miércoles, 25 de junio de 2014

A corazón abierto

Corre tan rápido como sus piernas se lo permiten con el viento en contra, a sus pies languidecen pensamientos de colores que dejan caer pétalos a su paso. Más allá, una pálida perla se esconde detrás de una roca a la orilla del mar blanco, con su rugir de olas silencioso e impenetrable. Estas olas se mecen en la tarde muy unidas, llevando su espuma pura a todos los granos de arena que aguardan su llegada, y a los que no. El cielo es apenas una mancha o un espejo; bajo él, no muy lejos de la playa, se cobija una tienda de madera oscura con grandes cristaleras, en cuyo interior se hallan numerosas almas que vuelan invisibles, revueltas y confusas. Aunque ha aflojado la marcha por el cansancio sigue corriendo, ahora por la blanda arena que, aunque a veces le hace tropezarse, no le hace daño en las rodillas ni en las palmas de las manos de tan blanda y fina. El agua moja los dedos de sus pies, ahí la arena es más dura y el mar incita a un abrazo con su inmensidad, pero sigue corriendo, no decae. Y el fluir de las almas estancadas entona un soplo apenas perceptible, que solo se queda en silencio cuando una mano se posa sobre el pomo de la puerta y vacila con abrirla. Entonces todo se para de repente: la hiperventilación de unos pulmones que han corrido, la gaviota que ha ido a picotear la perla a ver qué era, la nube que pasaba viajera y con lluvia, la araña que, en una esquina de la tienda, no se daba cuenta de que no tenía nada que atrapar. El mundo es un reloj sin manecillas, un ignorante, porque no hay ni una conciencia en ese instante… Hasta que algo empieza a revelarse con velocidad furiosa, atravesando todas las cosas, confundiéndose con el anterior instante de quietud, ¿no es acaso el mismo instante? La mano sobre el pomo, ahora todo pasa muy deprisa, pero pronto el tiempo regresa a su lugar posándose como ave en rama delicada, que se tambalea un poco hasta que al final cesa y la sostiene, y no ha pasado nada. El pomo gira con decisión, el aire vuelve a entrar salado en los pulmones, y una avalancha de almas sale como una corriente de aire hacia el mar abierto, cada una emprendiendo su camino alegre y expectante. Se deja caer sobre las rodillas, exhausta, y, cabeza gacha, esboza una sonrisa: lo ha conseguido. 
Pero ¿el qué? Hay algo que todavía no ha podido salir...
...y tiembla, tiembla un poco, sin hacer ruido, porque nadie se ha percatado de él.

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