La piscina municipal estaba abarrotada de gente. Yo me encontraba -o me buscaba- en el césped, tumbada en mi toalla, leyendo un libro que se me partía por la mitad. Sus hojas se volaban como si fuera otoño. Por mi lado, la gente iba y venía de vez en cuando. Me fijé en un hombre con el pelo por los hombros de un color indefinido, como marrón plateado, y que le caía como una cascada. Donde acababa el pelo, me imaginaba que había agua invisible chorreándole hasta los pies y dejando un sendero en derredor suyo. Me apoyé sobre los codos para verle mejor, con la sensación de que aquel hombre era un ser mágico que atraía mágicamente mi atención. Me lo imaginé en un lago rodeado de unicornios. Cuando quise salir de mi ensoñación, varias personas me estaban mirando, y una me tiró una piedra, lo cual me produjo daño y desconcierto. Instintivamente me levanté, buscando a mi atacante.
-¿Quién ha sido? - pregunté.
-Esta persona tiene ojos y mira.
Oí decir a alguien entre mi grupo de espectadores, que parecía aumentar por momentos. Me miraban en silencio. Alguien me tiró otra piedra y me acertó en la cara; comenzó a sangrarme la cabeza. Para entonces ya estaba tan asustada que me hice pis encima, y casi no sabía ni dónde estaba, del mareo. Me toqué la sangre con la mano; sentía un dolor agudo y un pitido en los oídos. La gente me rodeaba y se acercaba lentamente hacia mí, estrechando el círculo, encerrándome. No tenían cara, tenían calaveras. Me desapareció el pitido y el miedo dio lugar a una rabia desproporcionada. Se oían las voces de la gente que se bañaba más allá, en las piscinas. De repente solo quería cortar las manos a quien me hubiera lanzado una piedra, pero comprendí que todos eran enemigos y comencé a pegarles a todos, puñetazos y patadas. Sentí que unas manos de hierro me aprisionaban los brazos con fuerza increíble. Intenté zafarme, pero era inútil. Me propinaron una patada en el vientre y grité. Las piernas me fallaron y me derretí entre esos brazos, que no me dejaron caer. Y yo solo quería rendirme, ser amiga de toda esa gente, estar tumbada leyendo un libro y no volver a mirar a nadie nunca más...
Maldita sea, me encanta. En días como hoy me siento demasiado identificado con la última frase; con el final, en realidad.
ResponderEliminarSe pasa mal leyéndolo, y no precisamente porque sea malo ;)
Sigue así de tú. Un abrazo.
Resulta curioso cómo, de vez en cuando, vuelvo a este texto. Hoy vengo a destacar la frase que siempre recuerdo, la que a veces me asalta y me sorprende por su exactitud, por lo apropiada que es.
ResponderEliminar"Esta persona tiene ojos y mira".
En realidad no tengo claro qué quieres decir con ella. O mejor dicho, si la explicaras muy detalladamente, seguramente no coincidiría con la idea que yo tengo. Pero me parece de una... profundidad, de una... importancia tremendas.
Y bueno, eso. Lamento no tener mucho más que aportar.
Buenas noches.
Voy a intentar explicarme...
EliminarLo que quiero poner de relevancia es precisamente lo obvio, que los ojos sirven para mirar, y lo raro sería que se usasen para otra cosa. Pero en algunos casos esto está condenado, como cuando nos quedamos mirando a otra persona ensimismados. Puede considerarse una falta de respeto aunque sea por simple curiosidad.
Pero a la vez está enmarcada en otro contexto, pues a la acusación le precede una pedrada, que significa la aniquilación de toda imaginación fantástica, que se aleje de la realidad cotidiana y de los asuntos mundanos a los que todos "debemos pertenecer"... Es decir, que la condena es doble: por mirar, y por mirar más allá de lo que "es", es decir, por mirar desde lo que somos (en este caso, fantasiosos o como quiera llamarse).