domingo, 27 de septiembre de 2015

Sumergida

Una arruga, estás recorriendo la arruga de un señor de 80 años que pasea lentamente, apoyándose en un carro con ruedas, por la acera hacia el parque. Tienes las manos secas, tienes los labios secos, pero también tienes seco el vacío. Ahora miras dentro del cubo y no ves un agujero negro, ves algo: agua, frutas, arena... qué se yo. Tienes las uñas deformes y amarillas, pero lo que importa son las manos. Recorres el meandro de un río. Te mojas los pies, encuentras a un perro. El lugar empieza a llenarse de gente; son solo voces, voces que se esconden detrás del sol para soñar sin dar la cara. Tú sueñas a pecho descubierto, sin sujetador oprimiéndote las venas. La sangre circula y te vuelves río, porque desde la orilla resbalas hasta el agua y te hundes en ella. Es ahí donde hallas el silencio. Abres los ojos, sumergida, y encuentras a alguien que se mueve frente a ti con tus mismas maneras. Como si fuera un espejo, pero no. Estiras el brazo con el dedo índice buscándote, y te tocas con el dedo tu otro dedo de ti misma, de tu otra tú. Sonríes y te sonríes. Un estallido de luz. Tremendo. La otra flota, va ascendiendo, con sus cabellos dispersos en todas direcciones entorno a su cara. Ya solo queda agua, cierras los ojos. Un pájaro en el árbol: el mundo sin ti. 

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