luis pidió un cuchillo para pelarlas, porque le gustaban sin piel.
-¡Infame, infame!- gritó el policía, echándose las manos a la cabeza-. ¡Eso va en contra de la ley! ¿Ve, Armando? Ya tenemos excusa suficiente para detener a este señor, pues el artículo número 51 de la Constitución Española dice así: “Todo vegetal tiene derecho a conservar su capa más externa, prohibiéndose la adopción de conductas que afecten a la conservación de la misma, o a los derechos, deberes o libertades de dicho vegetal.”
-Pero, señor –intervino Luis- ¿qué hay del 35?
-¡El 35, el 35! ¡A quién le importa el 35! Usted se viene con nosotros, que le vamos a tratar muy bien…
Entre los dos policías le pusieron a Luis con cuidado las esposas, sacándole del SuperSol mientras éste se resistía y gritaba:
-¡Y el 27! ¡Y qué hay del 16! ¡Dios…! ¡San José…! ¡Llueve! ¡Llueve!
Armando lloraba.
Armando lloraba.
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