es la época, la vida, el Gran Todo
de las lamentaciones.
De modo que coged las mantas grises
y sentaos en cualquier ladera verde,
imprescindible es que sea de noche
y que los conejillos se asusten de nosotros.
Pálidas sombras, pero firmes, somos
y no queremos ser, mas ¿qué?
Resignarse es imperativo
ante la gran nube nocturna y
su ojo vasto, plagado de legañas.
Nosotras sentimos las cosas infinitas,
como el asco
y poco más,
nosotras, que vamos tanteando la inocencia,
culpables somos desde que nacimos
de un terrible vientre huraño
-acaso lo único que nos ha acogido
en vida-,
y de unas garras que apresaron nalgas...
Y de una sangre que querría volverse mermelada
seguimos ahí sentadas, en la ladera verde
mirando los pajarillos, los pajarillos que nunca vuelven...
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