lunes, 28 de julio de 2014

Clase de anatomía para poetas

-Te quiero –dijo ella con voz trémula.

-¿Por qué siempre me lo dices después de discutir?

-Tal vez solo quiera recordar algo importante…

-Vale - concluyó él.

A ella le pareció que se hacía menos nítido. Aun así le cogió la mano y, guiándola con la suya, a través del aire, la posó sobre su propio vientre, hacia un lado.

-¿Notas algo? Nada, ¿verdad? Debajo de esta piel que me recubre, justo debajo de la palma de tu mano hay un riñón.

Fue ascendiendo, su mano sobre la de él, y se detuvo en la linde de uno de sus senos.

-Por aquí, si me rajaras, encontrarías el hígado… - deslizando ambas manos hacia el centro de su pecho, prosiguió:- …y por aquí andaría el corazón, tal vez lo sientas, a éste, un poco. Podrías tocarlo incluso, si me rajaras. 

Le parecía ahora que ella misma se volvía menos nítida. Pero, como si hablara sola, siguió diciendo:

-Así te quiero yo, con mis vísceras… La sangre que corre entre mis venas les sirve de alimento, pero también a ella va a parar toda la porquería que el alma o la experiencia me hacen consumir. Es tóxica, y a veces duele, la piel que me recubre la camufla y parezco hasta bonita, pero yo no quiero máscaras… Prefiero ser cínica que hipócrita. No quiero volverme sombra, demasiados fantasmas hay ya sobre este mundo.

Cada uno volvía a tener las manos en su lugar, colgando de los brazos. Él no decía nada, ella callaba, y acaso estaría pensando todavía, tratando de descifrar, sobre sus venas, el ridículo mensaje que escondían y querían salpicar, incontenibles.

-Tampoco quiero ser veneno, pero quizá sea una víbora que vive aquí y ahora, y dentro de un momento sea otra cosa. ¡Soy volátil, lo sé, lo soy…! Sin embargo, hay algo que no cambia y que es mi esencia: mis vísceras siempre están ahí, inamovibles, y a veces hablan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario