jueves, 8 de octubre de 2015

Pintar de sangre el cielo

Me bajo en Chamartín y me siento al sol mientras viene el siguiente tren, cuando oigo un ruido terrible, como si viniera un avión a estrellarse directamente contra mí o a bombardearnos. Es un caza y ya ha pasado varias veces en diferentes direcciones. También han pasado un par de aviones más grandes, como si estuvieran desplazándose a alguna guerra. Me parece un estruendo horrible; mira, ahí van uno más y un helicóptero. Y el del caza seguramente quiso ser piloto para utilizar ese juguetito mortífero por placer. Por un momento sentí que estaba en Gaza o en Siria, donde ese es el día a día, donde mirar al cielo supone intuir alguna bomba. 
De pronto un ruido muy grande, un avión puntiagudo (con alguien dentro que lo dirige, esto es importante) que lanza algo, que cae, en un par de segundos, más lento que nada que hayas visto nunca y ¡BOOM! Alguien ha decidido que tu suerte tenga más sinsentido del que le correspondería por azar. Probablemente tu familia está muerta, ¿hay tiempo de buscar en los escombros? Si no has tenido la suerte de morir, estarás vivo o tendrás algún miembro amputado, y solo te quedará correr. Correr como si existiera la posibilidad de huir. 
Porque no olvidemos que alguien conduce un caza en algún lugar del mundo.

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