sábado, 23 de noviembre de 2013

Un lugar llamado inmundo

Los cabellos grises del hombre saludaban al viento. Se dieron la mano, y el abrigo rojo de ella cantaba y bailaba sobre el resto del mundo. El resto del mundo era una maceta donde nada había plantado. Las cigüeñas seguían allí, bajo el pálido sol de una mañana amedrentada de noviembre. No había niños en la plaza, cómo iba a haberlos: era domingo. Los domingos se bajan todas las persianas y se limpian todas las cortinas o se queman. Ya había gente entrando al estúpido centro comercial, aunque probablemente no comprarían nada ni se preguntarían el porqué de sus acciones. Oh, por un lado un muchacho piensa cuándo será la próxima vez que le toca drogarse para olvidarse de todo y por otro una muchacha espera sentada en el parque, o bien a que termine su dudosa existencia o a que de un momento a otro surja purpurina de las hojas de los árboles frondosos. Sentada sobre un tronco seco se pregunta sobre el sexo de las mariquitas. Tirado en la cama escucha música a todo volumen y le encanta. Y mientras una nube, quizás una niebla de hambre se extiende por todos los rincones del planeta pero el hambre no sabe exactamente lo que quiere. Y los que tienen sed se conforman con saciar su hambre mirando esa nube sospechosa. ¿Y dónde está el agua? Se entretiene cobijando los cuerpos desnudos de las muchachas bonitas de largas y cortas cabelleras. Está muy ocupada y por eso no puede atender a los sedientos. ¿Y dónde está el miedo? En todas partes, secuestrando a la libertad, dejándola morir de hambre, dejando desamparados a los hombres de esta tierra verde radiactiva.
Allá en el monte, muy alto, una pareja de ancianos campesinos enciende la televisión, el telediario de las dos dice: “…un hombre muy tonto ha creído que sería capaz de atracar un banco pero gracias a Dios no ha habido víctimas y las gentes han podido estar en casa para la hora de comer es decir para ver el telediario que está usted viendo. Que tengan una buena tarde. Ya es Noviembre. Y ahora: el tiempo. Hace frío.”

jueves, 21 de noviembre de 2013

Yo abandono

Me habló con sus patéticos labios manchados del carmín más rojo.
-Yo soy la más defensora de los animales, los protejo del frío en nombre de la ciencia, los cuido y los acuno si por la noche no pueden dormir por las mutaciones, y aunque sean moscas las preparo su papilla nutritiva y controlo sus vidas para que sean perfectas pues soy la más defensora de los animales. Yo tengo el poder, yo creo el saber, estas moscas son mías, no las toques, son necesarias para el Gran Avance. Soy toda bondad, canto canciones a los animales y me pongo contenta de tanto que los quiero. La la la. No estés en contra de la ciencia. Ven a bailar, la ciencia soy yo…
-Jamás tocaré tus manos grasientas, tú no eres la ciencia, no puedes serlo, prefiero la sangre de mil monstruos hambrientos. No me importa la vida de esas moscas, aunque quisiera besar a esos ratones tan blancos. El destino de estas moscas extrañas está en tus manos y el destino de la humanidad también. Si mueren unas muere la otra y no lo puedo permitir. Debes morir, tú y todo tu séquito terminaréis arrastrados por el barro de esa ciencia y las huellas que habréis dejado por el mundo terminarán por pisaros las orejas. Y entonces comprenderéis los límites, los conoceréis tanto pero ya será demasiado tarde para vosotros y vosotras que lo dais todo por un pintalabios desgastado…

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Os ofrezco un par de escombros.

De creencias está hecho el hombre
No creáis que por estar triste
no puedo sonreír
ni reírme de las cosas
que hacen gracia,
no creáis que no puedo llevar
una vida normal
aunque esté triste
y mi mente sea un pozo
de la miseria más absoluta.
No creáis, por un instante,
que no estoy triste
porque yo soy la tristeza
porque yo soy la hija
de la tristeza,
la nieta, la sobrina, nadie
de la miseria,
esa que se arrastra hacia la vida
aferrando con las uñas
la risa y cosas así
que te salvan de la muerte.

Por qué no te esfumas
Por qué no te esfumas
con el humo del cigarro
de mi padre en el salón
por qué no te esfumas
entre tus palabras acuosas
por qué no te esfumas
entre el pelo de mi gato
por qué no te esfumas
de ti
por qué no te esfumas.
Estoy tan sola que no necesito
                           tu ausencia.
Hay tanta soledad en mí
que no me haces falta
pero hace tanta soledad
que
         las
                palabras
                                se
                                      suicidan.

domingo, 17 de noviembre de 2013

La lluvia de noviembre

Oh, sí, naturaleza, mójame
pues no soy de nadie más que tuya
y de este suelo mojado de hojas secas.
Ojalá pudiera acariciar la tierra
bajo los escombros
de esta ruin ciudad
y decirte al oído que estoy loca
y que nadie, nadie
me va a poder arreglar.
Pero alguien ha tenido que abandonar
su banco empapado de cartones… 
Shhhh...

lunes, 4 de noviembre de 2013

Todo predispuesto para nuestra venIDA

Pasó un señor en una bicicleta. Tenía que ir hacia lo verde, me llamaba. Tenía que tumbarme en eso que parecía blandito. Tenía que leer. El sol se posó un momento sobre mi cara, el sol se posó un momento sobre las ramas rotas en el suelo cubiertas de oro. Tenía que perderme en el laberinto. Pasaron unos perros dueños de una mujer, la hierba crecía verdísima hacia arriba siempre. Tenía que oírse el grito del elefante prisionero que levanta el pie. Me senté en un árbol, bajo un árbol, los árboles torcidos no se enderezaron. Solo había un color, solo uno, y se veía tan claro que daba claridad a lo demás. Sin luz, era clarísimo. Con niebla, dulcísimo. Los pájaros comían muy libres de hojas que no les habían sido ofrecidas. Yo, bajo el árbol, sus trinos perdiéndose en el tumulto verde y bello; las presencias de ellos desfilando invisibles junto al camino. El bolígrafo que escribe señores perdidos que aparecen de repente y siguen siendo nadie aunque tú los hayas visto. El sol que quería hacerse un hueco en el paisaje puesto en su lugar. Tenía que continuar, hasta las escaleras, un poco más. Huir de las rejas. Saber que al otro lado hay una carretera que no lleva adonde quiero. Las ramas como engaños, los engaños como algo cómico que te pones cómicamente cada mañana del día cero del año cero. Pasó un pensamiento, pasaron dos, pasaron nubes negras, se quedaron, todos, amenazaban bellotas en troncos negros de podridos. Sus pies contra el suelo, y los míos contra el suelo pero alejándose de ellos. Y los suyos rozándolo levemente, los míos estrellados contra él. Y el sonido del tren. Y todos mirando y nadie viendo.