No creas que no lo sé,
que no te escribo un poema
por miedo a que algo
tan frágil como nosotros
se destruya.
Como si los versos fueran bocanadas de aire
cuando no puedes respirar
que a veces, de vez en cuando
derriban algo.
Y eso que tenemos pies de plomo
y, por cabeza, flores
y nuestro cuello es el jarrón
que las contiene.
Y adoro cuando me rozas con tus ramas,
cuando me cuidas,
cuando me explicas cómo son por dentro
las casas de los caracoles
y me dejas explicarte
cómo es la vida de las cigüeñas.
A ti, que me llevas a pasear a tu terraza
porque sabes que me gusta
su geometría tan perfecta,
déjame contarte
la historia de una flor enloquecida
que atravesaba las nubes
porque no tenía raíces,
que se cosía unas raíces de algodón
para poder estar con las mariquitas
en la tierra.
Déjame tentarte.
Deja que te mate,
como quien anda perdida
y encuentra un tesoro que no quiere quedarse
porque no tiene suficientes dedos en las manos
para cogerlo.
Que los tesoros son tesoros
porque no son de nadie.
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