Niño: ¿Por qué es tan horrible, señora?
Señora: Porque me fijo en los troncos de los árboles, no hago carantoñas a los niños y además me huelo los sobacos.
Niño: ¿Por qué es tan horrible, señora?
Señora: Porque Dios ha dejado de gobernar y las pastelerías cierran cuando aún es de día. Cuando los políticos andan de campaña, me dedico a tirarme pedos en mi casa.
Niño: ¿Por qué es tan horrible, señora?
Señora: Porque tengo el culo gordo.
Niño: ¿Por qué es tan horrible, señora?
Señora: También tengo una almorrana.
Niño: ¿Por qué es tan horrible, señora?
Señora: De pequeña no aprendí muy bien las normas para ser una niña, hasta llegaron a pensar que yo era un perro. No aprecio nada ni a nadie, en mi casa no tengo espejos y siempre ceno sopa.
Niño: ¿Por qué es tan horrible, señora?
Señora: Porque quiero ser la musa de los malos escritores, que alaben mi belleza como un trozo de carne con gusanos y la ensalcen al estilo de lo más provechoso del universo. Para ello intento lavarme los dientes lo menos posible y entablar conversación de vez en cuando con algún perverso sacerdote. Te diré, niño, que suelo confesarme solo por el placer de comprobar que tengo voz y me suceden cosas. Los pecados me confirman.
Niño: ¿Por qué es tan horrible, señora?
Señora: Porque tengo azufre en los oídos. Y ahora déjame en paz, idiota, aquí no encontrarás las bellas damas de tus cuentos, quizá en ningún lugar que no sea la mentira; fíjate, ya vienen a recogerme en la furgoneta los hippies de Marte.
[El niño se aleja dándole patadas a la pelota mientras una furgoneta estampada se para frente a la mujer. Sale un ser con antenas, le abre la puerta y sube.]
Perdona, suelo confundir al hipersensible con el psicópata,
ResponderEliminar¿Qué eres (o pretendes ser) de los dos?
¿Qué clase de identidad narrativa tratas de construir, qué tipo de muro experto eres, cuándo tienes previsto caer en la cuenta de que te estás dejando vivir/morir? Las historias se narran y se viven imaginariamente. Las vidas son buscar un relato y como no hay futuro y sólo pezes sin ton ni són a las alambradas peces diurnos y peces mundo, todos a la vez por el gran río apestoso que es la vida, peces con miradas concentradas en rosas que tienen el agua hasta el cuello, peces muchos peces, un pez es tan sólo el principio de otro pez, el vehículo hacia todos los peces del universo, cada momento en un pez es como teletransportarse sin fin, dame un pez y te diré quién eres, quien siembra peces recoge el mar y quien siembra el mar no recoge nada es decir, su sombra: el libro de turno que esté leyendo, ya sea la niebla de pedos ancestrales o el gran majestuosaurio desnudo en su sofá sin espuma verde negación. ¡Lindos paisajes palabrísticos en esta carta suicida cuyos nidos palpitan jueces lirios! Un bosque se arrastra tras de mí, oh, mi prescripción es una tumba, un camino, es mi deseo que cuando muera pongan un cadáver aleatorio bajo la mirada de todo quisqui, es mi deseo que que todos anuden las explosiones y encuadernen las tormentas. También es mi deseo que a mi muerte todos bailen en corros, cogidos de la mano, llorando y soñando. Una nueva humanidad nacerá de aquella muerte mía: la persecución del ocaso. Se trata de viajar siempre enrojecidos todos en la dirección del crepúsculo, de forma que nunca se acaba de poner el sol.
Me gustan los pezes.
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