Me parece que resulta tan obvio como poco original descubrir que hoy voy a hablar de mi padre, así que terminemos con esto cuanto antes, lo diré: hoy voy a hablar de mi padre.
Ayer le pedí que comprara guisantes. Imaginé que, como siempre, se mostraría generoso, de modo que escatimé esfuerzos en especificar la cantidad; no obstante, no preví acabar la noche degustando tres guisantes y medio mientras le escuchaba decir desde la cocina "haz algo con las vainas, esto no se tira". Y luego añadía orgulloso, después de coger una y morderla, "esto es como las judías". Y yo, desconsolada en el salón frente a mis casi cuatro guisantes, saboreaba ya el primero y disfrutaba, porque, ante todo, mi padre me ha educado en la humildad y en lo perverso del exceso. Por eso, cuando la gente, que no sospecha que nada de lo de los tres guisantes (y medio), comenta que estoy demasiado delgada, no hago caso y sonrío: porque soy feliz siendo humilde. Sin embargo, se mire por donde se mire, todo son ventajas. Al comer tan poco -y digo poco porque tres guisantes no ocupan mucho, aunque sean un gran tesoro- se ensucia tanto menos, y esto se traduce en menos platos que fregar, ¡y diré más: menos agua que gastar! Y es que si mi padre fuera ministro de Economía seríamos, con alta probabilidad, si no la primera potencia mundial, por lo menos la segunda. Porque esto es algo que él heredó de mi abuela, una mujer capaz de recorrerse, a su edad, tres manzanas más para comprar los plátanos un céntimo más barato.
Pero para ser justa, y si lo que quiero es reflejar la dulce y peculiar personalidad de mi padre, diré que también hay cosas de las que peca en exceso: el tabaco, la siesta, el pan tostado, las galletas María y los chistes malos. Porque sí, mi padre es un maestro del humor, y tiene tanta paciencia que, si no te has enterado de la gracia ingeniosa que acaba de inventar o tal vez no la has comprendido del todo, él te la repite, y si es menester se ríe él solo. Una vez, hace muchos años, mi padre dejó de fumar, y la experiencia le gustó tanto que desde entonces deja de fumar constantemente, una y otra vez. Todos los meses y todos los días de la semana hay siempre en boca de mi padre un cigarro o una frase de "mañana dejo de fumar", "lo voy a dejar", "tal día lo dejo", "no pasa nada, porque voy a dejar de fumar". El otro día, sin ir más lejos, apareció por casa muy ilusionado porque le habían enganchado para venderle uno de esos cigarros de mentira que están ahora de moda y echan vapor. Dio un par de caladas, tosió y, milagro, dejó de fumar para siempre: regresó al tabaco normal. En fin, supongo que ha llegado el momento de dejar de ponerse sentimental.
No voy a ponerme a enumerar lo que he aprendido de mi padre o lo que me ha enseñado, pero sí voy a echarle, por ejemplo, la culpa de algunas cosas, como de mi amor por la literatura. Siempre ha tenido estanterías llenas de libros que casi nadie se ha molestado en abrir, cada uno con la fecha de cuando fueron adquiridos escrita a lápiz en la primera página. Así he llegado a coger libros que eran más viejos que yo y he tenido la oportunidad de leerlos, con la preciosa sensación de saber que antes, hace muchos años, mi padre había hecho lo mismo a una edad muy parecida a la mía. Aún ahora, cuando son la una de la madrugada y ni él ni yo tenemos sueño, nos ponemos a leer, cada uno en una habitación y sin molestarnos, y me recuerdo que merece la pena que seamos padre e hija, porque [atención, frase típica] por muchas cosas que nos separen, siempre habrá otras muchas que nos unan, como los chistes malos, la lectura o las manías. No sé cómo explicarlo ni por qué debería, solo diré que hay algo en el aire, como una mota de polvo, que nadie ve salvo él y yo, es algo tan pequeño y frágil eso que hace que nos comprendamos y nos queramos mi padre y yo. Es muy silencioso e insignificante para el mundo, pero es casi tan valioso como tres guisantes y medio, es todo un tesoro que tal vez no sabemos ni dónde tenemos escondido.
A veces dice cosas como "por eso voy a estar siempre solo", pero nadie está solo si se tiene a sí mismo, y él nunca estará solo mientras me tenga a mí...
Además, creo que está madurando: hoy comimos fuera y no me obligó a llevarme el pan sobrante.
hermoso lo escrito, te felicito... y claro, ser padre hace apreciar un poco mas estas lecturas.... salu2....
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