martes, 8 de julio de 2014

Hablando de pozos

En verano el calor, la gente, las terrazas, los helados de nube, los paseos nocturnos sin congelarse de frío, el miedo. En otoño, en primavera, en invierno, el miedo. El miedo a no haber echado la llave, el miedo a que aquella señora te mire mal por no sujetar al perro a tiempo, el miedo a la absoluta soledad, el miedo a que se manche el libro por comer cerca de él, el miedo a enfadar a tus padres, el miedo al silencio, el miedo a que tus amigos te abandonen, el miedo a suspender, el miedo a tener falta de calcio, el miedo a morir, el miedo a quedarte sin trabajo, el miedo a que tu pareja te abandone, el miedo a que te multen, el miedo a tener cáncer, el miedo a abandonar a tu pareja, el miedo a vivir, el miedo al miedo. No queremos darnos cuenta de que básicamente todo lo que impregna nuestra vida apesta a miedo, y te deja un tacto untoso en las manos en cuanto te acercas un poco y lo tocas para ver qué es. Sí, amigos, el miedo es la verdadera religión, la única. ¡Pero qué miedos tan absurdos pueden llegar a SER! ¡Y qué grandes! ¡Y qué bien huelen algunos! Algunos huelen a él. Hay que soltar lastre, hay que pasear más cogidos de la mano de nuestra sombra, hay que pasar más de todo, invitar a la risa a casa a tomar el té y decirle el nombre de tu gata. Invitar a la muerte a que recoja los trocitos de cristales, que hemos roto en arrebato, a que nos hable de la vida, y que nos de un par de hostias. Con la muerte se puede hablar, claro, con la vida no. Todos sabemos el aspecto de la muerte: capa negra, guadaña, huesos. Pero ¿qué aspecto tiene la vida? Yo me la imagino como un árbol de huesos que no para de florecer. Sin embargo, no seré yo quien os hable de la vida; cada uno que se hable a sí mismo, que a nadie va a importarle más que a ti lo que tú puedas decir. Por eso hay que usar limpiacristales con las palabras que nos vamos a decir, para que si se nos cae alguna y llamamos a la muerte a que nos ayude a recoger los trocitos se lo encuentre todo, al menos, reluciente. Que vea que aunque cerremos la puerta al miedo pueden seguir entrando cosas desagradables. 

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