Corre tan rápido como sus piernas
se lo permiten con el viento en contra, a sus pies languidecen pensamientos de
colores que dejan caer pétalos a su paso. Más allá, una pálida perla se
esconde detrás de una roca a la orilla del mar blanco, con su rugir de olas
silencioso e impenetrable. Estas olas se mecen en la tarde muy unidas, llevando
su espuma pura a todos los granos de arena que aguardan su llegada, y a los que
no. El cielo es apenas una mancha o un espejo; bajo él, no muy lejos de la playa,
se cobija una tienda de madera oscura con grandes cristaleras, en cuyo interior
se hallan numerosas almas que vuelan invisibles, revueltas y confusas. Aunque
ha aflojado la marcha por el cansancio sigue corriendo, ahora por la blanda
arena que, aunque a veces le hace tropezarse, no le hace daño en las rodillas ni
en las palmas de las manos de tan blanda y fina. El agua moja los dedos de sus
pies, ahí la arena es más dura y el mar incita a un abrazo con su inmensidad,
pero sigue corriendo, no decae. Y el fluir de las almas estancadas entona un
soplo apenas perceptible, que solo se queda en silencio cuando una mano se posa
sobre el pomo de la puerta y vacila con abrirla. Entonces todo se para de
repente: la hiperventilación de unos pulmones que han corrido, la gaviota que
ha ido a picotear la perla a ver qué era, la nube que pasaba viajera y con
lluvia, la araña que, en una esquina de la tienda, no se daba cuenta de que no
tenía nada que atrapar. El mundo es un reloj sin manecillas, un ignorante,
porque no hay ni una conciencia en ese instante… Hasta que algo empieza a
revelarse con velocidad furiosa, atravesando todas las cosas, confundiéndose con
el anterior instante de quietud, ¿no es acaso el mismo instante? La mano sobre
el pomo, ahora todo pasa muy deprisa, pero pronto el tiempo regresa a su lugar posándose como ave en rama delicada, que se tambalea un poco hasta que al final
cesa y la sostiene, y no ha pasado nada. El pomo gira con decisión, el aire
vuelve a entrar salado en los pulmones, y una avalancha de almas sale como una
corriente de aire hacia el mar abierto, cada una emprendiendo su camino alegre y expectante. Se deja caer sobre las rodillas, exhausta, y, cabeza
gacha, esboza una sonrisa: lo ha conseguido.
Pero ¿el qué? Hay algo que todavía no ha podido salir...
...y tiembla, tiembla un poco, sin hacer ruido, porque nadie se ha percatado de él.
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