Hoy he tenido una especie de
revelación que me ha angustiado el corazón terriblemente y por unos instantes
se me ha antojado lo peor del mundo. No es nada en lo que no hubiera pensado
antes, pero lo pensé con tal intensidad que podría haberme quitado la vida si
hubiera durado un poco más. Sucede que, entre pensamiento y pensamiento
inconexo, algo en mi interior planteó la posibilidad de que yo no pudiera
volver a amar nunca más. Si hay algo peor que no ser amado, es no poder amar. Eso pensé.
Ahora que no soy presa de un
sentimiento intenso que nubla la razón, recuerdo cuántas veces he deseado
precisamente eso: no sentir nada. Lo he llegado a desear con tanta fuerza que
resultaba desproporcionada para mi corta edad, pero no he sabido vivir de otra
manera que dando tumbos, y así he llegado hasta aquí; aparentemente casi
entera. Ahora intento correr más rápido que el miedo y el dolor, hasta el punto
de que a veces me pregunto si no me estoy engañando a mí misma, sin embargo
juraría que no he visto la realidad más cerca. Una vez alguien me dijo algo
así: “he aprendido a ser como el viento, resbaladizo, incapturable”. También yo
me siento de esta forma, con la necesidad de que nadie me vuelva a atrapar, ni
siquiera yo misma. Voy tomando de todo un poco (si estás pensando en droga,
también sirve), miro a los ojos a la gente y no doy a las cosas la importancia
que se merecen, sino la que a mí me apetece. Si la vida tiene que ser una
montaña rusa, rápida y constante, que lo sea, pero no volveré a quedarme quieta
en una bajada; se supone que tiene que ser divertido. Río más que nunca y por
cosas de las que probablemente no debería. Me atrevería a decir que parezco
tonta y ridícula, y hago las veces de bufón intentando hacer reír a los demás,
pero no sabéis lo bien que me siento.
Últimamente hay noches en las que
no duermo, días en los que tengo algo de ansiedad, raramente hago lo que me
propongo en el horario establecido –por mí-, mi habitación no podría estar más
desordenada, estar en la calle es prácticamente una necesidad y suelo pasar el
tiempo como esperando a que suceda algo que no sé lo que es. Tal vez huyendo. En
verdad creo que no espero nada, me ciño a los acontecimientos o los creo. La
idea de lo efímero de las cosas hace que vaya por ahí a toda velocidad, igual
por eso me gusta patinar, y me digo que da igual durar muchos años o pocos, lo
importante es vivir mucho en poco tiempo, o simplemente vivir.
Parece mentira que ésta sea yo,
quien hace poco se afanaba en buscar paz, tranquilidad, identidad. Nunca me
había sentido más yo, o al menos no era consciente de ello. Sin embargo parece
que tengo múltiples personalidades –supongo que influye el tramo de montaña en
el que estés-, y no podría ser otra persona diferente a mí. Es tan absurdo,
pero tan aterrador cuando se siente real… En fin, supongo que todo esto me
convierte más o menos en una mala persona desde ciertas perspectivas, pero he
aprendido que es mejor ser cruel que ser víctima de la crueldad. Reconozco que
soy perversa y en ocasiones me importa un carajo lo que sienta mi interlocutor,
y disfruto con estas cosas perversas, ¡y, por qué no, me gusta la promiscuidad!
A veces quisiera ser deseada solo para decir: Eh, soy mía y de nadie más,
aparta. ¿Qué diría Buda de mi ego? Pero no me siento más que nadie (bueno, lo intento, porque hay personas con las que no se puede);
intento ir a mi bola, pasar por los sitios sin hacer mucho ruido o bien haciéndolo todo, y meterme de vez en cuando donde no me llaman. La teoría y la práctica siempre han sido, en
mi caso, cosas completamente distintas a la hora de llevarlas a cabo. Y tampoco
es que ahora sea muy diferente.
El quid de la cuestión es: odio
el amor tanto como él me odia a mí, pero el amor, lo que se dice amor, lo tengo
por todas las cosas -menos por el amor-. Amo los amaneceres y los atardeceres,
las noches y sus gajos de mandarina, la poesía y leer, aunque reconozco que leo
menos de lo que debería. Tampoco me he olvidado de los gatos y otras cosas,
solo he ido creciendo dejando atrás lo (in)necesario. Sigo siendo aquella poeta
que nunca he sido, sigo teniendo heridas (más ciertas éstas que aquéllas), y las
cicatrices ya no duelen tanto –sí, ignorante, las cicatrices también duelen-.
También yo necesito cariño, me gustan los abrazos y las frases susurradas al
oído, y mi nombre pulcramente mencionado. Amo a mis amigas, a mis amigos, a mi
familia. Amo cosas que antes odiaba y odio cosas que más tarde amaré. Y, aun
así, la mayoría de las cosas me dan igual. Definitivamente, no voy a buscar algo
que no quiere ser encontrado, suficiente tengo con encontrarme a mí misma entre
tanto caos violentamente ordenado.
Aún os veo.