No
quiero que el sol me muerda otra vez, ahora que he dejado tendidas
algunas cosas que no espero que se sequen, pero así sé dónde están, no quiero que molesten. Hoy bailé desnuda sobre una inmensidad inaceptable,
comparé mis senos con el polen de las flores y me peiné el pelo con unas ramas
de las que se enredan en los dedos amarillos. No quiero que el sol me ladre
otra vez, que ya bastante daño hacen los andares ausentes sobre los andenes,
las escaleras que no saben si suben o si bajan ni a quién. Quiero que sople esa melodía en
mi oído una y otra vez, nana na nanana na, la he odiado tantas veces como a
aquel piano que agonizaba entre sus dedos mientras su alma florecía bajo mis
ojos de escarcha. Y sin embargo todo lo que nace muere y aquí estamos,
quejándonos de que nos piquen las abejas y se mueran, creyendo que la lluvia
que cae vuelve a caer, pero no, las gotas nunca son las mismas nunca. Todo lo
que necesitamos no existe, todo lo que existe no lo necesitamos, por eso me
permito escupirme y contemplar mis entrañas en el asfalto al lado de las hojas que
el otoño ha desahuciado. Matémonos un poco más con música, ella es quien nos falta
para sentirnos un poco vivos. Porque lo que no mata no hace vivir voy a cambiar
de melodía como si nada, voy a sintonizar cualquiera de los labios que me
acepten, voy a acechar cualquiera de los labios que me ignoren. Voy a cenar
patatas fritas, total, no hay nadie que vaya a decirme que cambie el canal de
mis recuerdos, aunque sé que estarán ahí cuando quiera escalar hasta las nubes
y me dirán que no es seguro y que no tengo alas pero yo sé que sí, lo que pasa
es que están mordidas, como aquella mariposa a la que le mordieron las alas y
no quiso suicidarse. Es una línea curva que asciende y que desciende para
bañarse un rato en el lago y luego vuelve a ascender esto que están haciendo
con nosotros que nos dejamos hacer. Cuándo perdimos el control sobre aquel
amanecer que no existe porque estamos vacíos porque estamos llenos. Y siempre queremos verlo pero nos quedamos encerrados en casa de nadie y preguntamos qué está mal. Dicen que
la gente que no piensa y yo sé que no, todos pensamos unos en naranjas y otros
en manzanos pero todos, todos sabemos cuándo debemos estar en casa para comer
aunque nadie nos espere. Y solo algunos encienden la tele mientras tanto, y
solo algunos sucumben en el bosque girando muy despacio sobre la punta de sus
dedos. Todo lo que quiero es girar en el bosque, muy despacio, bajo la punta
del cielo.
martes, 29 de octubre de 2013
martes, 22 de octubre de 2013
Para una palabra más
A veces siento la necesidad
de hablarte y me digo: háblale
con la mano temblorosa,
escribo tu nombre,
quizás abro tu pestaña.
Háblale, pregunta cómo está,
si tiene nuevas metas en la vida,
si… Sencillamente habla,
pregunta si está vivo.
Pero no preguntes nada más.
Entonces veo tu foto
en tu pestaña sin ojo
y aparece otra pestaña
y me miran las dos muy quietas.
Habla, estúpida, di algo,
es ÉL. Es él, mejor será
que no le hables,
mejor será que haga su vida,
aunque sea infeliz,
que la haga sin ti.
De todas formas no tienes fuerzas
para una palabra más.
Oremos al ssseñor
Si una gota baila entre colores
en tus ojos,
de esas voces.
Si dejaste que murieran antes
de vivirte,
si la niebla puso los matices
sin matarte.
Si buscaste a ciegas entre cajas
tus miserias
y encontraste huecos de sequías
entre paja.
Si relojes cuentan sobre el árbol
los minutos
y derraman su tristeza mudos
en el charco,
y de tristeza forman un lago
que es el mundo.
Si macabras muecas te acompañan, Imagínate muerto,
si muy quietas imagínate volar,
van callando las palabras viejas, imagínate muerto
si no hay nada pues así vivirás.
que te pueda atormentar hiriendo
tus entrañas,
si moribundas verdades vagan
en silencio.
Si te miras al espejo roto
de la vida
y solo ves sombras y huidas
sin decoro.
Si me miras a los ojos flacos
y me gritas
y de mi boca brota una risa
de hombre manco.
jueves, 3 de octubre de 2013
Pajaritos sin colores
-Bien,
Amanda – dice el doctor con voz grave y tranquila–. Ahora voy a contar desde
diez, y cuando llegue a cero estarás profundamente dormida.
Diez,
nueve, ocho… La muchacha está sentada frente a una mesa, con los ojos cerrados
y los brazos colgando a ambos costados, como nubes alrededor de su vestido
blanco. Siete, seis, cinco, cuatro… La voz del doctor es dulce pero firme.
Tres, dos, uno, cero.
El
doctor la mira un instante dudoso y sigue con la operación.
-¿Cómo
te encuentras, Amanda?
No
contesta. Al rato:
-Bien
– con un deje de voz.
-¿Qué
ves?
-Nada…
No hay nada, pero siento una brisa.
-¿De
dónde viene esa brisa?
-De
allí – levanta un brazo y señala al doctor. Lo deja caer.
-Bien,
¿qué ves allí?
-Cucarachas.
-¿Puedes
coger el bolígrafo?
Amanda
alza la mano derecha sobre la mesa y lo coge sin necesidad de abrir los ojos,
como si lo intuyera o recordara de alguna forma que ya se encontraba allí.
Junto al boli hay un papel.
-En
ese folio puedes escribir o dibujar lo que quieras, ¿de acuerdo?
El
doctor se apoya con su bata blanca en el marco de la puerta; está acostumbrado
a las sesiones, no le suponen ningún esfuerzo, ninguna sorpresa.
Durante
un rato, ni la muchacha ni él dicen nada. El doctor la observa mientras ella
escribe algo. Al principio la letra es inteligible, pero poco a poco comienza a
coger forma.
-¿Qué
escribes?
-Lo
que me está dictando.
-Yo
no te estoy dictando nada, Amanda.
-Pero
ella sí.
-¿Quién
es ella?
Amanda
arruga la cara con gesto contrariado o molesto. No quiere dar explicaciones, parece
enfadada. Al relajar la cara una lágrima escapa por su mejilla.
-¿Por
qué lloras?
-Por
la chica de la nariz bonita – gime. Ha dejado de escribir y ahora agacha la
cabeza; el pelo la protege el rostro del doctor. Sigue gimiendo.
-Tranquilízate.
Los
sonidos van cesando, pero no levanta la cabeza. La mano sigue sobre el boli y
el boli sobre el papel. Su mano parece de papel, su piel, pálida, parece de
papel, y su vestido son nubes, pero su pelo… Su pelo es negro azabache, muy
largo y ligeramente ondulado, como lluvia que grita.
-Dime
quién es ella, Amanda. La chica de la nariz bonita.
-No
quiero.
-¿Por
qué?
-La
odio.
-¿Por
qué la odias?
De
repente, la muchacha levanta la cabeza y se queda como pensando. Los ojos
cerrados en todo momento como lagos muertos. Pareciera que está mirando al
doctor a través de los párpados, muy fijamente.
-Dímelo
– exige la voz, dulce y grave.
-¡Porque
tiene la nariz bonita! – grita ella, al tiempo que da un puñetazo sobre la
mesa.
Amanda
echa la cabeza hacia atrás, hacia el techo, y abre la boca. Se lleva las manos
a la cara y se acaricia. Sonríe.
El
doctor se ha quedado en un punto muerto y no sabe cómo seguir, pero sigue
preguntando por miedo a que se le vaya de las manos.
-Háblame
de aquellas cucarachas.
-Ya
no están.
-¿Adónde
han ido?
-¿Cómo
quieres que lo sepa? Quizá se las haya comido la chica.
-¿Por
qué dices eso?
-Porque
ella es así – su voz es monótona-. Ella puede hacer lo que quiera y está bien.
Amanda
da un respingo sobre la silla, asustada por algo pero queriendo disimularlo.
-Viene
hacia aquí – dice, sin esperar respuesta del doctor.
Se
encoge, abrazándose con los brazos su cuerpecito.
-Cuéntame
qué está pasando.
-No
quiero que venga. Viene pero nunca termina de llegar - susurra.
-¿Por
qué la tienes miedo?
Amanda
no contesta, está ausente y callada, y al doctor no le gusta. Tampoco le gusta
cuando se levanta y empieza a dar pasitos lentos por la habitación con sus pies
descalzos; aprovecha este momento para leer el papel que ha sido escrito. “Tú
no eres yo, tú no eres yo, tú no eres yo.” Y más abajo: “Yo no soy ella, yo no
soy ella, yo no soy ella, ¿por qué?” Y más abajo: “Él dice puedes escribir y
dibujar aquí pero no sabes dibujar y siempre que escribes muere algo.” Amanda no
se choca con nada, en su cerebro debe de estar grabado el esquema de la habitación,
en su cerebro que se niega a ser investigado. Camina y se para junto a la pared
de papel marrón con florecillas, la mira sin ojos y levanta sus manos todo lo
que puede para tocarla con ellas; las arrastra de arriba a abajo, la acaricia con
cariño. Otra vez, de arriba a abajo, como si quisiera darle un masaje. La araña y
el papel se le queda en las uñas y aparecen tres hilos blancos. Y empieza a derretirse.
La pared va cediendo poco a poco entre las manos de Amanda, que ahora está
quieta, y ahora vuelve a pasearse, muy cerca siempre de las paredes, que van
cediendo, van cediendo. Como algo líquido, el techo también gotea pero las
gotas no llegan a desprenderse. El doctor está muy quieto, parece haber
perdido toda voluntad, parado en el mismo lugar junto a la puerta, apoyado en
el marco. Todo es una masa, todo se ha abandonado y está desapareciendo, es una
revolución que no está siendo presenciada. Cuando Amanda se queda con los pies
enterrados, ya no se mueve tampoco, se abandona también junto a su mente.
Amanda la nube de papel, la ausente, la insignificante. Ya no delirará nunca
más sobre las hojas y las muertes del otoño, ya no tendrá doctor y el doctor no
tendrá pacientes, porque todo se ha ahogado en su propia materia sin sentido, la
forma ya no está y el alma nunca ha sido.
Historias de dormir
A las cuatro de la tarde cerró su cuaderno y se metió en la cama. No había terminado la tarea, pero tenía mucho sueño y decidió que era el momento de dejar que le venciera. Acogió a su gato, que venía a acurrucarse, con el brazo derecho mientras palpaba la mesa con la mano izquierda. Pero no encontraba lo que quería. Al fin alzó un poco la cabeza y comprobó que, efectivamente, no estaban, sus tapones para los oídos no estaban. Seguramente los habría perdido durante la noche; siempre se le terminaban saliendo. Pretendió salir de entre las sábanas a mirar debajo de la cama, pero desistió ante la mirada arisca de su gato, que por lo visto no deseaba moverse de posición. Dormiré de todos modos, pensó. Cerró los ojos y se perdió en un vaho confuso que no terminaba de guiarle hasta el subconsciente. Al rato oyó un golpe y volvió a la realidad, aunque no se molestó en abrir los ojos; se propuso no enfadarse demasiado con los vecinos, pues no era sano ni para ella ni para ellos. Dormiría de todos modos. De repente fue consciente de sus manos, una de ellas había rozado algo, y al instante supo que se trataba de sus tapones. Más que rozar, parecían haberse metido solos en el hueco de su palma. Se los puso y prácticamente al instante se durmió. Los tres parecían tener una relación especial, el contacto de los objetos con sus orejas tenía un efecto casi mágico. Al despertar, como era de esperar, ya no los tenía. Sin embargo su gato seguía en el mismo sitio, ahora con los ojos cerrados y sin ganas de molestar. Cuando se despejó, sintió que tenía que dar las gracias a alguien por algo. Pensó en su abuelo. Sin duda, debía de ser él.
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