Las calles huelen a ratas en almíbar
y el cielo es una gelatina
que cuelga frágilmente
sobre nuestras arqueadas articulaciones.
Desprovistas de silencio
las cloacas intentan atraernos
con bastones
dignos del dios de las cigüeñas.
Pobre el pez que yace en la pecera
de algún palacio maligno
y pobre aquél que vive
en ríos contaminados de azufre,
pues no es más
quien más larga tiene la cabeza
sino quien más corto tiene el pene.
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