Iba caminando por la calle, vi una hoja que se parecía mucho a una mierda y me di cuenta de lo poco que me gusta la Policía. Estaba esperando el tren, sentada, mirando mi camiseta blanca, que brillaba, y no me di cuenta de nada pero casi
alcanzo
el
nirvana.
Y entonces un chico tenía unos zapatos horribles y una chica tenía unos zapatos horribles y a mí me salían las letras torcidas mientras contemplaba el césped verde del otro lado del cristal con tal de no seguir viendo esos horribles zapatos. Y pi
pi
pi
pi
pi
pi,
ese sonido que nunca te deja vivir y del que nadie se queja. Y a mi alrededor todo el mundo era silencioso, pero más allá había voces que, quizás, hablaban. Y a mi alrededor se podía ver el otro lado del cristal pero más allá quizás estuvieran todos ciegos o dormidos, con tiritas en los ojos.
pi
pi
pi
pi
pi,
ese sonido que nunca te deja vivir y del que nadie se queja. Y a mi alrededor todo el mundo era silencioso, pero más allá había voces que, quizás, hablaban. Y a mi alrededor se podía ver el otro lado del cristal pero más allá quizás estuvieran todos ciegos o dormidos, con tiritas en los ojos.
Y una rueda encima de un tejado, inmóvil porque no hay nadie que la empuje.
Y otra mujer que llega con unos zapatos insoportables aunque ella parece soportarlos muy bien pero a mí me hacen daño me atormentan, y no puedo cambiarme de sitio como si fuera simplemente una polilla de las que quedan pegadas en los atrapa-polillas, esos cuadraditos infernales con pegamento, de donde no pueden escapar y además tardan mucho, no se sabe cuánto, en morir. Es terrible. Y
pi
pi
PI
pI
pi
Los trenes se son indiferentes aunque a veces echen carreras. Saben que el único objetivo es el tiempo, transportar mercancía en el tiempo: labios, dientes, uñas... zapatos.
Somos viajeros del tiempo que tenemos que pagar un billete muy caro para atravesar una nube de polvo y contaminación, entre pipís, voces y silencio.
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