-Te quiero –dijo ella con voz trémula.
-¿Por qué siempre me lo dices después de
discutir?
-Tal vez solo quiera recordar algo importante…
-Vale - concluyó él.
A ella le pareció que se hacía menos nítido.
Aun así le cogió la mano y, guiándola con la suya, a través del aire, la
posó sobre su propio vientre, hacia un lado.
-¿Notas algo? Nada, ¿verdad? Debajo de esta
piel que me recubre, justo debajo de la palma de tu mano hay un riñón.
Fue ascendiendo, su mano sobre la de él, y se
detuvo en la linde de uno de sus senos.
-Por aquí, si me rajaras, encontrarías el
hígado… - deslizando ambas manos hacia el centro de su pecho, prosiguió:- …y
por aquí andaría el corazón, tal vez lo sientas, a éste, un poco. Podrías
tocarlo incluso, si me rajaras.
Le parecía ahora que ella misma se volvía
menos nítida. Pero, como si hablara sola, siguió diciendo:
-Así te quiero yo, con mis vísceras… La
sangre que corre entre mis venas les sirve de alimento, pero también a ella va
a parar toda la porquería que el alma o la experiencia me hacen consumir. Es
tóxica, y a veces duele, la piel que me recubre la camufla y parezco hasta
bonita, pero yo no quiero máscaras… Prefiero ser cínica que hipócrita. No
quiero volverme sombra, demasiados fantasmas hay ya sobre este mundo.
Cada uno volvía a tener las manos en su
lugar, colgando de los brazos. Él no decía nada, ella callaba, y acaso estaría
pensando todavía, tratando de descifrar, sobre sus venas, el ridículo mensaje
que escondían y querían salpicar, incontenibles.
-Tampoco quiero ser veneno, pero quizá sea una
víbora que vive aquí y ahora, y dentro de un momento sea otra cosa. ¡Soy
volátil, lo sé, lo soy…! Sin embargo, hay algo que no cambia y que es mi
esencia: mis vísceras siempre están ahí, inamovibles, y a veces hablan.
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