La mayor parte del tiempo la
pasamos sin esperar descubrir nada nuevo, sin embargo, hay instantes de
tremenda lucidez en que una parte minúscula del mundo o de los propios
pensamientos nos es revelada de forma casi absoluta. Aunque no llegues a
comprenderla del todo, la sabes, como
si esa verdad se abriera paso a través de ti luchando por salir a flote y
ser comprendida por completo. En uno de esos instantes me he dado cuenta de que
nunca he escrito sobre ti, o más bien he estado evitando o reprimiendo
cualquier manifestación de algo profundo y herido en mi ser que te corresponde.
Es por eso que fui sin hacer ruido hacia mi habitación y ahora duerme a mi lado
una gata negra mientras escribo entre las mantas como en los viejos tiempos con
arrugas; tiempos que son amables, pero viejos, como esos ancianos de las
residencias que, por desgracia, se acaban muriendo. Hay quien piensa que son
demasiado viejos para sentir, demasiado pasado para ser futuro, pero la
realidad es que solo hay que asomarse un poco a sus ojos para ver lluvia,
lluvia que pasa. Yo no quiero esperar a verte en esa situación para
arrepentirme de no haberte expresado lo que siento. Prefiero arrepentirme
ahora, aun sabiendo que eso no va a hacer necesariamente que algo cambie. Imagina una chica escuálida, cabizbaja y empapada de lluvia que camina de noche por el bosque profiriendo extraños gritos que nadie entiende; creo que ese es mi destino, y que mi felicidad consiste en evitarlo un poco. Últimamente me das miedo y dueles: cada vez te veo más roca. Y ese es el
problema, que dejas que cualquier sedimento forme capa sobre ti y se
solidifique. Me pregunto dónde estarás y cuánto habrá que rascar para llegar
hasta ti. Temo que sea necesario un pico y mucha fuerza, y yo soy demasiado
delgada y me tiemblan las manos cada vez que intento acercarme al palo. ¡Que se
acerque él! Me digo, y por si acaso me quedo cerca, esperando, mientras me
convierto poco a poco en piedra. Es tanto el amor que necesito de ti que solo
me salen insultos y palabras feas cada vez que intento explicarte algo que
nunca vas a entender. Sé que la vida te ha enseñado a escupir fuego, pero
todavía te falta aprender lo que es el agua. El fuego está muy bien cuando hace
frío, pero quema a los humanos, por eso los humanos no pueden ser felices
pretendiendo ser dragones. Lo que pasa cuando guardas tanto rencor, por muchas
razones que tengas, es que te hundes en la tierra y empiezas a lanzar fuego
a diestro y siniestro sin darte cuenta –o tal vez sí- de que eso no va a
solucionar nada. Resulta irónico que alguien, tiempo atrás, tratara de demostrarme
esto mismo: que el rencor es malo y no soluciona nada. Es malo pero es justo,
decía yo, y aún me pregunto cuánto de razón guardan mis palabras. Sí he podido
llegar, en cambio, a una conclusión: escribir es una consecuencia. Y soñar
también. Al imaginar miento, pero también me salvo de la muerte de la vida. (Aunque, como digo yo… Benditos sean los que idealizan, porque ellos lo hacen
realidad. Ellos crean.) Es posible que jamás hubiera sostenido una palabra entre
mis dedos, salida de mi boca en un soplo, si hubiera sido eficiente mostrando al mundo, y a mí como parte de él, parte de lo que soy. Así que me quedo con esto, con un puñado de palabras escurriéndoseme entre las manos como agua que alivia. Oh destino que me aguarda
entre los árboles, que traza pulcramente el camino donde he de pasar y, sobre
él, coloca cada grano de arena y cada piedra. Oh abismo negro que nos separa a
ti y a mí, y que con su baile impide la posibilidad de construir cualquier tipo
de puente. Una vez más vengo sin saludar y me voy sin despedirme, no habiéndome
dicho absolutamente nada, esperando la llegada de la Gran Hora donde ya es
demasiado tarde, donde ya siempre es demasiado tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario