jueves, 4 de junio de 2015

Romper con casi todo

Estaba echada en el césped, cómodamente sobre mi toalla. Más allá, a cierta distancia, había un grupo de chavales, dos chicas y dos chicos, bebiendo y fumando. No llegarían a los 16. No me molestaban lo más mínimo, hasta que vi cómo la chica negra se levantaba, iba hacia un muro, reventaba contra él la botella de cerveza vacía y volvía con sus amigos. El corazón se me aceleró, me puse muy nerviosa. ¿Por qué había hecho eso? Me levanté y me dirigí hacia ellos. Fijé mi mirada en la chica negra.
-¿Por qué has hecho eso? - pregunté.
Todos me miraban callados, hasta el perro.
-¿A ti qué te importa? - contestó amablemente.
-Tengo curiosidad.
Sonreí.
-Porque me apetecía.
Ignoré su mirada ofensiva y me dirigí al lugar de los hechos. Estaba lleno de cristales diminutos. Cualquier animal, humano o no, podría cortarse con ellos, pero eso me daba igual. Algo en mi mente me decía que la naturaleza no merecía eso. Quizás la cabeza de algún político, un comerciante que da mal las vueltas a propósito, pero no un trozo de césped con margaritas. 
Recogí, perturbada, los trocitos cortantes y los fui poniendo sobre mi camiseta. Volví hacia ellos y se los lancé a la chica a la cara. Empezó a gritar, levantándose. Yo no corrí ni nada. Tampoco estaba preparada para pelear, pero lo hice; como se abalanzó hacia mí, tuve que cogerla de los pelos. Rodamos por el césped mientras sus amigos trataban de separarnos y, paradójicamente, me insultaban. Cuando me cansé, recogí mi dignidad y regresé a mi toalla. Allí me tumbé, exhausta y agitada, sin preocuparme si volvían a atacarme. Atardecía. Cuatro pájaros cruzaron volando el cielo sobre mi cabeza. Me pregunté si eran familia.

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