martes, 2 de junio de 2015

Fugitivos de sombras, habitantes de abismos

Hay un coche que ruge en la inmensa boca vacía que es mi calle.
De noche y de día mi hermano es una bocanada de ruido que inunda mi existencia
y la marchita a veces.
Mi hermana es un río dorado de energía y ojos misteriosos mis amigas son de otros países inhóspitos
quizás deshabitados
que me acogen con los brazos abiertos.
Vivir en un desvanecimiento permanente
es lo que me queda
y sonrío.
Las páginas se deben a sus dibujos y sus letras.
El calor incipiente del verano aboga por cerrar todas las piscinas
y encerrarnos en campos de concentración.
Tú sabes muy bien que no duermes bien en mi casa porque no tengo
y sin embargo mis pulmones siempre me acompañan e ignoran que te oculto que acostumbro a comer
zanahorias
siempre que puedo.
Tú conoces muy bien, en tu silencio, lo que hacen las huellas de nuestros dedos cuando se juntan nuestras manos: saberse trozos de piel que pueden ser desgarrados por otros trozos de piel
en cualquier momento
pero
cariñosamente.
Yo estoy desnuda por el calor
pero no es lo que parece: en el fondo me siento
vestida y
fría.
En el hueco de mi clavícula mueren demasiadas mariposas
aunque nacen -es cierto-
demasiados gusanos.
A mi padre no le gusta la palabra suicidarse.
Las luces están encendidas
todavía.

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