miércoles, 18 de junio de 2014

Carta a N de nadie, o de no sé

La mayor parte del tiempo la pasamos sin esperar descubrir nada nuevo, sin embargo, hay instantes de tremenda lucidez en que una parte minúscula del mundo o de los propios pensamientos nos es revelada de forma casi absoluta. Aunque no llegues a comprenderla del todo, la sabes, como si esa verdad se abriera paso a través de ti luchando por salir a flote y ser comprendida por completo. En uno de esos instantes me he dado cuenta de que nunca he escrito sobre ti, o más bien he estado evitando o reprimiendo cualquier manifestación de algo profundo y herido en mi ser que te corresponde. Es por eso que fui sin hacer ruido hacia mi habitación y ahora duerme a mi lado una gata negra mientras escribo entre las mantas como en los viejos tiempos con arrugas; tiempos que son amables, pero viejos, como esos ancianos de las residencias que, por desgracia, se acaban muriendo. Hay quien piensa que son demasiado viejos para sentir, demasiado pasado para ser futuro, pero la realidad es que solo hay que asomarse un poco a sus ojos para ver lluvia, lluvia que pasa. Yo no quiero esperar a verte en esa situación para arrepentirme de no haberte expresado lo que siento. Prefiero arrepentirme ahora, aun sabiendo que eso no va a hacer necesariamente que algo cambie. Imagina una chica escuálida, cabizbaja y empapada de lluvia que camina de noche por el bosque profiriendo extraños gritos que nadie entiende; creo que ese es mi destino, y que mi felicidad consiste en evitarlo un poco. Últimamente me das miedo y dueles: cada vez te veo más roca. Y ese es el problema, que dejas que cualquier sedimento forme capa sobre ti y se solidifique. Me pregunto dónde estarás y cuánto habrá que rascar para llegar hasta ti. Temo que sea necesario un pico y mucha fuerza, y yo soy demasiado delgada y me tiemblan las manos cada vez que intento acercarme al palo. ¡Que se acerque él! Me digo, y por si acaso me quedo cerca, esperando, mientras me convierto poco a poco en piedra. Es tanto el amor que necesito de ti que solo me salen insultos y palabras feas cada vez que intento explicarte algo que nunca vas a entender. Sé que la vida te ha enseñado a escupir fuego, pero todavía te falta aprender lo que es el agua. El fuego está muy bien cuando hace frío, pero quema a los humanos, por eso los humanos no pueden ser felices pretendiendo ser dragones. Lo que pasa cuando guardas tanto rencor, por muchas razones que tengas, es que te hundes en la tierra y empiezas a lanzar fuego a diestro y siniestro sin darte cuenta –o tal vez sí- de que eso no va a solucionar nada. Resulta irónico que alguien, tiempo atrás, tratara de demostrarme esto mismo: que el rencor es malo y no soluciona nada. Es malo pero es justo, decía yo, y aún me pregunto cuánto de razón guardan mis palabras. Sí he podido llegar, en cambio, a una conclusión: escribir es una consecuencia. Y soñar también. Al imaginar miento, pero también me salvo de la muerte de la vida. (Aunque, como digo yo… Benditos sean los que idealizan, porque ellos lo hacen realidad. Ellos crean.) Es posible que jamás hubiera sostenido una palabra entre mis dedos, salida de mi boca en un soplo, si hubiera sido eficiente mostrando al mundo, y a mí como parte de él, parte de lo que soy. Así que me quedo con esto, con un puñado de palabras escurriéndoseme entre las manos como agua que alivia. Oh destino que me aguarda entre los árboles, que traza pulcramente el camino donde he de pasar y, sobre él, coloca cada grano de arena y cada piedra. Oh abismo negro que nos separa a ti y a mí, y que con su baile impide la posibilidad de construir cualquier tipo de puente. Una vez más vengo sin saludar y me voy sin despedirme, no habiéndome dicho absolutamente nada, esperando la llegada de la Gran Hora donde ya es demasiado tarde, donde ya siempre es demasiado tarde. 
 

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